"Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás. (...) La habría matado con medio pensamiento". Con este arranque crudo y afilado comienza El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (Impedimenta), la primera novela que llega a España de la escritora moldava Tatiana Tibuleac (Chisináu, 1978), una profunda y poética reflexión sobre la complejidad de las relaciones maternofiliales y un alegato a favor de que nunca es tarde para el amor y el perdón.
La novela narra la historia de Aleksy, un afamado y desequilibrado artista plástico a quien su psiquiatra le recomienda escribir sobre el último verano que pasó con su madre antes de que ella muriera de cáncer, para solucionar un persistente bloqueo creativo. Arrastrado por los recuerdos, Aleksy relata una niñez miserable marcada por la pérdida de una hermana, el abandono del padre y su internamiento en un centro psiquiátrico, donde brilla un odio áspero y profundo por su madre, que se transformará gradualmente en dependencia y en una especie de amor disfuncional, cuando la madre le confiese que una enfermedad se la va a llevar por delante y que es el último verano que pasarán juntos.
Pregunta ¿Cómo nace esta historia, cómo se le aparecen los personajes de Aleksey y su madre?
Respuesta La gente siempre piensa que esta novela está relacionada de alguna forma con mi relación con mi madre, pero no es así en absoluto. De hecho, no tengo claro la razón por la que escribí este libro, simplemente estuve dos meses abducida por la historia. Suelo partir de un estado de ánimo y luego creo los personajes. En este caso, el personaje de la madre me resultó bastante fácil porque es la mujer y me reconozco en muchos aspectos de ella.
"Cada uno de nosotros tiene un drama que está latente en su interior y que puede estallar en cualquier momento"
P¿Por qué enfocar la historia exclusivamente desde los ojos del joven?
R Puede que porque sus desequilibrios mentales me dieron el tono de la novela, y lo cierto es que me sentía muy bien dentro de su piel. Sus estados de ánimo, esos arrebatos y ensoñaciones me resultan muy familiares, a pesar de que yo no he consumido pastillas ni he tenido enfermedades mentales. De hecho, Aleksy, además de ser una persona enferma es sobre todo una persona traumatizada por un determinado episodio de su vida. Y cada uno de nosotros tiene un drama que está latente en su interior y que puede estallar en cualquier momento. Además, en cierto sentido, la adopción de la voz masculina me ha permitido sentirme mucho más cómoda a la hora de contar unos hechos tan duros y tan violentos.
P ¿Desde la primera página, ese arranque tan potente, vemos todo el odio y la culpa que traslada a la madre, pero ¿hasta qué punto se puede realmente culpar a una madre que ha sufrido tanto por no saber amar?
R No se la puede culpar, claro, porque es una mujer que no ha sido amada y no ha cumplido sus sueños, y el perder a una hija la sume en una situación insostenible. La falta de amor se hereda de una generación a otra, aunque siempre hay tiempo para romper esa cadena. Cuando una familia sufre una pérdida, generalmente no se consigue reaccionar en grupo y, a pesar de que el dolor debería ser un sentimiento que uniera a la gente, suele ser el que la separa. Y, de hecho, creo que no tiene importancia el hecho de quién culpa a quién, de que él culpe a la madre, porque cuando en una familia sucede una tragedia, todos culpabilizan a los demás y también a sí mismos.
P El cáncer es un catalizador para los personajes, ¿por qué es necesaria esa enfermedad, ese ultimátum para que ambos comiencen a tener una relación normal?
R El cáncer es uno de mis miedos, de los que hay una buena colección en este libro, como el de no ser buena madre. Elegí esta enfermedad y un plazo muy cercano para la llegada de la muerte, para enfrentarse a ella, porque quería demostrar que dos personas que hayan vivido mucho tiempo en posiciones extremadamente enconadas y enfrentadas, pueden hallar una forma de encontrarse, de sanar esa relación y curar esas heridas, aunque sea bajo una presión como esa.
P Aleksey es incapaz de perdonar, ¿es un poco ingenuo pensar que es posible arreglarlo todo, años de abandono y desidia, en un último verano?
R Quizá sea ingenuo pensar que unos meses pueden cambiar una vida, pero creo sinceramente que puede suceder, que siempre hay tiempo para hacer las paces. Incluso puede suceder después de la muerte. Creo que estos son los mensajes del libro, la reconciliación y el perdón, que las cosas pueden repararse a pesar del tiempo y a pesar de todo, aunque sea en el último momento.
"Quiero que cuando el lector lea mi libro esté conmigo al borde del precipicio, que sienta lo que yo he sentido"
P La crítica ha hablado de referencias como Agota Kristof, el existencialismo de Camus, ¿hay unas fuentes reconocibles? ¿Se reconoce en éstas?
