Obra de Alexandre da Cunha.
En el umbral de un posible acontecer y consciente del lugar que ocupa en el horizonte de la ambigüedad se encuentra la selección de trabajos que ha realizado el comisario venezolano. Esta se opone con autoridad al dictado moderno, pues le seducen las obras que se encuentran en ningún lugar y en todos a la vez. Se inclina por un tipo de trabajo que no se ciñe a un formato o medio concreto sino que se pliega rehuyendo clasificaciones normativas. Vean, si no, la estupenda propuesta de la alemana de origen turco Viola Yesiltac, con sus imágenes fotográficas que representan papeles que son a un tiempo fotografía y escultura. ¿En qué campo situarla?
Este debe ser uno de los matices de esa inminencia que nos sobrevuela constantemente en la exposición. Y cuando pone estos trabajos en contexto con otros, que es, nos dice, cuando realmente cobran sentido, no lo hace buscando meras analogías formales o conceptuales sino que las disemina en emplazamientos que resultan muchas veces desconcertantes. Nos habla reiteradamente de constelaciones, un término que estamos hartos de escuchar en las grandes exposiciones pero que él subvierte radicalmente, pues éstas han de ser forjadas en la memoria de lo ya visto en algún otro rincón no siempre cercano, y no en asociaciones previsibles. ¿Cómo así la lejanía entre dos figuras tan próximas como Katja Strunz o Erica Baum con sus interesantísimas exploraciones sobre la imagen impresa?
Obra de Helen Mirra
Intersticial y brumoso es el arranque del recorrido, en la planta baja. Las imágenes espectrales y ya líquidas de Guy Maddin absorben al visitante en un mundo complejo. No muy lejos encontramos los dibujos de Daniel Steegmann, un barcelonés residente en Brasil que trabaja en el ámbito concreto y atento de una geometría que no por formalista encuentra definidos sus límites. ¿No es frustrante conocer y descubrir todo lo que se desconoce? Su incursión en la selva en un trabajo fílmico contiguo así lo delata, y entronca con la singular revisión que de Mondrian hace Bas Jan Ader, dos pisos más arriba. Cerca hay un juego de sombras y otro de dudosos equilibrios en los trabajos respectivos de Anasthasios Argianas y Alexandre da Cunha que apoyan esa lógica de lo inestable. Reverberan en los trabajos de Jiri Kovanda y también en los de Fernanda Gomes del piso superior, una oda a la fragilidad y a la fugacidad de la forma.
Obra del colectivo Productos Peruanos Para Pensar (PPPP)
En la guía de la exposición, Pérez-Oramas sugiere pautas con las que abrazar esas constelaciones, si bien parecen evidentes, y sospechamos, no nos lo podrá negar, que son sólo el punto de partida desde el que buscar con mayor intensidad. Por eso yo veo algo innecesaria esta sugerencia, pues el hecho de invitarnos a aglutinar a artistas bajo ciertos "epígrafes" (el recurso al objeto encontrado o el talante performativo, entre otros) rebaja la altura de esa idea bellísima que apunta en su hondo y recomendable ensayo que pasa por disfrutar de la ignorancia, de deleitarse en la posibilidad de desconocer, algo que achaca a muchos creadores contemporáneos que parecen darlo todo por sabido. Lo bonito de esta Bienal es preguntarse de dónde proceden los ecos que oímos, es sortear el lugar común y asomarse al abismo de lo que escapa a una comprensión inmediata. Y esa sensación se vive en la exposición.