Marcos Giralt Torrente. Foto: Luis Asín

Siete años llevaba Giralt Torrente (Madrid, 1968) lejos de las librerías. Podría pensarse que la razón era su obsesiva manera de encarar la escritura, pero no; tampoco ha tenido miedo al fracaso, ni sus editores se han rendido a su alergia a plazos y entregas.... Todo este tiempo, Marcos Giralt se ha dedicado a vivir intensamente la paternidad, y eso, explica “me ha obligado, entre otras cosas, a aprender a escribir de una manera distinta de como lo hacía antes”. Antes lo hacía en períodos de mucha intensidad “en los que prescindía de casi cualquier anclaje con la realidad cotidiana”, pero ahora sólo puede escribir cuando su hijo está en el colegio, “y, como soy bastante lento, a menudo cuando por fin he encontrado el cauce de una frase prometedora, tengo ya que levantarme para ir a recogerlo. Por otra parte, me molesta ese afán productivo que gobierna la sociedad de hoy. ¿Producir por producir? Me parece un sinsentido”.

Quizás por eso, Marcos Giralt cada vez admira más los libros pequeños de autores “que han preferido destilar un buen licor en lugar de prodigarse con alcoholes dudosos. En estos años he escrito otras cosas además de Mudar de piel, relatos y textos de diversa índole que tal vez encuentren un hueco en futuros volúmenes. No he dejado de escribir. Pero Mudar de piel es lo único que a mi entender tiene la entidad suficiente para que me merezca la pena publicarlo”.

"La familia es un campo perfecto de exploración literaria. Todo lo que se da en el mundo, se da en la familia de un modo más agudo"

Pregunta.- ¿Qué hace un libro irremediable para su autor? ¿Lo han sido estos relatos?

Respuesta.- Escribir es un acto de la voluntad, no es irremediable. Se puede remediar muy fácilmente. Basta con no hacerlo. Ahora bien, si hablamos de literatura, sí creo que esta debe provenir de un lugar genuino. Las librerías están demasiado llenas de libros superfluos, dictados por necesidades pueriles. Y la más pueril de todas quizá sea el deseo de cumplir con las expectativas ajenas, de responder a las necesidades del mercado editorial o de mantener tu estatus como autor. De necesidades de ese tipo a veces nacen libros buenos, pero no es lo más común. No sé si mis libros lo son. Lo que sí puedo decir es que no me avergüenzo de ninguno y que todos nacen de un lugar íntimamente conectado con mis preocupaciones vitales de cada momento. En este sentido, Mudar de piel es el resultado de mi propia mudanza de piel a raíz de la paternidad. Por eso, aunque orbite también alrededor de la familia, creo que en sus cuentos se ofrecen más salidas que en libros anteriores como París o Los seres felices.

Autobiografía y ficción

P.- Sí, pero ¿cuánto de usted, de sus experiencias, de sus ausencias, ha prestado a los personajes?

R.- El impulso con el que arranqué a escribir los primeros cuatro cuentos proviene de uno de los últimos libros de Alice Munro, Mi vida querida. Los relatos del libro de Munro -pequeñas historias de infancia- son en principio plenamente autobiográficos; los míos no. Los míos son el intento de hacer algo parecido en el terreno de la ficción.

Aunque en el mío sea espurio, el mecanismo mediante el que se hilvana el recuerdo es parecido. Las peripecias de mis personajes son inventadas, pero todas beben en un grado u otro de experiencias propias. En los restantes cinco cuentos que conforman el libro, el ejemplo de Munro se diluye y hay una ficcionalización más desinhibida.

"En Cataluña es necesario que los dos bandos cedan y los no nacionalistas, más allá del referéndum, ya tienen muy poco que ceder"

P.- ¿Por qué es de nuevo la familia (y el amor, la soledad, la culpa) la protagonista nada secreta de este libro?

R.- La culpa es la cuerda con la que se anudan muchas relaciones amorosas y familiares. Más allá de eso, que es un tema en particular de este libro, la familia es un campo perfecto de exploración literaria. Todo lo que se da en el mundo, se da en el seno de la familia de un modo, si cabe, más agudo. En mi caso resulta especialmente idóneo porque trato de centrarme en conflictos que suceden por lo general en el interior de las casas y que pueden darse en cualquier tiempo y lugar. El simple hecho de poder poner, para referirte los personajes, “mi padre”, “mi madre” elimina de un plumazo filtros culturales -algo mucho más difícil al emplear nombres con apellidos- y otorga una libertad inmensa.

P.- Sin embargo, en todos los relatos rehúye el sentimentalismo y la ñoñería, el buenismo, los finales felices...

R.- Lo intento. Cualquiera de esos “ismos” va en contra de mi concepción de la literatura, que explora siempre las zonas de penumbra, los territorios morales equívocos en los que no hay una sola respuesta.

Deuda de gratitud

P.- En uno de los relatos explica de qué manera los amigos son familia, pero ¿pueden llegar a suplantarla?

R.- Soy hijo único, padre a mi vez de un hijo único. Mi familia biológica es muy pequeña y sí: puedo decir que a algunos de mis amigos los considero mi familia. No se trata de que sustituyan a nadie, simplemente están ahí y me proporcionan aquello que se supone proporcionan las familias: afecto y una cierta ilusión de pertenencia compartida.

P.- Por cierto, al final incluye una extensa relación de agradecimientos a colegas que han leído el libro y le han aconsejado: ¿con quién de ellos, y por qué, se siente más en deuda?

