Heimo Zobernig en el Palacio de Velázquez. Foto: Joaquín Cortés / Román Lores
Zobernig parece vivir dentro de sintagmas, entre multitud de elementos que tienen su propia lógica interna. En ellos, aborda con aspecto crítico medios como la pintura, la escultura, el vídeo, la instalación, la intervención arquitectónica y la performance. Se apropia de cierto pasajes de la historias del arte (el minimalismo, la abstracción, la posmodernidad...) para cuestionar sus relatos y posiciones ideológicas, subvirtiéndolas y reinterpretándolas con una economía de materiales, medios y metodologías que resulta lúcida, mordaz e inquietante. El punto de partida de su trabajo es "ese sutil marco de lo que es o no es arte", dice: "Siempre he estado interesado en esa franja donde algo es arte o dejar de serlo. Eso incluye la institución, el museo o el centro de arte, y sus apariencias. Así que el proceso expositivo y sus contextos, la presentación del arte, se ha convertido en mi material", explica.
Así lo vemos en el Palacio gestionado por el Museo Reina Sofía en el Parque del Retiro, completamente modificado para esta exposición. Zobernig ha eliminado casi todas las divisiones habituales de la sala y ha dejado en un gran espacio abierto salvando algunos muros temporales de la exposición anterior. Éstos, apunta, también forman parte de sus piezas. Explica que el suelo situado bajo la escultura es tan interesante para él como la escultura en sí, y una pintura colgada en la pared es tan vital como una pequeña intervención arquitectónica en el espacio. Uno tiene la sensación de moverse por el escenario de un teatro. Nos movemos por entre pantallas, objetos apilados, cortinas, estantes, pedestales, espejos, pinturas, mamparas... Objetos que reconocemos, que sabemos para qué sirven, pero que aquí se renuevan a pesar de su familiaridad. Zobernig parece perseguir la pregunta de qué es lo que en arte provoca una convulsión, genera movimiento o una reacción y, con ello, cuestionar la imagen tradicional del artista y del espectador. Una vez dentro de este escenario pronto vemos que lo que ahí sucede no es tan sencillo como parece...
-¿Cómo ha trabajado con el espacio?
-Veo el Palacio de Velázquez como una plataforma única en la que ciertas partes se contraen y otras se amplían a través de mi intervención. La idea que tengo de la exposición es que no debe ocultar la calidad de la arquitectura, pero sí debería ofrecer una nueva experiencia de ella.
-Háblenos de la exposición. ¿Cómo la ha planteado?
-En primer lugar, pensé en las dimensiones de las obras que podían crear un buen contrapunto con el espacio expositivo. Teniendo en cuenta la gran escala del Palacio de Velázquez, no tenía sentido centrar la exposición en una sola idea genérica, sino en crear una visión global de mis trabajos a partir de una gran cantidad de obras. Todos los trabajos se enriquecen mutuamente y son paradigmáticos de distintas etapas de mi carrera. La exposición se basa en la creación de situaciones espaciales y confrontaciones articuladas por pinturas.
-Y, en estas situaciones espaciales, ¿qué rol tiene el espectador?
-No hay arte sin audiencia. La audiencia es un fenómeno social. Esta exposición es una invitación para que la audiencia habite la exposición; para caminar a través de la sala, como un flaneur y poder experimentar nociones de espacio; ofrece un marco temporal para sentir la sensación de la expansión del tiempo y una especie de deseo de percepción. Sé que mucho de lo que desencadena la muestra es invisible, precisamente la nada en medio de todo eso.
-Hábleme del uso que hace de los objetos. ¿Qué le interesa de ellos?
-Creo que todas las cosas, los objetos, determinan nuestro comportamiento. Lo social y lo político son, en última instancia, un problema de forma. Los objetos nos guían, llaman nuestra atención y también nos condicionan, nos disciplinan. Lo que hago con esa experiencia concreta que nos proporcionan los objetos es poseerla o rechazarla. Y eso ocurre en una escala que va mucho más allá de las necesidades básicas.
-¿Cuál es el mensaje de todo ello?
-Que el arte es algo que no puede reducirse a una función. Incluye todo lo que mueven y tocan las personas, nuestra suerte y nuestra desgracia. El mensaje es todo lo que alguien puede estar buscando, y el arte en sí mismo.
-¿Y qué es el arte en sí para Heimo Zobernig?
-Algo existencial, incluso en lo que no es arte.
-La obra parecen coexistir a base de accidentes... ¿Es el azar también un material?
-Por supuesto, trato de trabajar de forma metodológica y sistemática, pero el progreso siempre se desencadena por coincidencias y accidentes.
-¿Y cómo ha evolucionado su trabajo en estas tres décadas?
-Todo el trabajo realizado hasta el momento es una experiencia que expande las posibilidades y fortalece el ímpetu para seguir trabajando sobre las contradicciones. Con cada obra, el sentimiento es sorprendente y, también, la dosis de libertad.
-Háblenos de futuro. ¿Hacia dónde van sus nuevas obras?
-Lo más nuevo es esta exposición. También una nueva serie de pinturas que presentan temas intrínsecos de la historia de la pintura, como por ejemplo una paráfrasis del hombre en la naturaleza, desde Giorgione a Manet y Picasso...