"Hay gente que cuando cumple 40 años se apunta al gimnasio, se compra un descapotable o hace cualquier cosa ridícula, y yo decidí escribir una novela. Y descubrí que lo estaba disfrutando mucho". De este modo explica el periodista y columnista Manuel Jabois (Sanxenxo, Pontevedra, 1978) su salto de cabeza al mundo de la ficción, tras alguna incursión en la crónica como Manu (2013) o Nos vemos en esta vida o en la otra (2016). El resultado de escribir "sin estar sujeto a grabaciones, a la hemeroteca y a los hechos" es Malaherba (Alfaguara), una novela cruda y tierna a partes iguales que versa sobre la pérdida de la inocencia y los primeros despertares de un niño a temas como el amor y la muerte.
El niño en cuestión, Tambu, narra desde sus 10 años ese lento tránsito de la infancia a la adultez, el darse cuenta de que la enfermedad del padre, las ausencias de la madre o sus propios sentimientos por un compañero de clase, esconden profundidades más oscuras que le anticipan todo un complejo mundo al que no quiere asomarse. Como escenario, Jabois utiliza un marco reconocible y personal, la Galicia de finales de los 80, y un entorno social donde se intuyen veladas realidades que nunca se dicen en voz alta: machismo, homofobia, acoso escolar, drogadicción, abandono... Todo ello insinuado del modo sutil y desdibujado en el que un niño narra la realidad. "Supuestamente debería tener mil historias que me vienen dadas por la realidad al dedicarme a la crónica y al reportaje, pero ésta era una historia que quería contar, recuerdos y vivencias, y la forma correcta de plasmarlos era una novela".
Pregunta. Vista la trama puede ser tentador confundir al personaje con usted en ciertos momentos, ¿hasta dónde se estira la correspondencia entre realidad y ficción?
Respuesta. Hay cero autoficción. Geografía propia siempre se cuela, porque la ficción no es otra cosa que la realidad manipulada, tergiversada, mezclada. ¿Este niño quién es? Pues la mezcla de 40 niños diferentes, incluido yo, por supuesto, claro que tiene cosas mías. Pero a partir de ahí se construye un personaje completamente nuevo en situaciones completamente inventadas.
"Todos hemos tenido sensaciones muy parecidas la primera vez que sabemos algo del amor o de la muerte"
Sin embargo, el periodista reconoce que debajo de la historia, más allá de la trama, "claro que hay obsesiones mías, pero creo que son universales. Está el miedo, la enfermedad, la muerte, el sexo, el amor, lo prohibido... Porque de niño está prohibido todo, la infancia es la edad de lo prohibido, no puedes hablar de nada, no puedes ver nada, saber nada. Y este niño protagonista empieza a abrir esa puerta", explica. Una puerta por la que se cuelan los primeros atisbos del mundo adulto, algo que todos hemos vivido. "Cualquier persona puede reconocerse él, a amigos o una parte de su infancia porque todos hemos tenido sensaciones muy parecidas la primera vez que sentimos algo, la primera vez que sabemos algo del amor o de la muerte, de los que poco a poco dejas de estar al margen".
En un momento de la novela, se dice que era ya imposible que no se fusionasen el mundo del niño y el del adulto, "y ese es un momento siempre muy trágico, el momento en el que el niño cruza el río y ya no hay vuelta atrás", apunta Jabois. "Un padre no se muere dos veces, el primer beso no te lo dan dos veces. Y todo eso genera una actitud de insatisfacción en la que el niño se va dando cuenta de que todo lo que está viviendo no va a volver a pasar. Y sólo es un niño".<br /><br />
"La inocencia, que es un material narrativo extraordinario. Tanto la pérdida de ella como su búsqueda una vez perdida"
P. Precisamente, ¿qué le ofrece la mirada infantil para contar esta historia?
R. Principalmente, me permite plasmar una de mis obsesiones, la de tratar de repetir lo que sentiste por primera vez con algo. Y sobre todo, la inocencia, que es un material narrativo extraordinario. Tanto la pérdida de la inocencia como la búsqueda de ella una vez perdida. Esta es la historia de una derrota, la de un niño que quiere prolongar su inocencia y la vida no le deja. La vida de repente le dice que ya está bien, que en lugar de madurar a los 15 o 16 tiene que hacerlo a los 10.
"La vida es súper peligrosa", afirma tajante. "Cuando eres un niño no te das cuenta, te blindan tu familia y tus profesores, te llenan la vida de eufemismos y nada es lo que parece, todo se acolcha. Pero, de repente, a este niño la vida le enseña que el miedo que siente es real", desvela Jabois. "Lo que él pensaba que era una enfermedad pasajera del padre se vuelve algo irreversible, de repente empieza a sentir algo que no sabe que es, que es el amor y no por una niña, "lo normal", sino por otro niño. La vida le da una patada y lo ha puesto a rodar, y ahí tienes que defenderte. La historia de Tambu es la historia de defenderte continuamente de la vida, de ese descubrimiento paulatino que convierte la idealización infantil en desencanto".
P. De hecho, se adivina sutilmente toda la crudeza que recorre la historia, ¿los ojos infantiles son también una manera de no ponerse escabrosos?
