S-T (3), 2018
Luis Gordillo se ha hecho mayor. Eso no es lo mismo que hacerse viejo. Envejecer sin madurar es de lo peor que le puede pasar a uno cuando va cumpliendo años. Y este es un caso distinto. Cuando digo mayor quiero decir que se ha convertido en un pintor maduro y completo, esto es: en un clásico. Ya era un gran pintor desde hace décadas, pero la impresión ante esta exposición, en la que vamos a encontrar algún cuadro que está entre los mejores de su trayectoria, es que ha alcanzado un modo o un cómo satisfactorios. No sé si satisfactorios para él, pero eficaces y solventes a la hora de resolver los problemas que plantea su pintura. Decir clásico es decir equilibrado, contenido, rotundo. Y que merezcan esos adjetivos sus perspectivas tartamudeantes, sus intrincadas composiciones, sus insólitas combinaciones de color, es notable. Pero es que en estos cuadros Gordillo (Sevilla, 1934) domina sin violencia todos los registros de su personalidad pictórica. Y se atreve, sin inmutarse, a llevar hasta sus últimas consecuencias lo que en muchas obras anteriores aparecía en grado de tentativa. Culminar un largo camino de búsquedas, alcanzando la maestría sobre sus propias vacilaciones es lo que confiere, a mi entender, el título de clásico.Desde su ya lejana aparición, allá por 1967, como integrante de la Nueva Figuración, impulsada por el crítico Juan Antonio Aguirre, Gordillo ha ocupado un lugar destacado en la pintura española. Su influencia en los pintores que protagonizaron lo que se llamó “la vuelta a la pintura”, en la década de 1980, fue tan visible que llegó a denominarse gordillismo el uso de colores y formas especialmente vibrantes. Él, por su parte, evitó convertirse en parodia de sí mismo y comenzó a explorar una serie de rasgos que marcan su pintura hasta hoy. Sin renegar de su personalidad anterior, encontró un camino en que se fundía la potencia desquiciada del surrealismo, como proveedor de imágenes y formas, con el colorido del pop y sus recursos de repetición y descentramiento. A ello se le añaden recursos de su invención. Uno de los más originales es componer una especie de collage, en el que formas recortadas, encajadas unas con/en otras, son colocadas por el pintor en planos de distinta profundidad, creando laberintos de perspectiva. Otro es la utilización indistinta de la línea y la masa de color. Otro es la sucesión de operaciones gráficas a las que somete una misma forma, y en especial a la figura. Un recurso de reminiscencias warholianas que Gordillo ha sabido hacer suyo. En esta exposición, por ejemplo, veremos un tratamiento del rostro como máscara, pero también como visión de su interioridad o revelación de su envés, ciertamente sugerente e inquietante. Gordillo tiene 85 años, pero no parece que sus fuerzas hayan decaído. Varios cuadros llegan casi a los tres metros de alto. No hay desmayo tampoco en su complejidad. Eso sí, las formas son más grandes. También la paleta es particularmente entonada (pero eso ha sucedido en etapas anteriores). Y varias de estas obras son polípticos, resultado de ensamblar dos, tres o más lienzos. Es curioso que este recurso, como alguno de los arriba señalados, sean el lenguaje habitual del videoarte. Composiciones de varias pantallas o recuadros con contenido diferente en la misma. Pensaríamos que son inventos del píxel, pero lo fueron antes del pincel. También en esto es clásico Gordillo: es el antecedente involuntario de futuros que ni siquiera le conocerán.Ya era un gran pintor desde hace décadas, pero en esta exposición vamos a encontrar algún cuadro que está entre los mejores de su trayectoria