R.- Sería muy injusto destacar a uno de ellos. Luisa Castro, de quien soy amigo desde hace muchos años, fue la primera lectora y a ella se debe en parte que lo leyeran los otros, pues en ese momento yo no tenía ninguna prisa en publicarlo y fue quien me empujó. Por lo demás, me siento en deuda con todos porque todos lo leyeron cuando se lo pedí.

P.- Si los escribiese ahora, y alguno trascurriera en Cataluña hoy, sería casi imposible que las relaciones familiares fuesen inmunes al desgarro del nacionalismo excluyente. ¿Cómo hemos llegado a esta crispación de los lazos y agresiones? ¿Ve alguna salida?

R.- Creo que la irresponsabilidad del PP con el Estatut y la insaciabilidad del nacionalismo comparten la culpa originaria. Con posterioridad, pondría al mismo nivel la pésima gestión del gobierno de Rajoy y la perversa alianza del catalanismo con los nacionalistas radicales a la hora de poner en marcha el procés, el cual no ha sido otra cosa que el intento de imponer la independencia revirtiendo por todos los medios -la mentira, la manipulación y la negación del otro- la mayoría social que era contraria. La salida política es muy difícil porque ante una situación como esta, con la sociedad partida, es necesario que los dos bandos cedan y ocurre que los no nacionalistas, más allá del referéndum, ya tienen muy poco que ceder.

P.- ¿Qué deben, qué pueden hacer los escritores? ¿Han de tomar partido?

R.- Que cada uno haga lo que estime conveniente. Tomar partido es inevitable. Otra cosa es hacerlo públicamente o el activismo. Un escritor no está más obligado que un fontanero a pronunciarse.

P.- Volviendo a Mudar de piel, hay algún cuento que casi es una nouvelle: ¿esa extensión le permite conservar intensidad sin perder la densidad de la novela?

R.- Es una extensión que exploré por primera vez en El final del amor y en la que me siento muy cómodo. Creo que le va muy bien a mi técnica, pues permite jugar más con los tiempos y dar protagonismo a la atmósfera en su interacción con el carácter de los personajes.

El secreto de un buen cuento

P.- ¿Cuál es el secreto de un buen cuento?

R.- Un buen cuento debe ser capaz de mostrar la complejidad del mundo sin pretender abarcarla.

P.- Desde hace tiempo, las fronteras entre los géneros (y Tiempo de vida era un gran ejemplo) se han desdibujado: ¿qué gana (y qué pierde) el autor con la novela de no ficción? ¿Es la evolución natural de un género que tantos dan por muerto?

R.- Los géneros artísticos evolucionan con la sociedad. Por ejemplo, la tragedia, tal y como la concebían los griegos, no se agotó: simplemente desapareció porque dejó de dar respuestas a las necesidades de la sociedad que la albergaba. Lo que hoy conocemos como autoficción debe su auge a muchos factores de la sociedad de hoy: el fracaso de las utopías y los acelerados cambios traídos por el capitalismo tecnológico. Ante ese panorama de incertidumbre, los escritores y los lectores necesitan aferrarse cada vez más a algo real.

"Casi todas las vocaciones artísticas nacen de la percepción de una disfunción en el mapa de la realidad que se nos entrega al empujarnos a la vida"

P.- En el libro, Julia, protagonista de “Sombras que reverberan”, que ha logrado un gran éxito con un libro que similar a Tiempo de vida, dedicado a su madre, piensa en escribir otro sobre su padre pero el proyecto se frustra... ¿para cuándo el de Giralt Torrente sobre su propia madre? ¿Cree que se lo debe de alguna manera?

R.- A mi madre le debo muchas cosas, pero no un libro. Tampoco sé si ella lo querría. De momento me interesa más explorar el mundo del cual proviene: un padre artista y la huella de una madre que muere pronto. Estoy en ello.

P.- Hace tiempo explicaba que en el mundo literario español parecía reinar el desconcierto, el mal gusto y la falta de pudor, lamentando incluso su “podredumbre”. Como diría Goytisolo, ¿también en esto vamos a menos?

R.- No me reconozco en esas palabras. No sé cuándo las dije. Imagino que me refería a la fría recepción que se brindó a mi generación literaria cuando empezamos a publicar en los 90, entre la indiferencia de nuestros mayores y la hostilidad de ciertos críticos que ensayaban durezas con nosotros que no aplicaban a aquellos.

P.- ¿Escribir sigue siendo una buena estrategia para ordenar la vida, para devolver el equilibrio al mundo?

R.- Creo que casi todas las vocaciones artísticas nacen de la percepción de una disfunción en el mapa de la realidad que se nos entrega al empujarnos a la vida y que en todas late efectivamente ese impulso de comprensión de la realidad. Ahora bien, reparar el mundo desde el arte es imposible.

Un maestro olvidado

P.- Por cierto, creo que el escritor primerizo que fue usted consideraba a Bergamín más maestro literario que su propio abuelo,Torrente Ballester, o a su tío Torrente Malvido...

R.- Muchas vocaciones nacen del “enamoramiento” por el ejemplo de un maestro y José Ber-gamín fue para mí ese maestro. Me adoptó como su nieto apócrifo y yo se lo agradecí con una admiración incondicional propia del adolescente que era. Aunque han pasado muchas cosas desde entonces y mi abuelo y mi tío han tenido por supuesto un lugar importante en mi formación, me sigue doliendo el olvido casi general de su figura, sin duda una de las más singulares de la literatura española del pasado siglo XX.

@nmazancot