Pedro Cabrita Reis en su estudio. Fotografía: PCRSTUDIO
Pedro Cabrita Reis es un referente dentro de la escena artística de Portugal. Junto a Julião Sarmento, es el artista portugués más reconocido internacionalmente. Tras un largo tiempo sin una exposición individual en España, ocupa ahora el madrileño espacio de Ivorypress para presentar Los Rojos, una selección de sus últimas pinturas, esculturas y fotografías que viene acompañada de un proyecto editorial, El árbol de la luz. Hablamos con este artista que piensa con los ojos y que los cierra para ver el mundo.
Lo vemos en sus dibujos, fotografías, esculturas y pinturas que hoy forman parte de colecciones internacionales tan importantes como las de la Tate de Londres, la Fundação Calouste Gulbenkian de Lisboa o la de Hamburger Kunsthalle, entre muchas otras, y que han participado en bienales como la de Venecia o São Paulo. También en sus escritos, la menos pública de sus facetas como artista, pero que para él es como dibujar, "un ejercicio mental que te obliga a enfrentarte a la necesidad, cada vez más fuerte, de hacer más con menos".
En la exposición que hoy se abre al público en Ivorypress saca a la luz sus notas de hace justo un mes, del 24 de octubre. Las escribió en Casa Queimada, la zona del Algarve portugués donde tiene su casa-estudio. En Madrid acompañan a los 20 dibujos sobre fotografía inspirados en una de sus últimas series que ha recogido en el libro El árbol de la luz y que forman parte de la exposición que ha titulado Los Rojos. El texto habla de árboles que "se quedaron detrás de nosotros para iluminarnos el camino". Las pinturas, de los olivos milenarios que el propio artista plantó en su finca. Imagen y texto remiten, explica Cabrita Reis, a "un territorio donde sentir, al mismo tiempo, las energías anímicas y el espíritu de la inteligencia". En este terreno de lo filosófico, un sillón cómodo desde el que a menudo habla el artista, Cabrita ve en los olivos una "belleza profunda, silenciosa. Los miras, los tocas y sientes que te acompañan, que están ahí contigo". Todo lo que acaba trasladando al estudio nace mucho antes, en imágenes fugaces cazadas en paseos, lecturas o películas, en la basura con la que se cruza o en su más inmediato entorno. En sus construcciones recicla recuerdos casi anónimos de gestos y acciones que repetimos a diario para hablar de memoria, de la vida más allá de lo visible.
Su oficio, además de artista, es el de recolector de recuerdos: "A algunos artistas les interesa analizar los cánones para destruirlos e imponer otros, pero yo no formo parte de esa familia. Yo voy silenciosamente recogiendo lo que otros han olvidado o han dejado atrás. Todo me interesa, por eso soy un recolector. A partir de ahí organizo mi percepción del mundo. Desde que empecé en los 80, mi trabajo siempre se ha basado en lo mismo: en la curiosidad absoluta, en una manera de mirar que no termina en lo que ves, donde una pintura de Rembrandt es igual que una piedra que recoges en la playa", explica.
Mi casa es mi mundo
Esa percepción del mundo nació en la casa donde se crió, en una zona residencial de Lisboa. El artista describe el apartamento como un pasillo con habitaciones a cada lado, como un sistema de células agrupadas en torno a una vena principal. Muchas de sus obras versionan ese espacio una y otra vez reinventando el sentido de la idea de hábitat: "La casa es como un dibujo del territorio primordial del hombre. A partir de ella, el hombre accede a la construcción del mundo. Todo lo que he hecho es pensar sobre el territorio, sobre cómo definir su geografía", dice.
-Habla de términos como edificio, territorio o construcción. ¿También de arquitectura?
-A veces hay una mala comprensión de mi trabajo en relación a la idea de arquitectura, al incluir en mis obras elementos como ventanas, puertas o escaleras, por ejemplo. Pero es una lectura superficial. Nada más falso. La arquitectura es un ejercicio sociológico conectado con la gestión política, y ésa implica a menudo una dirección policial de la libertad del individuo en el contexto urbano. Creo que el hombre vive en una posición simultánea de libertad y pérdida y que, en ese debate, construye su territorio. Me interesa la idea de construcción como el acto primordial de colocar una piedra junto a otra.
-Justamente, esta exposición presenta también cuatro de sus esculturas que remiten de manera clara al mundo de la construcción. Háblenos de ellas.
-Son esculturas realizadas con grandes paneles de cristal doble pintados de rojo. El uso de materiales de la construcción es un contrapunto al discurso clásico de las Bellas Artes que plantean las pinturas. No son inocentes estos materiales. Me interesa que el espectador se pregunte dónde los ha visto antes en su contexto cotidiano. Establecer un puente raro, complejo y misterioso entre una realidad plasmada en la obra de arte y la confirmación de que esa realidad existe en la vida diaria. Me interesa crear esa especie de frontera intocable, invisible, una especie de intervalo entre las dos cosas, las que se conocen y las que se reconocen.
-Suele decir que el punto de partida en sus obras siempre es la pintura, hasta en las esculturas...
-En la música existe el término bajo continuo, una especie de rumor que hay bajo la melodía y que organiza la composición musical. La pintura para mí es ese rumor. En todo lo que hago, siempre reivindico una mirada de pintor.
-Esa variedad de cosas agrupa esculturas, fotografías, dibujos... pero no instalaciones. ¿Por qué rehuye del término?
-En cierto momento de la historia del arte, las instalaciones han sido importantes porque respondían a la necesidad de trabajar con el espacio dentro de la obra. Pero eso ya acabó. Yo he decidido no hacer más instalaciones porque las considero un proceso vacío. Para mí son poco más que decorados de interiores.
Buscando la luz
-El trabajo con neones de luz es uno de sus signos paradigmáticos. ¿Qué relación tiene con la idea de espiritualidad?
-La luz no es más que una materia igual que los ladrillos, las maderas o el cemento. Es tan pesada como el hormigón y tan densa como el plomo. Un tubo de neón es como una línea en un dibujo y las bombillas son como manchas de pintura en una tela. La luz no clarifica, sino que es la demostración de una imposibilidad de mirar a través de la claridad. El arte se construye a partir de lo oscuro.
-¿Esa imposibilidad de mirar fue la que le llevó, en los 90, a retratarse con los ojos cerrados?
-Fue la idea de que el exceso de luz provoca ceguera. La tradición clásica del autorretrato es la mirada del artista representado a sí mismo bajo el ejercicio de mirarse al espejo. En mis autorretratos la propuesta es inversa. Proponen una mirada subjetiva. Los ojos cerrados implican una mirada al interior, la mirada a partir de la cual los artistas perciben el mundo.
-Pese a la apariencia alegre, los neones transmiten melancolía. ¿Es algo que busca?
-En cierto modo sí. La melancolía habla tanto del destino trágico de la humanidad como de una libertad única y absoluta. Está hasta en las cosas más mínimas, como los materiales de las obras de arte. En los neones no hay tristeza, pero sí una especie de vacío, de pérdida, una herida profunda que busca constantemente resolverse, cerrarse. Pero, ¿no es esa herida lo que caracteriza la construcción de una obra de arte? La obra de arte es un ejercicio de memoria en relación a un futuro inminente.
-¿Y el arte? ¿Qué es?
-El arte es una herramienta mental, espiritual, que expande la inteligencia.