Arules, 2013
Piensa en ARCO como un gran caleidoscopio con mil caras. Por su prisma divisa la feria este año Juan Luis Moraza, ganador del Premio Audermars Piguet por su proyecto 'Arules', que podrá verse en la Sala VIP. Además, encontraremos sus obras en el stand de la galería Espacio Mínimo.
Existe una feria de la Institución Ferial, para la que el arte es uno más de sus objetos empresariales (máquina-herramienta, agricultura, turismo... ). El alquiler temporal de un territorio perceptivo (precio del m2 de stand, de la página en catálogo, etc.) supone un éxito sin riesgos, ajeno al volumen de negocios del sector profesional durante ARCO.
Hay una feria de los media, que tiende a visibilizar lo más excéntrico, escandaloso, fotogénico y amarillo, lo que conviene al mito de un arte contemporáneo desvergonzado, insustancial o frívolo. Elegir sólo lo llamativo sacrifica la sutileza de la experiencia del arte por el éxito periodístico.
Hay otra feria de mediadores y asesores de compra, que asumen una responsabilidad como depositarios de una inversión pública o privada, pero ajena; y una feria de agentes del discurso, críticos y teóricos para los que las miles de obras son un depósito de casos disponibles para su reconocimiento, evaluación, especulación y decisión, para la constatación y la ilustración de sus nociones sobre arte, de sus ejemplos para discursos de época.
Existe una feria de galerías, coloquialmente sospechosas de usura y tratadas como meros puntos de venta, pero que asumen compromisos de conservación, almacenamiento y representación. Junto a los artistas, los coleccionistas y los visitantes, sostienen la feria de la Feria mediante su inversión de riesgo. Su aportación no siempre es compensada y los beneficios pueden ser visibles meses o años después, pues la perseverancia, tanto como el rigor, la perspicacia y sensibilidad tan importantes como la suerte.
Existe una feria de coleccionistas. El patrimonio público del futuro depende de la tarea coleccionista de las administraciones, que constituyen un soporte fundamental en el mercado del arte. Los coleccionistas privados de arte contemporáneo, pudiendo invertir en cualquier otro bien o cualquier producto de inversión más rentable, asumen un riesgo y una responsabilidad patrimonial. Es una feria de seducciones, consejos y preferencias, en la que cada coleccionista realiza una apuesta entusiasta, pues las obras le transforman.
Existe una feria de artistas, de reencuentros, facciones y cuadras, de conversaciones y sueños. De angustia, ilusión o descreimiento respecto a las posibilidades de ser apreciados, de poder compensar aún en una medida mínima e insuficiente, los esfuerzos de su compromiso de creación patrimonial: su inversión y su dedicación ilimitada muestran la economía sumergida del artista, gran mecenas del arte contemporáneo, hecha de gastos sin beneficios, de riesgos sin seguridades. Esta precaria generosidad consiste en la capacidad para generar un patrimonio que es socialmente reconocido pero política, legal y fiscalmente ignorado.
Hay una feria de las obras, menos selva que zoo inabarcable de especies diferentes. Descontextualizadas, juntas pero aisladas, entre ellas se distinguen y contradicen, se refuerzan y se ignoran en el ambiente hostil, saturado, fugaz, distraído, aleatorio y jerarquizado de la Feria. En su diversidad nada es superfluo, no todo lo importante sucede en sitios importantes y cada rincón puede albergar una posibilidad. Como tal, esta feria es siempre incompleta y efímera. Y es, siempre, un gabinete de maravillas y de monstruos, un tesoro público.
Todas estas ferias se entremezclan, se surten y niegan en un sortilegio de pasiones humanas. La mezcla de las mil ferias es la ocasión de todo tipo de coincidencias: intereses, deficiencias, vanidades, anhelos y riesgos, conviven con el siempre extraño poder de la presencia de una obra de arte que, por su modo de ser, como una condensación de excelencia, resuena en algo de lo real de algún alguien, algo cambia de su mundo, del mundo... y las mil ferias se desvanecen en su razón de ser.