Es un momento importantísimo para el arte en Ámsterdam y en Holanda. Las recientes elecciones sacaron del gobierno a la extrema derecha del indeseable Geert Wilders y la ciudad de los canales recupera el Stedelijk, su buque insignia desde que se erigió en epicentro de mucho de lo que ha ocurrido desde que el arte es contemporáneo, esto es, desde los años sesenta. Wilders, ese personaje siniestro, ha hecho un daño que podía haber sido irreparable. En los tiempos que ostentó un cierto poder, quiso, y en cierta medida logró, instaurar en la sociedad holandesa la idea de que los artistas eran vagos, figuras, si no prescindibles, sí merecedoras de serles retiradas las ayudas que tradicionalmente recibieron, las que hicieron de Holanda la llama creativa que alumbró buena parte del mejor arte europeo de las últimas décadas. Y no sólo a los artistas holandeses sino también a todos los que allí marcharon a probar suerte. Probablemente les suenen nombres como los de Eulalia Valldosera, Lara Almarcegui, Asier Mendizábal, Fernando Sánchez Castillo, Cristina Lucas, Paloma Polo o Rubén Grilo, cuyas carreras, ya lanzadas, deben mucho a las oportunidades que un día les brindaron las estupendas escuelas holandesas.
Obra de Christian Friedrich
A ello contribuye notablemente el diseño arquitectónico creado por Benthem Crowel Architects (responsables también de buena parte del gigantesco aeropuerto de Schipol, en Ámsterdam), una estructura de 3.000 metros cuadrados con forma de bañera que se ha adherido al edificio original, del siglo XIX. Está compuesta de una fibra inmune a los cambios de temperatura que es cinco veces más resistente que el acero. Por mucho que varíe el clima, no habrá grietas en la superficie, inmaculada y neutra. La bañera flota sobre la entrada al museo. La idea es que la plaza se prolongue hasta el interior, y por eso el suelo de fuera es el mismo que se pisa una vez dentro, donde la cafetería y la tienda reciben al visitante antes de entrar en los espacios expositivos. Se ha querido que el contraste exterior/interior fuera mínimo, pese a las enormes diferencias que existen entre la arquitectura original del edificio antiguo y su ampliación. En el interior, sin embargo, uno nunca podrá diferenciar entre lo recientemente proyectado y el museo original, tal es la unidad física del conjunto, que contribuye a anular la distancia entre lo viejo y lo nuevo y, tal vez también, ya en un terreno metafórico, a hacer olvidar la década de inmovilismo que ha sufrido el Stedelijk.
Karel Appel, Mural (1956)
El Stedelijk reabre sus puertas con todo a su favor. Su directora, Ann Goldstein, que llegó al cargo hace tres años procedente del Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, quiere abrir el museo a la ciudad. Quiere darle un carácter vivo, ambicioso y visionario, y quiere que sean los artistas los que impulsen su motor. Tendrá el Stedelijk las dificultades económicas que asolan a todas las instituciones museísticas del mundo y de las que sólo se libran los cuatro grandes, pero Goldstein dice tener los mimbres para adquirir un estatus importante sin necesidad de caer en la dinámica del blockbuster, esto es, de las exposiciones que sólo quieren atraer al gran público. De entrada, su primer gran proyecto será la esperada retrospectiva de Mike Kelley, fallecido este año y con quien la directora trabajó repetidamente en su etapa californiana.