Confiesa Lorenzo Silva (Madrid, 1966) que este libro es "una cuenta pendiente con los lectores, con el personaje y conmigo mismo" desde la primera entrega de la serie, escrita en 1995, en la que ya se aludía al pasado del guardia civil Rubén Bevilacqua. Siempre la ha tenido en la recámara pero para escribirla necesitaba conocer bien los entresijos de la lucha antiterrorista, "algo nada fácil". También pensó que era mejor aguardar a que ETA desapareciera, "para poder tener cierta distancia y la libertad que te proporciona no escribir sobre un conflicto abierto. Y he esperado a 2020 porque el trabajo de documentación, que empecé en serio en 2015, me ha llevado todos estos años".
Pregunta. ¿Qué es el mal de Corcira y cómo afecta a Bevilacqua y a la víctima del crimen, Igor López Etxebarri?
Respuesta. El mal de Corcira es el virus de la confrontación civil, de ese impulso siniestro que lleva a ver en el conciudadano un enemigo al que es lícito abatir, y que tanto hemos conocido los españoles en los últimos dos siglos. No lo inventamos nosotros: lo describe Tucídides a propósito de la guerra civil que hubo en Corcira (hoy Corfú) en el siglo V a. C y que inició el fenómeno en el mundo griego. Lo pavoroso es que los rasgos que Tucídides identifica en aquel conflicto de hace más de 2.400 años valen para los de hoy, también para esa versión que fue el desafío de ETA a la sociedad española, incluida la vasca. Los efectos que nos cuenta el griego también llegan hasta Bevilacqua e Igor: el encono, la crueldad, la adulteración del lenguaje, el desprecio del otro, el prestigio del airado. Ambos se ven bajo su influjo, cada uno desde su lugar, y ambos se rebelan, a su modo.
Desprotegidos y expuestos, desamparados
P. Hasta ahora habíamos leído novelas sobre valientes gudaris, sobre las víctimas (Aramburu, Guerra Garrido), pero usted ofrece una perspectiva inédita, la de los guardias civiles que en plena democracia eran acosados y masacrados, junto a sus familias, ante la pasividad general. ¿Ha llegado hora de hacerles justicia?
R. Estuvieron muy solos, arrostraron un inmenso sacrificio, y de ese sacrificio vino en buena medida la restauración efectiva de los derechos y las libertades entre los vascos, cercenados por una organización de extorsionistas violentos, algo que tengo la sensación de que la sociedad vasca no les ha agradecido como debería. Tampoco les hizo sentir su apoyo en lo más duro del combate, ni siquiera la sociedad española se portó bien con ellos: los dejó desprotegidos, expuestos, y durante mucho tiempo hasta dejaba desamparados a sus huérfanos y viudas. Son personajes casi invisibles en el relato del drama vasco -que también fue el drama español: en ningún término municipal mató ETA tanto como en el de Madrid- y sin embargo son cruciales para entender la historia. Pusieron más muertos que nadie, incluidos sus hijos, y nadie como ellos llegó a conocer las entrañas del monstruo, hasta aniquilarlo por completo. Hacerlos visibles, acercarse a su experiencia, con sus luces y sombras, era para mí inexcusable.
P. Prescinde de Chamorro durante gran parte del libro. Aunque luego hace un descubrimiento clave para la investigación. ¿Su ausencia le ha permitido quizás profundizar más en los recuerdos y personalidad de Vila? ¿Era una estrategia para resaltar lo importante del papel de la mujer en la pareja de investigadores?
"Yo no creo en el olvido ni en el rencor: creo en la memoria serena y completa, que impide silenciar el dolor de las víctimas, y también caer en el error de blanquear al verdugo porque era 'de los nuestros'"
R. Prescindo sólo hasta cierto punto. Como dice el joven papa de la serie de Paolo Sorrentino, Absence is presence, a veces no estar es la forma más intensa de presencia, y en el tiempo en el que están separados Chamorro sigue muy presente en la mente de Bevilacqua, aunque sólo puedan hablar por teléfono o WhatsApp. Sigue siendo su confidente, la pared maestra de su edificio, la pantalla en la que reflejar sus ideas y sus sensaciones y ponerlas a prueba. Por eso, cuando ella se reincorpora y se suma a la investigación, lo hace con tino y eficacia. En cierto modo, no ha dejado de estar ahí. Y que la mujer es trascendental no sólo en esta pareja, sino en el trabajo policial de la Guardia Civil, no sólo lo acredita ella. Los recuerdos de los años 80 y 90 de Bevilacqua permiten apreciar hasta qué punto fue crucial incorporar a las pioneras del cuerpo a la lucha antiterrorista, donde hicieron aportaciones decisivas.
P. Volviendo al País Vasco, ¿de verdad cree, como Pereira, que la historia ha acabado poniendo a cada cual en su sitio? ¿No es hora de hacer justicia? ¿Debemos resignarnos al olvido, incluso en el caso de la Casa Cuartel de Zaragoza o del Hipercor?
R. La Historia siempre está escribiéndose y reescribiéndose, pero poco a poco empieza a verse mejor quién era quién. Páginas oscuras en un conflicto las escriben siempre los dos bandos, pero en este había quien renunciaba a todo escrúpulo y quien acabó comprendiendo que la ley, el rigor y la solvencia moral que te da defender una causa justa y los derechos y las libertades de todos, incluidos los criminales, eran mejores armas que los atajos que en otros momentos se cayó en la tentación de tomar. En cuanto al olvido, siempre habrá quien lo practique y preconice para los desmanes de los suyos, mientras se afana en hacer bien presentes por toda la eternidad los del adversario. Yo no creo en el olvido, tampoco en el rencor: creo en la memoria serena y completa, que impide silenciar el dolor de las víctimas, y también caer en el error frecuente de blanquear al verdugo simplemente porque era “de los nuestros”.
