David Wojnarowicz. La historia me quita el sueño. Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Comisarios: David Breslin y David Kiehl. Hasta el 30 de septiembre
En el comienzo de la exposición encontramos una serie de fotografías en blanco y negro en las que vemos un pálido Rimbaud en escenarios incongruentes: un vagón de metro, la neoyorquina 42th Street… En realidad, se trata de tres jóvenes que, con una careta del rostro del poeta francés, han posado en los escenarios por donde discurren sus vidas. También aparecen en actitudes poco decorosas: inyectándose o empuñando su pene. Son fotografías tomadas entre 1978 y 1979 por David Wojnarowicz (Nueva Jersey, 1954 - Nueva York, 1992) y en cierto modo, esta obra, una de sus primeras creaciones, resume la totalidad de su trayectoria artística. En parte, porque su vocación inicial fue la literatura. De hecho, fue tras una larga estancia en París, donde quedó prendado de Rimbaud (como lo estaba también de otros escritores, como Jean Genet y William Burroughs) cuando realizó esta serie de imágenes. En ellas podríamos decir que opera el collage como método, que utilizó profusamente luego. Igualmente, el reciclado de imágenes y soportes. Y la referencia a la literatura prefigura su casi constante presencia en sus creaciones.
La serie Rimbaud en Nueva York advierte también de la temática de su obra: una crítica a la sociedad excluyente, a la destrucción de personas y entornos en nombre del progreso y a su empeño por desvelar lo oculto por marginado, sea por sus tendencias sexuales, su salud o sus ingresos. Otra característica de su obra es el fuerte tono autobiográfico, que convierte sus creaciones en una especie de espejo deformado de su vida. Wojnarowicz nació exactamente un siglo después que Rimbaud y murió con un año más que él. En muchos sentidos, podríamos decir que actualiza la figura del poeta en su tiempo y su lugar. Como Rimbaud es, indiscutiblemente, uno de los pilares de la modernidad artística, esto nos permite ver sobre qué surtido de transgresiones y desgarros, admiración por lo joven y lo maldito se fundamenta nuestra cultura. También, que la propuesta de Wojnarowicz resulte hoy museable y que Rimbaud forme parte del canon, sugiere que acaso sea el momento de buscar otros mitos fundacionales.
Esta, que viene del Whitney de Nueva York, es la primera gran exposición que se dedica a Wojnarowicz desde la realizada en el New Museum en 1999 y la primera que tiene lugar en Europa. Es por tanto una oportunidad inmejorable de conocerle y de asomarnos a la escena social y política de la Norteamérica de los ochenta, marcada por convulsiones económicas y por la pandemia del sida, que tuvo una incidencia especial en la comunidad artística. Por ambas razones y también por la intensidad creativa de la época, nacieron entonces las que se llamaron, “Cultural Wars”, es decir, furiosas controversias acerca de los límites morales del arte y la oportunidad de la subvención pública de ciertas creaciones. Nuestro artista estuvo en alguna de ellas.
Es una oportunidad de conocer a Wojnarowicz y de asomarnos a la escena social y política de la Norteamérica de los 80
El escenario de las primeras obras de Wojnarowicz fue la zona de muelles y almacenes abandonados de una ciudad en transformación radical. Su misma falta de recursos le llevó a reutilizar los carteles de ofertas y rebajas de tiendas de alimentación y almacenes. Ahí aparecerán, a comienzos de los ochenta, mediante la técnica del estarcido, algunos de sus iconos más personales: el hombre cayendo, las figuras en llamas… El salto a lo tridimensional se produce con la serie Metamorfosis (1984), un conjunto de 23 cabezas de escayola (aludiendo a los pares del ADN) recubiertas de collages y mapas. Su aspecto brutal, entre ídolo primitivo y ser humano sufriente, alude a la violencia y la represión que estaba teniendo lugar en varios países de América latina.
Pero el punto de inflexión de su carrera, cuando decide su vocación artística, es el resultado de su encuentro con el fotógrafo Peter Hujar. Aunque su relación sentimental fue breve, le otorgó la confianza que necesitaba (era veinte años mayor que él) para decidirse a pintar. La historia me quita el sueño o Un obrero (ambas de 1986) muestran ya un dominio pleno del collage de imágenes y de un estilo particular que combina primeros planos y detalles, ilustración y pintura trabajada. Por su parte, la serie Los cuatro elementos es aún más ambiciosa y compleja: con un colorido intenso y una composición abigarrada, las imágenes proliferan: escenas de sexo homosexual, visiones cientifistas de la naturaleza, alusiones al militarismo… Viéndolas he recordado algún cuadro de Mateo Maté. Aun saltándome varias etapas, quiero llamar la atención sobre el grupo de pinturas de flores de 1990. Son una especie de memento mori. Su amigo Hujar había fallecido tres años antes (hay un emotivo homenaje fotográfico que una descripción traicionaría) y el avance del virus VIH era patente en el propio Wojnarowicz. Sobre masonita, su soporte preferido, pinta con acrílico flores en primer plano (las flores, con su belleza perecedera, han sido siempre un símbolo de la fugacidad de la vida). Pero también incluye textos de tipo confesional. Y en huecos recortados, sujetas pulcramente con hilo, encaja tablillas con imágenes serigrafiadas en blanco y negro, cuyo contenido es un contrapunto de la escena mayor. Una composición que de algún modo prefigura el hipertexto.
Rimbaud, Genet, Mishima, Wojnarowicz… personalidades que podemos tener o no en nuestro particular santoral, pero que en todo caso son admirables por haber apostado el arte contra la vida.