R Cuando estoy escribiendo estoy en otro mundo y no me preocupa nada cómo va a ser leído el libro, sino cómo va a ser escrito. Que sea poesía, prosa, o algo intermedio, no me preocupa. Quiero que cuando el lector lo lea esté conmigo al borde del precipicio, que sienta lo que yo he sentido, y me olvido completamente del estilo literario y de cualquier otro tipo de cuestión ajena al texto.
P El estilo es descarnado e intenso, muchas veces cruel, ¿escribe de este modo al servicio de la historia o le gusta esta intensidad?
R Es cierto que las primeras páginas son muy duras. Era una manera de poner al lector a prueba, de ver si supera el shock de ese inicio. Sin embargo, intuyo que es mi estilo, a pesar de que en mi segunda novela he tratado de explorar otra manera de escribir. Siempre persigo que las imágenes que describo provoquen una reacción emocional y es cierto que en mis libros la escritura fácil es muy difícil de encontrar. Pero no veo en ellos sólo crueldad, oscuridad y violencia, hay también luz, paz y lirismo, oasis en forma de versos para que el lector descanse de esas escenas tan duras.
Periodista de formación, se dio a conocer en 1995 como columnista de uno de los diarios más importantes en lengua rumana. En 1999 empezó a trabajar en televisión, donde consolidó su papel dentro del periodismo de corte social y actualmente reside en París, donde continúa colaborando con los medios. Tras esta primera novela, auténtico fenómeno literario en Rumanía y ganadora de premios como el otorgado por la Unión de Escritores Moldavos, el de la revista literaria Observator Cultural y el Lyceum, en 2018 Tibuleac publicó la segunda, Jardín de vidrio, "un libro profundamente anclado en la geografía de la que provengo. Diría que es un poco la novela de mi generación, una respuesta a esa pregunta de quién soy y dónde vengo. Quizá la crueldad, la crudeza del primer libro, se va a explicar leyendo este segundo".
P ¿Cuál es el tono de la novela, mantiene la línea o das un cambio radical?
R Creo que la voz de un autor no se puede esconder, y tampoco lo he pretendido, pero es cierto que esta segunda novela tiene un abordaje y un tema completamente distintos. Creo que en este segundo libro queda muchísimo más claro quién soy, de dónde vengo y cómo influye la lengua eslava en mi escritura. Es un libro que me ha costado mucho más escribir.
P Lleva años viviendo en París, ¿se siente de algún modo una exiliada?
R Me siento exiliada vaya donde vaya. En realidad soy como un caracol, que lleva su casa a todas partes, y creo que mi verdadera casa se encuentra en el momento en que siento las cuatro manos de mis hijos en torno al cuello.
"Tenemos que dar muchos pasos para que la literatura rumana se considere una literatura europea pura. Pero estamos en el buen camino"
P Su novela ha sido un éxito en Francia y ahora llega a España, ¿todavía hay prejuicios contra la literatura del Este en Occidente?
R En cierto sentido sí, no diría prejuicios, pero desde luego en las librerías francesas te encuentras toda la literatura de lo que fue la Unión Soviética en la misma balda. Cuando le preguntas al librero por el libro de algún autor moldavo o rumano te dice: "el Este está al fondo", y literalmente es cierto. Por mi parte, tengo la intuición de que tengo una conexión especial con España, que mis fantasmagorías van a ser entendidas mejor que en Francia. La locura española está más cercana a la de mi cabeza.
P¿Y al revés? ¿Qué circulación tiene la literatura española en su país, con el que sigue muy conectada?
R Sí, sí, se conoce, pero seguramente no sería la selección de autores que haríais en España para que os conocieran fuera de vuestras fronteras. No podemos negar que existen cuestiones de política editorial y cultural, pero la ventaja que tenemos quizá es que por la proximidad de los idiomas, los que hablamos rumano podemos acceder más fácilmente a la literatura en español y hacernos una idea personal de cómo están las cosas. Algo que no se puede decir del espacio eslavo, por ejemplo.
P En este sentido, ¿qué opina de la literatura rumana y moldava actual?
R Sería muy poco educado venir a España después del éxito de Cartarescu y no citarlo en primer lugar. Pero aparte de él debo decir que hay unos increíbles escritores jóvenes rumanos contemporáneos, que merecerían encontrar hueco no sólo en lengua española, sino en el conjunto de la literatura europea contemporánea. El problema de la literatura rumana es, en primer lugar, el idioma, que no resulta lo suficiente exótico, como sí lo es el eslavo, que tiene otras resonancias culturales. Tenemos que dar muchos pasos para conseguir que la literatura rumana se considere una literatura europea pura. Pero creo que estamos en el buen camino.