Fernando Aramburu. Entrada la década de los setenta, cursé en el colegio Larramendi, de San Sebastián, el Bachillerato Superior y el llamado Curso de Orientación Universitaria (COU). Años después he sabido que en aquel colegio se aplicaban métodos didácticos novedosos, bastante avanzados para la época, de los cuales, sin posibilidad de comparación, uno no era del todo consciente. Lo cierto es que por las aulas del Larramendi pasaron colegiales que de adultos han tenido una destacada presencia en el mundo del periodismo, la política, la literatura, etc. Que algo se hacía bien en aquel colegio queda fuera de toda duda. Yo debo a un profesor del Larramendi, Pedro María Manchola, mi afición a la lectura. En el pasillo había un armario con libros a disposición de los alumnos. Y había asimismo un cuarto de juegos con tableros y piezas de ajedrez, donde, particularmente en los días de lluvia, los chavales se encerraban a estrujarse las meninges en disputadísimas batallas, a menudo incluso después de terminada la jornada escolar. Daba más rabia perder al ajedrez que al fútbol o al frontón, con la diferencia de que en el primer caso no había desquite posible sino avezándose al cálculo y a esa cosa a menudo escasa entre los jóvenes: la paciencia. Sé que eres un gran promotor del ajedrez en los colegios y que has participado como director en una iniciativa didáctica "Aprender con ajedrez". Te agradecería que trazaras las líneas pedagógicas esenciales de esta actividad para la cual la denominación de juego, con todo lo honrosa que pueda ser, acaso se quede corta.
Leontxo García. La mayoría de la gente tiende a pensar cada vez menos. Lo dijo hace poco el eminente filósofo Sloterdijk en El País: "La vida actual no invita a pensar". Y el escritor uruguayo Washington Abdala acaba de publicar El Homus Idiotus (2019). Necesitamos contrapesos de esa tendencia a la idioticracia. Y nada mejor que un juego apasionante que consiste en pensar, donde la suerte no influye, cuya enorme utilidad pedagógica, social y terapéutica está avalada por estudios científicos y experiencias internacionales durante más de un siglo. En el ámbito concreto de la educación innovadora, el ajedrez aporta muchísimo. Nueve de las 17 comunidades autónomas españolas lo han introducido ya como herramienta en horario lectivo. En Cataluña, Aragón, Canarias y Andalucía se está empleando con gran éxito en Primaria de manera trasversal (junto a la inteligencia emocional) e interdisciplinar (en clase de matemáticas, lengua, historia, idioma extranjero, tecnología, etc.). También está funcionando de maravilla en la etapa infantil (de 2 a 5 años) –junto con música, danza y tableros gigantes en el suelo– para trabajar los valores esenciales a esa edad. Además, es muy útil en Secundaria para desarrollar una de las cualidades más importantes para cualquier ser humano en el siglo XXI: el pensamiento flexible; dentro de solo diez años, más de la mitad de nuestros niños actuales van a ejercer profesiones que hoy no existen, con tecnología que aún no se ha inventado. Todo ello explica que Santillana incluya "Aprender con Ajedrez" en su proyecto revolucionario Set Veintiuno. Los siete compañeros que lo hemos elaborado contribuimos, modestamente, a la educación de calidad en España y Latinoamérica.
"Sí. El ajedrez puede contribuir a que seas mejor persona. Entre otras razones, porque te obliga a pasarlo todo por el tamiz del raciocinio. La irracionalidad es el factor común del racismo, el nacionalismo radical y el fundamentalismo religioso"Leontxo García
FA. ¿Cómo no percibir cierto sentimiento de superioridad en el pesimismo de Sloterdijk? Supongo que nos movemos en el terreno de los síntomas, puesto que no hay constancia de la existencia de un aparato para medir si el hombre moderno usa de modo suficiente su órgano del pensamiento. Si concebimos el pensar como el esfuerzo de la mente para solucionar problemas, efectivamente la sociedad del consumo, de las necesidades cubiertas, la diversión y el ocio no sé si invita, pero desde luego induce a la comodidad por falta de retos y alicientes. ¿No ocurre lo mismo en el ajedrez? Si el rival es débil, si nos lo pone fácil desde el principio, ¿no tenderemos a jugar a medio gas y a reservar energías para contiendas mayores? Creo que queda fuera de toda duda la utilidad pedagógica del ajedrez. En tus intervenciones públicas, en la serie de vídeos titulada "El rincón de los inmortales" (que es magnífica) y, en fin, en tus comentarios de partidas que publicas desde hace largos años en El País, hablas con frecuencia de belleza, de armonía, de piezas bien coordinadas. Haces, pues, hincapié en conceptos estéticos habituales del mundo de la poesía o de la música. Esta faceta de tus comentarios me resulta particularmente atractiva. Ya no se trata tan sólo de la actividad de la reflexión encaminada a un fin práctico, sino de conformar nuestra personalidad de acuerdo con valores que fomenten en nosotros el gusto por las cosas bellas, más allá incluso del desenlace de la partida. ¿Consideras exagerado afirmar que la práctica del ajedrez nos mejora íntegramente como personas?