R. Sí, es un poco como La vida es bella, sólo que aquí los adultos no engañan al niño, sino que éste se engaña a sí mismo. Y lo hace a través del lenguaje. Hay palabras que no se pronuncian nunca. Pero es que esto nos pasaba de niños a nosotros. Tenías 5 o 6 años y tus padres se metían en la habitación y cerraban la puerta, cuando nunca cerraban la puerta y tú pensabas que qué pasaría ahí. Quizás lo intuías, pero... El niño cuenta todo como él lo ve, hasta que poco a poco se derrumban los tabúes.
P. Sin embargo, Tambu es consciente de muchas cosas, ¿hasta dónde sabe un niño?
R. Los niños intuyen desde siempre. Saben muchísimas cosas que no quieren decir, que siguen fingiendo no saber para tranquilidad, piensan ellos, de los adultos. Saben muchas más cosas de lo que sus padres piensan pero se mantienen en la ignorancia de puertas afuera. Me pasaba a mí también. Yo me enteré de cosas fuera de casa, que es donde descubres la vida, que en casa fingía seguir sin saberlas. Ese juego es muy divertido y ocurre en todas las familias.
"Hay escenas de los 80 que no volverán. Hoy en día los padres educamos con muchísimo más respeto porque entonces había mucha más desinformación y miedo"
P. ¿Qué queda de ese mundo de ingenuidad infantil hoy? ¿Cree que los niños de ahora son como Tambu o la sociedad ha cambiado demasiado?
R. Los niños de hoy tienen internet. Mi hijo tiene 6 años y navega mejor que yo. Ahora buscan lo que quieran, desde cosas del sexo hasta otro tipo de tabúes. Además, en la sociedad actual es más difícil que se produzcan ciertos comportamientos que sí se daban en los 80 y 90. Al final las emociones son las mismas, o sea, un beso siempre será un beso, eso no cambia, es universal y lleva así toda la historia de la humanidad. La pasión, la felicidad, el miedo, son los mismos, pero la forma de descubrirlos ha cambiado, y probablemente para mejor. Hay escenas de los 80 que no volverán. Hoy en día los padres educamos con muchísimo más respeto porque entonces había mucha más desinformación y miedo. La información y la cultura te procuran siempre muchísima más delicadeza.
P. El miedo es la emoción dominante del libro, ¿desde niños nunca dejamos de tener miedo?
R. Hay una frase de Loriga, que habla de esa clase de miedo que una vez que se tiene ya no te abandona nunca. Yo lo utilicé para hablar del miedo de la vida, eso que decía Gil de Biedma de que cuando descubres que esto empieza a ir en serio tienes un miedo atroz. Porque al crecer descubres que puede pasarte cualquier cosa. Te puedes despertar un día y ya no es la rutina feliz, si no que todo empieza a cambiar. No es fácil ser niño en una familia como la de Tambu, con muchos problemas, que te obliguen a crecer muy pronto. En este libro se habla de gente así, que ha tenido que crecer obligada. Y Tambu lo que dice la mitad de la novela es "dejadme, por favor, no quiero crecer, no empecemos ya con estas cosas serias y palabras grandes". No quiere saber ni enfrentarse a esa vida que le reclama.
"La nostalgia de la infancia es muy sofisticada y en cierto modo aparatosa. Y tienes que vivir con ella toda la vida"
P. Como decía antes, éste es un libro de primeras veces, ¿es imposible repetir esa inocencia, de ahí nace la nostalgia de la infancia?
R. Sí lo es, porque se trata de una nostalgia muy sofisticada y en cierto modo aparatosa. La de niño, que no deja de ser una profesión, se termina cuando se termina, vives en ella lo que has vivido y de pronto a los 14 o 15 te das cuenta de que hay cosas que ya no vas a poder volver a vivir. Con esa nostalgia tienes que vivir, si te afecta. A mí por ejemplo sí que me afecta, y me gusta mucho intentar repetir el pasado. Repetirlo no quiere decir volver a vivirlo, repetir ciertas sensaciones, ciertas emociones. Asumo el paso del tiempo encantado y Dios me libre de volver a vivir 20 años entre los 20 y los 40, pero sí querría recuperar las emociones de las primeras veces.
En este contexto de la nostalgia, Jabois se plantea retomar qué pensaría Tambu quizá con 20 o 40 años. "Me gustaría saberlo y no descarto seguir su pista, porque me gusta. Es horrible decir esto, pero estoy orgulloso de pocas cosas, y una de ellas es este personaje", reconoce. "Me gusta mucho cómo lo he construido y me da pena no haberle dado 100 páginas más, así que probablemente vuelva a él en el futuro para explorar cómo ha repercutido todo lo que ha vivido en su vida". Algo que, si hace, le obligaría a encarar de una forma más adulta los convulsos años a caballo entre los 80 y los 90. Una crudeza presente aquí de puntillas, pues según afirma el escritor, "ya tengo un trabajo, en un periódico y en una radio, y no quería añadirle drama a mi vida".
P. Y más allá de este personaje, ahora que ha cogido carrerilla, ¿tiene pensada ya la siguiente novela?
R. Ideas hay muchas, el problema es ejecutarlas. Soy autodidacta desde siempre, lo he sido con el periodismo, porque no tengo estudios, pero creo que la clave es seguir escribiendo más. Si aparece otra historia que me atrape desde luego lo voy a hacer. Aunque me puede pasar como siempre, escribir veinte páginas y dejarlo, algo habitual en mí. O escribir un gran título y nada más, o hacer doscientas páginas, pensar que está bien y mandarlo a una editorial. Pero eso sí, antes de comprarme un descapotable o meterme en un gimnasio prefiero seguir resolviendo la crisis de los 40 escribiendo.