“Nadie es un monstruo las 24 horas del día”, dice la escritora estadounidense Emma Cline (California, 1989). Ni siquiera Harvey Weinstein. Esta premisa, que puede resultar controvertida en los tiempos que corren, es la semilla de Harvey, el nuevo libro de Cline. Tras el enorme éxito internacional de su debut, Las chicas, la autora escribió esta nueva obra, una nouvelle de apenas un centenar de páginas, después de leer en la prensa que el productor de cine y depredador sexual pasó los días previos a la sentencia que lo condenó a 23 años de prisión en casa de un amigo, googleando su nombre y viendo Netflix. “Me pareció una escena muy humana, triste y patética”, explica mediante videoconferencia desde Los Ángeles.
Si en Las chicas Cline se introducía como narradora en la mente de las jóvenes que perpetraron los terribles crímenes de la secta de Charles Manson, ahora hace un ejercicio similar y se pone en la piel de Weinstein. Es, como publicita Anagrama, la editorial que acaba de publicar el libro en nuestro país, “el #MeToo contado desde la cabeza de Harvey Weinstein, su villano principal”.
El mayor riesgo que corre un escritor que se lanza a semejante aventura es el de traspasar la frontera de la empatía, necesaria para crear un buen personaje, y caer en la justificación. A Cline no le preocupaba eso: “Siempre pensamos en este tipo de personajes en blanco o en negro, pero hay una amplia zona gris que la ficción te permite explorar. La respuesta de los lectores ha sido hasta ahora mayoritariamente muy positiva. Es cierto que también ha habido quien me ha preguntado si acaso empatizo con un monstruo como Weinstein, si creo que es buena persona o que no debería haber sido condenado. No tiene sentido que la ficción emita juicios respecto a los personajes. Si mi punto de vista fuera moral, no podría escribir un buen libro, o al menos no uno que cumpliera con lo que yo me propongo como escritora”.
Cline escribió Harvey entre enero y febrero de 2020, cuando aún no se sabía si Weinstein sería condenado o no, y la acción transcurre en las 24 horas anteriores al veredicto. “Me atraía ese marco temporal de un día, justo antes de que se descubra su destino”, explica la autora. También le interesaba explorar el concepto de autoengaño. El Harvey de Cline —en todo momento ella se refiere a su personaje, no al Weinstein de verdad— es un tipo tan acostumbrado al poder y al éxito que “su mente tiene unas autodefensas muy grandes que le hacen vivir en una realidad paralela. Él está convencido de que las mujeres con las que tuvo esas ‘aventuras’ se prestaban voluntariamente. En su mente seguro que ellas eran las oportunistas. “Todo le había ido bien en la vida hasta ese momento, pero ¿hasta cuándo puedes seguir pensando que eres el héroe de la historia y que todo saldrá bien?”, plantea la escritora.
Otro factor que distingue esta novela corta de lo que sería un ensayo es que la escritora no se documentó en absoluto para escribirla. “No hice ninguna investigación previa. Quise escribir la historia basándome en lo poco que sabía de Harvey Weinstein. No sabía si tenía hijos o no, pero yo quería contar que tenía hijas adultas y que alguna de ellas iba a visitar a su padre la noche antes del juicio. Quería permitirme este tipo de licencias narrativas, quería otorgarme esa libertad”.
Cline explora también lo que sucede en el entorno social de un personaje como Weinstein cuando cae en desgracia. “Me interesaban estas redes de personas que de un modo u otro están en connivencia con el personaje hasta que todo se cae. Sin duda es algo que he visto sobre todo en Estados Unidos, donde hay una veneración tan grande del dinero, el poder y la fama. También hay mujeres que tienen esa capacidad de connivencia con el poder, aunque sean al mismo tiempo las víctimas. Por tanto, no me interesa reflejar que los hombres son malos y las mujeres buenas, sino que es más complicado que eso”.
La autora insiste en que la literatura de ficción, tal como ella la concibe, no es terreno para el activismo, así que mantiene ambas esferas separadas. “Tengo amigos escritores que se consideran escritores políticos y me parece legítimo, pero a mí me interesa explorar con la ficción las zonas grises de la moral. Escribir con una corrección política absoluta o para mostrar que soy buena persona sería muy limitante, no daría lugar a ninguna obra que a mí me gustara leer. Creo que hay una tendencia en Estados Unidos y en otros lugares a exigir que los artistas no solo sean pilares impecables desde un punto de vista moral y político, sino que queremos que los personajes de ficción también actúen de manera impecable y no tomen decisiones erróneas o malas o muestren partes repugnantes del ser humano. Me parece algo extraño y no siento ninguna afinidad con ese planteamiento”. “El movimiento Me Too ha sido tan importante que cosas que se habrían tolerado hace cinco años ahora son un estigma. La velocidad a la cual cambió la conversación nacional fue impactante para mí. Por eso me interesa escribir sobre personajes que se sienten un poco enajenados en este nuevo mundo”, explica Cline, autora de un libro de relatos titulado Daddy que verá la luz en España también de la mano de Anagrama, y que está poblado por personajes de este tipo. “En esta colección de relatos hay hombres de una cierta generación que miran a su alrededor y se sorprenden de que el mundo haya cambiado tan rápidamente”.