LG. Armonía era la palabra favorita de Vasili Smyslov (1921-2010), campeón del mundo en 1957, a quien entrevisté por primera vez en Londres, 1983. Tenía una magnífica voz de barítono, y le ofrecieron formar parte del coro del ballet Bolshói, pero prefirió el ajedrez, donde veía la misma armonía que en la música. Pero la armonía no es suficiente para apasionarte si tu rival siempre es muy inferior a ti; lo interesante es medirte con alguien de tu nivel o superior, como en la vida. La clave está en el espíritu de superación, no en la superioridad que tú le atribuyes a Sloterdijk, quien tiene sin duda argumentos sólidos para su pesimismo: el mal uso de las redes sociales, la telebasura –estoy pensando en proponer a la Real Academia que añada al diccionario la palabra telemierda, porque telebasura me parece demasiado suave para expresar la bazofia inmunda de algunos programas que, para colmo, se emiten en horario infantil–, los peculiares especímenes a quienes millones de personas están eligiendo democráticamente como presidentes de algunos países… Y sí, ciertamente el ajedrez puede contribuir (salvo en los casos de obsesión, que son muy minoritarios) a que seas mejor persona. Entre otras muchas razones, porque te obliga a pasarlo todo por el tamiz del raciocinio. Fíjate en el enorme daño que han hecho a la humanidad el racismo, el nacionalismo radical y el fundamentalismo religioso. El factor común de esos tres cánceres es la irracionalidad: las diferencias genéticas entre diferentes razas son mínimas; tú no eliges el lugar donde naces; y la fe no se puede demostrar. Si practicas con frecuencia un juego donde incluso tu imaginación debe someterse a las reglas de la lógica, es improbable que caigas en esas aberraciones.
FA. Pues fíjate que, tan aleccionadora como la ejercitación del raciocinio, se me hace a mí que es el desarrollo de la facultad de tomar decisiones. Sentados ante el tablero, no sólo debemos estudiar un sinnúmero de posibilidades, sino que estamos llamados a elegir una en cada caso. Aunque la formulación pueda parecer paradójica, elegir nos obliga a consumar un acto de libertad, si bien compelidos por la presencia inflexible del reloj. Tú nos has contado muchas veces que a menudo, en la premura de tiempo, hasta las mentes más dotadas cometen despistes, inexactitudes, errores. En todo caso, deduzco de tu reflexión anterior que te enfada y te preocupa la evidencia de que los seres humanos son criaturas susceptibles de ser influidas, a veces de tal manera que dan en perjudicarse a sí mismos y en causar daño a los demás. No sé yo si cierto tipo de televisión debería cargar con toda la culpa. También la educación escolar, por desgracia, es manipulada en algunos sitios para fabricar adeptos a ciertas causas políticas o para servir a las necesidades concretas del mercado laboral. ¿Qué hacer? Pienso en las hermanas Polgar, enormes figuras del ajedrez, que fueron instruidas en casa por sus padres, ambos docentes de profesión. Tengo entendido (corrígeme si me equivoco) que los padres del actual campeón del mundo, Magnus Carlsen, también se implicaron intensamente en la educación de su hijo. El español Arturo Pomar no tuvo la misma fortuna a pesar de sus dotes indudables. Talento, salud, estimulación temprana, educación, ambiente social propicio… no son malos ingredientes para formar ciudadanos de mérito. ¿Qué pasa con los genios, si es que existen?