P. ¿Comparte con su protagonista, Bevilacqua, el desengaño (desapego) con las banderas?
R. Las banderas las respeto. No respeto que me las metan en el ojo, que es el deporte nacional. Me distancié de él desde chico. Soy hijo de militar, vivía en una colonia militar. Mi padre llevaba la bandera en el uniforme y habría muerto por ella, si hubiera hecho falta (se presentó voluntario para Ifni y Bosnia). Me decía que por eso mismo no le hacía falta llevarla en el reloj. Eso me previno desde muy pequeño contra la vana ostentación. Muchos que están todo el día luciendo la bandera no se prestarían a morir por ella, como sí lo harían, por la bandera y por la comunidad que simboliza, otros que no te la restriegan.
"Quien se sienta en el gobierno de España debe tener claro que cruzar ciertas líneas implica una pérdida de respeto a una parte de la ciudadanía, incluso su desamparo, que es lo último que se puede permitir"
P. ¿Entiende el lío en el que nos hemos metido en Cataluña y el País Vasco? ¿tiene solución tras las concesiones pactadas para garantizar la estabilidad parlamentaria?
R. Nos guste o no, ese lío es la España que tenemos, y no podemos comprarnos otra en Amazon. Hay muchos conciudadanos desafectos al proyecto común, y en parte puede ser intoxicación pero en parte hay un fracaso del sistema que se puso en pie para propiciar la continuidad de ese proyecto. No se va a resolver el problema desde la deserción interesada, como pretenden los independentistas, porque estamos condenados a coexistir con una estrecha interrelación, la llamemos como la llamemos; pero tampoco con el ordeno y mando que seas español en el que se atrincheran algunos. En todo caso, creo que quien se sienta en el gobierno de España debe tener claro que cruzar ciertas líneas implica una pérdida de respeto a una parte de la ciudadanía, incluso su desamparo, que es lo último que se puede permitir.
El crimen en los tiempos del COVID
P. Parafraseando a Bevilacqua... ¿cuánto y como va a aguantar el tinglado español sometido "a la tensión derivada de la brecha creciente entre quienes se lo pueden permitir todo y quienes apenas podían permitirse nada"?
R. Esa es la otra tensión, quizá la más importante, la que a veces se nos olvida por la omnipresencia del espeso y persistente debate identitario: la que deriva de las desigualdades en el seno de una sociedad donde hay quien tiene mucho más de lo que aprovecha y quien carece de lo que debería tener. Y no me refiero sólo a medios y comodidades materiales: sino a las oportunidades de abrirse camino en la vida y forjarse un proyecto de futuro. Con sus defectos, nuestro sistema ha propiciado durante décadas una razonable equidad en cuanto a las posibilidades que ofrece a sus ciudadanos. La creciente desigualdad, y la factura asimétrica de los sucesivos quebrantos y crisis, está poniendo eso en peligro. Inmenso error.
"Tengo ya un par de ideas, que no van por ahí, sino por el rostro real que ha tenido la muerte entre nosotros en estos meses. Será imposible silenciar el drama de las residencias, pero pienso en otra clase de víctimas"
P. ¿Ha pensado ya en la próxima aventura de Chamorro y Bevilacqua, quizá en los tiempos del COVID? ¿Y en la víctima, sería un investigador científico, un médico, un político, un gestor de residencias quizás...?
R. Llevo meses pensando en ella, no podré esquivar el asunto y aunque no pienso afrontarlo de manera inmediata -para novelar, mejor tomar alguna distancia- tampoco podré demorarlo mucho. Tengo ya un par de ideas, que no van por ahí, sino por el rostro real que ha tenido la muerte entre nosotros en estos meses. Será imposible silenciar el drama de las residencias, el agujero negro de esta pandemia, pero pienso más bien en otra clase de víctimas, tanto de muerte natural como de muerte delictiva. Confinados y todo, hemos seguido teniendo algún que otro homicidio. Y otra clase de delitos, que tienen que ver con la responsabilidad y con la manera particular que tenemos a veces de afrontarla. No soy partidario de criminalizar gratuitamente la mortandad, pero nos toca hacer alguna autocrítica. A todos.
Un supervillano y sus víctimas
P. Ahora ha publicado también con Manuel Marlasca una novela gráfica, El Solitario. ¿Qué tiene "el criminal que tuvo en vilo España" para que lo eligieran como protagonista, cuando si de algo andamos sobrados en España es de delincuentes?
R. Siempre es delicado hablar por otro, pero creo que tengo la confianza suficiente con Manu y que no se sentirá traicionado por mis palabras: elegimos al Solitario porque siendo un criminal conocido, que en su día causó sensación y hasta alguna admiración –a quienes se dejan deslumbrar por los maleantes, que en la realidad rara vez tienen algo de épico- su historia tenía todos los mimbres para desmitificar esa figura del supervillano, ahora tan de moda gracias al Joker y algún otro. También para llamar la atención del lector sobre lo que más importa de una peripecia criminal: en este caso, las víctimas que dejó a su paso (tres muertos, varios heridos y unas cuantas personas que vivieron con terror sus atracos) y los servidores públicos que consiguieron que dejara de ir poniendo en peligro a sus semejantes, con su manera violenta y peligrosa de vaciar bancos para poder vivir sin pegar un palo al agua.