Estudio para La Última Cena, 1493-94
Cuando contaba con 30 años, Leonardo se trasladó a Milán desde Florencia. Era, ya entonces, uno de los artistas más aclamados, pero buscaba la comodidad de trabajar a las órdenes de un patrón poderoso. Ludovico Sforza, El Moro, tenía pretensiones parecidas. Quería convertir su gobierno en un ejemplo de gestión que se acercara a la perfección y construir en torno a sí un perfil político próximo al ideal de los grandes gobernadores. Sforza y Leonardo estaban destinados a hacer de su relación uno de los tándems más prósperos del momento. Entrados en la década de los ochenta, el artista no tardó en hacer alguno de sus trabajos más importantes y sacó el mejor partido de sus intensas reflexiones en torno a la belleza (y la fealdad), la proporción perfecta, las relaciones entre la luz y la sombra, la expresión y sobre cómo interpretar los complejos misterios de lo divino.
Virgen de las Rocas, 1483-1486. Musée du Louvre, Paris (izda.)
y Virgen de las Rocas, 1491-1508. National Gallery, Londres
Leonardo realizó otra copia del mismo tema, que hoy pertenece a la colección de la National Gallery. Es un trabajo que ha sido sometido a intensísimos estudios que revelan que una composición completamente distinta se esconde tras las capas de pintura. Una mano y una cara dibujadas en la zona del rostro de la virgen pintada. La composición original que planteaba Leonardo muestra a la Virgen agachándose para adorar al niño. Parece claro que el artista quería realizar una segunda versión para profundizar en un asunto que indudablemente le había cautivado, un tema que, sin embargo, tuvo que interrumpir por posibles presiones por parte de su patrono, más conservador, para regresar a una composición que no dista en exceso de la homónima del Louvre.
En cualquier caso, pese a no mostrar avances revolucionarios en su composición, sí presenta aspectos fundamentales para entender el modo en que desgrana las posibilidades cromáticas y lumínicas de la pintura. Se aprecia especialmente en el modo en que cae la luz sobre ciertas zonas, como la parte interior, dorada, de la toga de la virgen. Los estudios de composición realizados no cayeron en saco roto y forman hoy parte de los deslumbrantes bocetos por los que su autor es considerado una rara avis de talento cegador.
El músico, 1486-1488. Venerada Biblioteca Ambrosiana, Milán
La segunda sala está dedicada a los retratos de mujeres. Aquí deslumbra el realizado a la amante adolescente de Ludovico, Cecilia Gallerani, más conocida como La Dama del Armiño. Este cuadro es una de esas grandes joyas de la historia de la pintura, un canto a la belleza idealizada y atemporal. Con ese fin la pintó Leonardo, para que cualquiera que ante ella se detuviese sintiera el magnético poder de la belleza. También en esta sala puede verse el retrato de esa mujer desconocida que llamamos la Belle Ferronnier, una mujer que expresa un ideal de belleza diferente, basado en líneas más duras y en un interés por la geometría de las formas.
La Dama del Armiño, 1489-1490.
Museo Nacional de Cracovia
Es en la sala cuarta donde se nos presentan las vírgenes y el descomunal material de trabajo que trajeron consigo. La presentación, por vez primera de las dos pinturas, la de París y la de Londres, juntas, es una de las claves del enorme interés que ha suscitado esta exposición. En la siguiente sala la estrella es la Madonna Litta, un cuadro perteneciente al Hermitage que no está en el Prado al estar en esta exposición londinense. El cuadro está también rodeado de multitud de estudios.
Madonna Litta, 1491-1495. © Museo del Hermitage, San Petersburgo
Es una exposición importante para comprobar uno de los periodos más fecundos del artista, si no el más, de alguien que combinó sus experimentaciones en torno a la pintura con una prolífica carrera como ingeniero civil, pues en esta época intervino decisivamente en construcciones importantes en la sociedad regida por Ludovico Sforza. No hay duda: el artista total que fue ya se manifiesta en sus años milaneses, entre su treintena y el medio siglo de vida.