Arbre solitaire et arbres conjugaux (árbol solitario y árboles conyugales), 1940. Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid
Tras la exposición dedicada a
René Magritte el pasado año, reseñada en estas
mismas páginas, la Fundación Albertina de Viena se asoma al trabajo de otro
de los creadores fundamentales de la pintura y el arte del siglo XX, el alemán
nacionalizado francés Max Ernst, autor de una obra extensa, profunda y poliédrica,
pintor del Surrealismo y artista escurridizo y difícil de clasificar a la luz del enorme
y variado corpus de obra realizado. Ernst es a un mismo tiempo quebradero de
cabeza e inmenso reto para todo historiador del arte. Su voluntad de no casarse
nunca con nadie (estilísticamente, se entiende, pues fue un consumado mujeriego)
y de ofrecer continuamente aparentes lugares comunes que luego derivaron en
vidriosos puntos ciegos siempre a caballo entre una cosa y otra, nos obliga a
verle desde una perspectiva muy particular.
Su voraz curiosidad en la búsqueda
de nuevos lenguajes le hicieron pionero del frottage y del grattage, practicó la
decalcomanía cuando estuvo encarcelado y apeló al azar con la técnica de la
oscilación que tanto gustaría a Jackson Pollock. "El pintor que se encuentra a sí
mismo está perdido", dijo una vez, reveladoramente. Tocó los palos más diversos
y ahondó, como Magritte, en la naturaleza conceptual de la pintura, ampliando
notablemente su espacio semántico.
La exposición que ahora se inaugura en la Albertina, y que más tarde viajará
a la Fundación Beyeler de Basilea (donde los visitantes de Art Basel no deben
perdérsela) está compuesta por 180 obras, collages, esculturas, libros,
documentos... Es la primera retrospectiva sobre la obra del artista en Austria y es
ambiciosa y exhaustiva.
Cuenta con el asesoramiento de un gigante de la historia
del arte de la segunda mitad del siglo XX, Werner Spies, uno de los autores que
con mayor clarividencia ha estudiado el surrealismo y en particular las figuras
de Picasso y Ernst. La exposición cuenta, por tanto, con todos los alicientes para
convertirse en un verdadero acontecimiento cultural, y es una gran ocasión para
reivindicar el espacio que Ernst debe ocupar entre lo más relevante del arte del
siglo XX. El papel que jugó en el periodo de Entreguerras es, sencillamente, crucial.
Max Ernst nació en Brühl, una localidad al sur de Colonia, en 1891. Estudió en Bonn
antes de la guerra y se pasó la década entera buscando su estilo, lo que le llevó
a acercarse a todas las figuras y tendencias señeras del momento. Miró a Franz
Marc en su estupendo
Stadt mit Tieren, de 1919; a los Grosz, Dix y Beckmann en
Sombrero en la mano, sombrero; siguió al aduanero Rousseau, a Kandinsky, a
Chagall...
Stadt mit Tieren (Ciudad con animales), 1919. Salomon R. Guggenheim Museum, Nueva
York
La primera aportación real al arte de su tiempo fueron los collages que realizó
después de la guerra, de nuevo instalado en Colonia, una práctica de la que obtuvo
resultados extraordinarios a través de un estilo ya propio. Ernst utilizó imágenes
procedentes de diferentes medios, como publicaciones con fines didácticos, revistas
de ciencia y de fotografía, manuales de iniciación a las más diversas disciplinas...
Mediante un meticuloso ejercicio construía las composiciones tratando de ocultar
los bordes de las imágenes con pintura, como para hacerlas parecer imágenes
coherentes. El artista utilizó el collage para definir una postura antibelicista y
crítica. Tanto es así que han sido muchas las voces, lideradas por Werner Spies,
que sitúan estos trabajos de Ernst en el ámbito de la pintura de historia. La técnica
del collage no tendría un carácter efímero en el conjunto de la producción del
artista. No sólo volvió a realizarlos con intensidad a principios de los años treinta
sino que su propia esencia conceptual se mantendría presente durante toda su
carrera.