"Ajedrez y literatura forman un maridaje productivo. ¿Cómo no extraer historias de una contienda en la que participan torres, reinas, caballos y demás? La ficción ha dado títulos memorables relacionados con el ajedrez" Fernando Aramburu
LG. Los genios existen, sin duda; he visto o sé cosas que sólo la genialidad puede explicar. Lo que aún no sabemos es qué porcentaje es genético o adquirido. Y por otro lado está la delgada frontera entre la genialidad y la locura. El eminente neurólogo islandés Kari Stefansson explica que las personas normales pensamos casi siempre dentro de los límites de una caja, y sólo a veces creamos algo excepcional desde fuera de la caja; los genios crean con frecuencia desde fuera, pero a veces no saben volver adentro, y eso es lo que llamamos locura. Stefansson fue amigo del legendario ajedrecista Bobby Fischer (1943-2008) en los últimos años de este en Reikiavik. Fischer tenía un cociente intelectual superior al de Einstein, pero la enfermedad mental lo hizo muy infeliz. Los psiquiatras con quienes he consultado el caso Fischer coinciden en que su enfermedad no hubiera sido tan grave –o incluso podría no haberse manifestado exteriormente– de haber tenido una infancia y educación equilibradas (su niñez y adolescencia fueron un sobresalto constante). Los casos que citas de Carlsen y las hermanas Polgar son justo la antítesis, porque Fischer es el ejemplo de lo que jamás deberíamos hacer: permitir que los niños se obsesionen con lo que les apasiona y no reciban una educación equilibrada. Aunque muy distintos entre sí, el factor común en los padres de Carlsen y Polgar es que pusieron un cuidado extremo y mucho amor en la educación de sus hijos superdotados, a quienes dedicaron enormes cantidades de tiempo, con independencia de que el ajedrez fuese un elemento importante de esa educación. Y, como muy bien apuntas, uno de los muchos ámbitos donde el ajedrez es una magnífica herramienta pedagógica es la toma de decisiones. Las que toman un ajedrecista y un directivo de empresa son generalmente difíciles, bajo mucha presión y en poco tiempo, tratando de ver la realidad como es, no como les gustaría que fuese. Por eso no me sorprendería que el ajedrez entre pronto no solo en el sistema educativo –ya lo está haciendo– sino también en las escuelas de negocios. Un ajedrecista tiene automatizado ese proceso, que no solo consiste en hacer una jugada concreta, sino en descartar todas las demás; de ahí que pueda ser inspirador para un directivo. Y en cuanto a la manipulación que mencionas con mucho acierto, una mente acostumbrada a pensar mientras juega es menos manipulable.
FA. Más de una vez, hablando en público, me han preguntado por mis estrategias a la hora de diseñar novelas. En tales casos, suelo echar mano de una metáfora relacionada con el ajedrez. Digo que, antes de ponerme a la tarea, elijo los personajes principales al modo como el ajedrecista coloca sus figuras en los escaques correspondientes. A continuación, pongo dichos personajes a convivir con ayuda de la escritura. De su interacción surge la trama y no al revés, igual que sobre el tablero se desarrolla un argumento al que llamamos partida. Esto es, yo no ideo primeramente una historia para la cual busco después actores, sino que parto de estos y los mezclo y confronto para que me generen episodios de novela. Lo he hecho así siempre y dudo que alguna vez cambie de método. Ajedrez y literatura forman un maridaje productivo. ¿Cómo no extraer historias de una contienda en la que participan torres, reinas, caballos y demás? La ficción ha dado títulos memorables relacionados con el ajedrez. Pienso en La defensa de Nabokov, en Novela del ajedrez de Stefan Zweig, en La variante Lüneburg de Paolo Maurensig o en la exitosa obra de Katherine Neville, El ocho. Más recientemente, autores como Vicente Valero o Ricardo Alia han prestado asimismo atención narrativa al ajedrez y sus alrededores. Hay, por supuesto, muchos más. Tengo entendido que Arturo Pérez Reverte te pidió que le echaras un cable para alguna de sus novelas. Sería interesante que contaras cómo fue esta colaboración, siempre y cuando no estés atado a la promesa de guardar silencio, y, ya de paso, que me hablaras de tu vinculación con la literatura asociada al mundo del ajedrez.
LG. Soy amigo de Arturo, cuyo gran interés por el ajedrez tiene poco que ver con el aspecto competitivo y mucho con lo que podemos llamar la gran cultura del ajedrez (sus conexiones con la historia, el arte y diversas ramas de la ciencia) y su irresistible atractivo para escritores y cineastas. Todo eso se vio ya en su segunda novela, La Tabla de Flandes (1990). Yo puse mi granito de arena en El tango de la Guardia Vieja (2012), donde él trenza de maravilla los apasionantes mundos del tango y del ajedrez. Como ambos somos amantes de la buena mesa, nos juntábamos de vez en cuando en alguno de nuestros restaurantes favoritos de Madrid para combinar ese placer con tormentas de ideas. Después, cuando él ya estaba escribiendo la novela, me iba pasando textos para que yo garantizase que eran correctos desde el punto de vista del ajedrez. Fue una experiencia magnífica, y en varias ocasiones un gran reto para mí; lo fácil hubiera sido decirle: 'Arturo, tira a la papelera las últimas 30 páginas y escríbelas otra vez teniendo en cuenta esto y esto'. Pero no era eso lo que él esperaba de mí, de modo que opté por caminar kilómetros en el pasillo de mi casa –es lo que hago siempre antes de escribir– hasta encontrar una manera de introducir cambios mínimos sin romper el hilo argumental de Arturo. Esa colaboración sirvió además para mitigar mi mayor frustración: la falta de tiempo –viajo más de la mitad de los días de cada año– para escribir varios libros sobre ajedrez que tengo en la cabeza, incluida alguna novela.
