Una conversación con Gonzalo Hidalgo Bayal (Higuera de Albalat, Cáceres, 1950) está llena de profundos posos, de silencios meditativos y de valiosos hallazgos. Definido en su día como escritor oculto, su única meta al escribir, es precisamente eso, escribir, y hacerlo sin mirar el reloj o el calendario, algo que puede resultar raro en el mundo editorial actual. También su prosa, extremadamente culta, pulida y cadenciosa, como de otra época, le ha encajado en la categoría de escritor minoritario.
Sin embargo, Hidalgo Bayal se resiste a considerarse de otro tiempo y asegura que, más bien, su idea de la literatura como una narración “de cierta intensidad poética” está fuera del tiempo. “El descuido del estilo ha existido siempre. El esmero estilístico, también”. Un esmero que el escritor destila en su nueva novela La escapada (Tusquets), donde a partir del reencuentro de dos viejos amigos, construye un nostálgico y evocador viaje por una juventud ya perdida y por todas las ilusiones marchitadas por el paso tiempo.
Pregunta. ¿De dónde nace esta mirada al pasado que conforma La escapada?
Repuesta. A veces un suceso del presente, en este caso el encuentro casual de dos antiguos amigos, permite evocar, recuperar y analizar el pasado. El reencuentro es el detonante. En caso contrario, estaría haciendo trampa. Puede ser más o menos pertinente mirar al pasado, pero sería engañoso contarlo “ahora” con la sola voz de “entonces”.
P. ¿La nostalgia del libro nace de una mirada descorazonadora hacia el presente?
R. Hacia el presente singular de los personajes seguramente sí: esto íbamos a ser y esto, en cambio, hemos sido. Hacia el presente en general, con sus conflictos y adversidades, su contexto histórico, creo que no, al menos no necesariamente.
P. La novela tiene mucho de lo que pudo haber sido y no fue, ¿hay una reclamación de mayor atención a su carrera literaria?
R. Yo me atrevería a decir que no, rotundamente: que no reclamo nada. A mí me bastaba con escribir sin prisa y con publicar en una editorial extremeña y entusiasta, como Los libros del oeste. El resto ha venido por añadidura.
P. La novela está llena de referencias al Madrid lector, ¿cuánto hay de usted, de sus gustos literarios y costumbres?
R. Dejando claro primero que es una novela, que es ficción, no autoficción, diría que casi todo, bien por acción bien por omisión.
"Aspiro a una prosa de cierta intensidad poética y esa cualidad se aprende más en los libros que en el habla"
P. Los escritores suelen rehuir el concepto de inspiración para primar el de trabajo, pero usted se confiesa un escritor del genitum ferlosiano. ¿De dónde nace esa inspiración?
R. Siempre me han gustado los conceptos ferlosianos de genitum y factum, la inspiración frente a la elaboración. Por mi parte, al menos hasta ahora, nunca me he forzado a escribir una novela, siempre he partido de una ocurrencia repentina, de un detalle que daba sentido y cohesión a ideas en ciernes, a episodios dispersos. Por ejemplo: el detalle fundacional de La escapada fue encontrar en San Ginés una edición de 1963 de Los rateros de Faulkner. A partir de ahí suelo avanzar a ciegas, con más intuición que técnica.
P. Afirma que en su escritura late la voluntad de compensar lo sentimental y lo intelectual con sentido del humor. ¿Están en equilibrio en esta novela ambas vertientes?
R. Sí. Para evitar la cursilería y la pedantería, respectivamente. No sé si lo consigo. A veces pienso que me excedo en lo intelectual y que me reprimo en lo sentimental. Y me fastidia un poco, porque lo sentimental es más narrativo. Todo sea por no caer en melodramas.
Poeta sutil y ensayista de tono y corte ferlosiano, novelas como Paradoja del interventor, (2004) o El espíritu áspero (2009) lo pusieron en el mapa literario sin lograr apartarle de su trabajo como profesor de instituto en Plasencia. Con los años llegarían obras como La sed de sal (2013) y Nemo (2016), pero desde sus comienzos varias etiquetas acompañan su figura: escritor minoritario, de culto, escondido… Sin embargo, Hidalgo Bayal asegura que vivir la literautra al margen de capillitas y mafias proporciona “absoluto sosiego. Tengo amigos que andan siempre de acá para allá: viajes, presentaciones, conferencias, ferias, congresos… Yo no podría con tanto ajetreo”, reconoce. “A mí una pobrecilla mesa de amable paz bien abastada me basta, como decía fray Luis. O sea, escribir por la mañana, leer por la tarde, dar un paseo y ver alguna película por la noche”.
P. También se le achaca una prosa demasiado culta y difícil, ¿cómo la concibe usted?
R. Como suele decirse, en literatura, una verdad no niega la contraria (si es que puede hablarse de Verdad). En cualquier caso me gusta pensar que aspiro a una prosa de cierta intensidad poética y esa cualidad se aprende más en los libros que en el habla. No me atrae la prosa literaria meramente informativa, tampoco la coloquial.
"Tengo una deuda grande y antigua con la prosa de Juan Ramón Jiménez"
P. ¿Cómo mantiene esa escritura estética el equilibrio entre forma y fondo?
R. A veces me pregunto si en realidad se produce ese equilibrio, si la estilística no será una forma de encubrir o camuflar la insuficiencia del contenido o la propia ignorancia. Pero lo cierto es que hasta que no considero aceptable el sonido de la prosa, el ritmo, la sintaxis, no me parece que el texto esté acabado.
P. Kafkiana, faulkneriana, beckettiana, ferlosiana… Muchas son las etiquetas para su escritura, pero ¿de dónde bebe?
R. No sé si sigo bebiendo todavía. Pero a veces se me olvida decir que tengo una deuda grande y antigua con la prosa de Juan Ramón Jiménez: La corriente infinita, Españoles de tres mundos, etcétera.
Furioso amante de los grandes de nuestra tradición literaria, el escritor se confiesa incapaz de decir si los escritores de hoy vuelven la espalda a nuestro rico patrimonio. "No estoy en condiciones de responder a esta cuestión: leo bastante, pero no lo suficiente como para poder generalizar”. Sin embargo, opina que “cierta ‘globalización’ ha llegado también a la literatura”, por lo que se puede hablar de “escritores ‘internacionales’ y escritores ‘internacionalizados’. No tiene por qué ser malo. Los aeropuertos pueden convivir con la meseta y con la España vacía. Literariamente”, aclara.
P. En este sentido, ¿qué encuentra de su interés en la literatura española actual?
R. Habría que decidir dónde acaba la juventud. He leído muy buenos libros de autores nacidos en la década de los setenta y de los ochenta. Tal vez hablen de un mundo que ya no es el mío o que no lo ha sido nunca, pero lo hacen con solvencia literaria e intelectual. Así aprendo.
P. Ha ejercido muchos años como profesor, ¿cómo se ve la enseñanza a día de hoy? ¿Qué papel juega la literatura?
R. Tengo la creencia de que el tipo de alumnos se renueva cada siete años, y hace ya siete que dejé la enseñanza. No me imagino qué podría encontrar si volviera a las aulas. Tampoco sé si la enseñanza ha estado realmente bien alguna vez o si su supuesta bondad ha sido producto de una visión sobrevenida por parte de los adultos, el “cualquiera tiempo pasado” de la enseñanza. Y la literatura ya era marginal cuando yo daba clase.
P. Contando con su calma habitual, ¿en qué está trabajando actualmente?
R. Llevo escritas unas cuantas páginas de una novela, pero todavía no sé si su origen es genitum o es factum. No hay prisa, ni obligación.