En la Canción de la más alta torre, escrita por Rimbaud, hay dos versos que he visto traducidos de este modo: “Venga el tiempo en que / las almas se adoren”. Pocos deseos cabe pronunciar más enfáticamente que ese, ni se acomodan mejor al canto desde un lugar tan elevado como el que dice el título del poema. Pues así parece que llega la celebración conjunta de José Guerrero y Esteban Vicente en la muestra titulada con sus nombres: con los dos versos de Rimbaud, según los tradujo Vicente Gaos. Aunque Esteban Vicente (1903-2001) y José Guerrero (1914-1991), los dos pintores españoles ligados a la Escuela de Nueva York, no se entendieran en vida, presumiblemente sus almas están llamadas a adorarse; a ello empuja esta exposición.
Aproximadamente a la par, en torno a 1950, Vicente y Guerrero se iniciaron como pintores del expresionismo abstracto en Nueva York; fueron muchos los denominadores comunes de sus trayectorias, pero contadas las ocasiones en las que sus obras coincidieron. James Johnson Sweeney consiguió juntarlos en la muestra Contemporary Spanish Painters que tuvo lugar en Nueva York en 1953, pero en la que se programó al año siguiente en Chicago, también con curaduría de Sweeney, que hubiera podido reunir a Joan Miró, Guerrero y Vicente, se quedó exclusivamente en exposición de los dos primeros, pues Esteban Vicente se negó a participar. Y también cabe aludir a un ejemplo inverso. Muchos años después, ya fallecidos ambos artistas, el Museo Esteban Vicente confió a Francisco Calvo Serraller una exposición temporal que se tituló El expresionismo abstracto norteamericano en las colecciones españolas. Se inauguró en 2003 y fue una de aquellas exhibiciones que el difunto Paco Calvo supo llevar a término con autoridad inigualable. Pero no pudo incluir obra alguna de José Guerrero, por la negativa a colaborar en el proyecto del Centro granadino que lleva el nombre del pintor.
La exposición pone fin a una biografía común de los artistas incomodada por perseverantes desencuentros
La exposición pone fin a una biografía común de los artistas incomodada por perseverantes desencuentrosSe da cumplimiento ahora a algo muy parecido a una revolución para la historia artística común de estos dos pintores con la exposición de Segovia, con una selección fabulosa de obras de Esteban Vicente y José Guerrero, ordenadas no ya solo, y ni que decir tiene, en pie de igualdad, sino según criterios que realzan elocuentemente los paralelismos entre sus vidas de pintores. Son comisarios de esta cuidada muestra la directora del Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente, Ana Doldán, y el director del Centro José Guerrero, Francisco Baena. Entre ambos, y con demostrada frescura en sus miradas, ponen fin a una biografía común de sus artistas incomodada por perseverantes desencuentros. Y han concebido un espacio expositivo propicio para que se adoren las almas, e incluido en él obra de Miró, artista que los dos admiraron muchísimo. Las pinturas de Vicente y Guerrero se comparan, se alternan, se enfrentan, rivalizan, se contrapean, se contradicen, se contraponen, se agrupan, se concilian, se distinguen, se separan, se exhiben a la vez; y con ello ha sido establecido un intenso y revelador diálogo donde antes solo hubo morosidad.
José Guerrero: Lavanderas, 1950Habrá quien recuerde la exposición Españoles en Nueva York que programó la galería Theo de Madrid en 1988; allí se vieron obras de Guerrero y Vicente, junto a pinturas de otros más jóvenes, como Barceló y Sicilia. Fue la segunda y última vez que Guerrero y Vicente exponían juntos en vida. De aquel cruce accidental de sus cuadros en España saltamos treinta años más tarde a este auténtico encuentro. Se articula en cinco conjuntos, que van desde los paisajes tempranos de uno y otro artista hasta las pinturas de la década de 1990. Se suceden los conjuntos como ciclos o tractos temporales, pero también como señales de búsqueda compartidas en diferentes registros y con poéticas no intercambiables.
La sala que reúne pinturas de los años cincuenta logra transmitir muy sugestivamente la pulsión entrecruzada de ambos artistas en la primera conformación de su lenguaje maduro. Y como contraste, también para la producción de la década de 1950, se reúnen en la sala que obedece al título Laboratorios experimentales en papel obras sobre papel de ambos, enfrentando los collages de Vicente a las estampas de Guerrero. Sirvan esas impresiones de ejemplo para el complejo juego dialéctico que se ha sabido articular. No está de más mencionar la calidad de los préstamos: alcanza hasta pinturas tan importantes como Black Cries de Guerrero, y hasta la exposición por vez primera de un interesante collage desconocido de Vicente, perteneciente a la colección de Alberto Alcocer. Estas nupcias entre almas se celebran, así pues, a lo grande. Y los asistentes a la fiesta salimos de ella habiendo disfrutado, e incluso entendiendo mejor a cada uno de sus dos protagonistas, después de haberlos tratado juntos. La muestra se trasladará en verano al Museo de Bellas Artes de Oviedo y después al Centro José Guerrero de Granada. Un año entero para festejar la boda.