"Hay dos motivos para sentir miedo: se está luchando para prevenir que un jugador haga trampas, conectado a una supercomputadora por un auricular indetectable; y el último ajedrecista inhumano, alphazero, ha sido capaz de crear belleza"leontxo garcía
»Hace muchos años, en los noventa, escribí un esquema de guión para una película sobre Alexánder Alekhine (esta es la transcripción francesa; en ruso se pronuncia Aliojin), uno de los muchos personajes fascinantes de los quince siglos de historia del ajedrez. Y se lo envié al célebre director de cine Milos Forman (1932-2018), muy aficionado al ajedrez, a quien había entrevistado para TVE en 1990. Tuve muy mala suerte: mi idea le gustó mucho, pero acababa de firmar un contrato con una productora de Hollywood que le ataba para diez años. A partir de ahí mi vida como periodista y conferenciante se fue haciendo más complicada e intensa, y de vez en cuando pensaba que alguien debería hacer una película o novela sobre Aliojin. Y me llevé una alegría cuando leí Teoría de las sombras (2015), de Maurensig, que glosa muy bien los enigmáticos últimos años del gran campeón del mundo, en Portugal. Sin embargo, esa gran frustración mía sigue ahí, creciendo incluso, porque veo el ajedrez como una inmensa mina de oro literario; por cierto, idónea para producir los personajes con quienes tú empiezas esa peculiar manera de armar novelas. Es verdad que llevo 36 años sacando oro y puliéndolo en formato perioriodístico, pero aún me quedan toneladas por sacar y sobre todo libros que escribir.
FA. Los aficionados a tus comentarios y narraciones de partidas célebres de ajedrez en internet, entre los que me encuentro, nos hemos familiarizado con una frase que repites a menudo, la que se refiere "a nuestros amigos inhumanos, que calculan millones de jugadas por segundo". ¿Amigos? Yo recuerdo que cuando Garri Kaspárov se enfrentó a la supercomputadora Deep Blue, todos estábamos a favor del ser humano. Supongo que nos asustaba la posibilidad real de ser sustituidos por las máquinas. Un coche es más rápido que nosotros, pero nos lleva a los sitios, y yo escribo esto con un ordenador, pero las palabras son mías, fruto de mi elección. En cambio, al paso que vamos y con el perfeccionamiento de los sistemas de inteligencia artifical, las computadoras podrían hacer superfluo al jugador de ajedrez. Cada vez me cuesta menos imaginar cien máquinas en los primeros cien puestos de la clasificación de la FIDE.
LG. Si los bólidos de Fórmula 1 hicieran atletismo, todas las marcas mundiales en carreras lisas serían de inhumanos. La tecnología es amiga por dos motivos: 1) El ajedrez es el único deporte que se practica por internet; en mi ordenador tengo una base de datos con 9,3 millones de partidas, jugadas desde el siglo XVI; y módulos que calculan millones de jugadas por segundo y facilitan que no haya errores en mi columna diaria; 2) Los padres de la informática, Turing y Shannon, eligieron el ajedrez –a finales de los cuarenta– como campo de experimentación de la inteligencia artificial porque el número de partidas distintas (un uno seguido de 123 ceros, mayor que el de átomos en el universo) es infinito para la mente humana, pero finito para la máquina. Hoy, cuando adquirimos un medicamento de fabricación muy complicada, nos beneficiamos de lo que IBM aprendió al programar a Deep Blue para derrotar a Kaspárov en 1997. Hay, sin embargo, dos motivos para sentir miedo: se está luchando para prevenir que un jugador haga trampas, conectado a una supercomputadora por un auricular indetectable; y el último ajedrecista inhumano, AlphaZero, ha sido capaz de crear belleza. Pero en ajedrez la belleza es hija del error (yo lo cometo y tú encuentras una bella combinación para castigarlo): cuanto más cerca juegas de la perfección, menos probabilidades hay de que se cree belleza. Por tanto, quienes más la crearán serán siempre los humanos.
FA. ¿Has reparado en que los grandes jugadores de ajedrez, con pocas excepciones (Tal, Najdorf), tenían pelo?
LG. ¡Vaya, me has pillado! Como siento una química muy positiva contigo, te confesaré, en secreto, que todo esto del ajedrez no es más que una tapadera de mi verdadera profesión: soy modelo de anuncios de champú.