Les Cormorans (Los flamencos), 1920. Colección privada
Ernst se instaló en París en 1922, momento que ha de considerarse decisivo en el
marco de su carrera. Pero la exposición se detiene antes, con muy buen criterio, en
un trabajo importantísimo:
los collages para la publicación "Dadaglobe", proyectada
desde Zurich por Tristan Tzara y a la que contribuyó con un conjunto enorme de
trabajos. Lamentablemente, "Dadaglobe" nunca vería la luz. En París, decíamos,
coincidió con Paul Éluard y su mujer Gala, para cuya casa pintaría unos soberbios
murales. Es la época de la gestación del movimiento Surrealista liderado por
Breton. Sus cuadros de la época evocan la práctica del collage aunque siempre
bajo una medida contención. Las distorsiones son claras, pero nunca resultan
llamativamente desproporcionadas. Buen ejemplo de esto es
La mujer, viejo y flor,
de 1924, perteneciente al MoMA, que además hace visible el interés de Ernst por
no perder nunca la referencia escénica en el campo pictórico, incluyendo, como en
muchos otros cuadros, el paisaje como telón de fondo. También lo son dos cuadros
realizados poco después de llegar a París,
Castor y Polux y
Edipo Rey, dos obras de
contenido mitológico que explora la estridencia de la forma y su escala. Estos, sin
embargo, no podrán verse en la Albertina aunque sí en Basilea.
Weib, Greis und Blume (Mujer, viejo y flor), 1924, MoMA. Nueva York
La exposición encuentra uno de sus momentos álgidos cuando llegamos a los
cuadros de bosques, tan aclamados, realizados en torno a 1927. Son bosques
pétreos, que se presentan como un muro infranqueable, más una gran mole de
piedra que un conjunto de árboles. Y la interpretación es igualmente difícil de
abordar, envuelto todo en un aura cósmica, con dos elementos casi únicos, el
propio bosque y un astro que lo domina todo desde las alturas.
Hay algo geológico
en estos cuadros, una monumentalidad abstracta donde la presencia humana
está vetada. Todo se lo gestionan el astro y el bosque, en una relación casi
mística, enmarcada en una rara temporalidad, tan rara, que no sabemos si todo
está por llegar en una suerte de génesis esperanzador o si, por el contrario, nos
encontramos en las negras postrimerías de lo vivible. ¿Sale el sol o se oculta en el
extraordinario
Gran bosque del Kunstmuseum de Basilea? Es una serie enigmática
y compleja, gélida y pavorosa, que se encuentra entre lo mejor de Ernst. De esta
época son también sus cuadros sobre ese pájaro llamado Loplop que visitaba al
artista cada mañana, no sabemos si para dotarle de su inspiración diaria o si para
hacerle consciente de sí mismo, como un alter ego madrugador que le hiciera
partícipe de su realidad. Pero es un pájaro en continua metamorfosis, como todos
su pájaros, abstracto y también enigmático.
Le Grand Forêt (El gran bosque), 1927. Kunstmuseum. Basilea
En 1941, Ernst huye de la Europa Nazi rumbo a Nueva York, ayudado por Peggy
Guggenheim, con quien se casaría en diciembre pero de quien se divorciaría sólo
meses más tarde. Poco antes de su marcha realizaría en París, siguiendo la técnica
de la decalcomanía, un conjunto de trabajos que representaban motivos vegetales,
entre los que destaca el que ha cedido el Museo Thyssen. No son tan aterradores
como los bosques anteriores pues desprenden una grata luminosidad, pero sí
comparten cierta complejidad iconográfica. Son los últimos cuadros realizados
antes de irse. La exposición apenas se detiene en el periodo americano. Sí vuelve
a alcanzar intensidad ya en la década de los cincuenta, a su regreso, cuando
en París se libraban batallas muy distintas a las que dejó Ernst al irse, un país
sumido en la oscuridad de la posguerra y en el que la abstracción se imponía
sobre cualquier atisbo de representación. No alcanzaba el artista a comprender
cómo su fama se había diluido tan rápidamente y se descubrió inmerso en el
mayor de los extrañamientos. Le sorprendía el poder que habían acumulado los
terribles simplificateurs de la corriente abstracta pero él no quiso darse por vencido
y continuó pintando, bien es cierto que sin la beligerancia que le caracterizó
durante años. Es un Ernst más armónico, término el que siempre se enfrentó; es
el momento de los homenajes, de los guiños a sus amigos, un dejarse llevar, en
definitiva, aunque todavía realizará obras de calidad.