El norteamericano Jasper Johns (Augusta, 1930) es uno de esos artistas que obligan a replantearse las clasificaciones. La acumulación de etiquetas que se le asignan prueba esa ineficacia. Cualquier manual le señala como un eslabón fundamental en el paso del expresionismo abstracto al arte pop. Y como uno de los fundadores, junto con Robert Rauschenberg, del neo dadaísmo. Me gusta esa condición de intersticio, de grieta entre las losas de grandes movimientos. Me gusta porque reconoce el carácter irreductible que tienen todos los grandes artistas. Cualquiera de ellos excede el marco estilístico que se le asigna. Monet es más que un impresionista, Picasso es más que un cubista, Robert Morris más que un conceptual. Mientras que los líderes de un movimiento rompen sus costuras, el resto encaja con más suavidad (eso sin desmerecer su calidad o interés). Por eso, que en el caso de Johns no haya más remedio que reconocer de entrada su carácter híbrido y volátil es también un homenaje a su potencia creadora.
La dificultad de clavarle como una mariposa en el corcho de un movimiento creo que procede del origen de su impulso creador, más intelectual que sensible y por tanto menos ligado a formas y técnicas que a una pesquisa conceptual. Sobre ello llama la atención el título de la exposición: Jasper Johns: "Something Resembling Truth". Cita un texto del artista de 2006 en el que dice: "Uno espera algo parecido a la verdad, que en la obra se atisbe al menos una sensación de vida e incluso de gracia". Su objetivo fue desde el primer momento proponer cuadros que podían ser tomados por realidades, jugando con la literalidad de la representación. Este asunto, como digo, es crucial y toda su obra es un deslizarse entre el ver y el leer, entre la obra como cuadro o como objeto cubierto de pintura. Ya se trate de banderas, dianas o números, la cuestión siempre es qué es lo que estamos viendo. En el primer caso, ¿es un cuadro de equilibrada composición geométrica o un símbolo ante el que se descubrirá un patriota? A crear "algo parecido a la verdad" contribuyó de forma decisiva la técnica empleada en muchas de sus primeras obras: la encáustica, que consiste en aplicar el color mediante cera caliente, que al enfriarse dota de tridimensionalidad (de realidad) a la pintura. Pero Johns supo encontrar luego toda una serie de variantes, enriqueció su lenguaje pictórico e incorporó también la escultura. Y desarrolló finalmente una formidable serie de grabados que le han convertido en uno de los más importantes renovadores del género.
Todo esto lo podemos contemplar detalladamente en esta exposición de la Royal Academy de Londres, que así homenajea a uno de sus miembros honorarios. Es la más importante dedicada al artista en los últimos cuarenta años en Europa y con más de 150 piezas abarca seis décadas de su trayectoria. Directamente relacionados con lo antes dicho encontramos obras notables: Cuadro mordido por un hombre (1961), que es una especie de chiste intelectual (en el que vemos la marca de los dientes sobre la encáustica) y el famoso Cuadro con dos pelotas (1960). Aparte de su contenido sexual, es una clara afirmación del carácter objetual de la pintura: por la abertura del lienzo no se ve otra cosa que la pared. Ventriloquist (1983), marca un punto de inflexión en su obra, que sin olvidar los juegos visuales y conceptuales, permite un soplo lírico y autobiográfico. Hermosas son también las sucesivas catenarias de la década de 1990. La sombra de un cordel en el lienzo se inscribe como trazo, pero al mismo tiempo nos encontramos con una escultura de pared. Pero lo que ha logrado mi respeto por Johns es su serie de Estaciones (Seasons, 1985-87). Es ahí donde todo lo que resultaba previsible en un artista como él se ve excedido sin medida. Cuatro grandes cuadros que representan las estaciones del año y también quizás las de la vida, con una complejidad icónica notable y una realización delicada. La biografía y la melancolía se trenzan cada vez más apretadamente en las últimas salas, con obras en las que lo aparentemente abstracto es intensamente personal (veremos hasta un plano de la casa de sus abuelos, donde se crió). También encontramos su trabajo en colaboración con Beckett y algunas de sus espectaculares series de grabados. Así que me parece que esta es una exposición modélica por su montaje y sus dimensiones (que ni aburren ni abruman al espectador, como tantas antológicas). Y que sin embargo muestra en toda su dimensión a un artista en el que, como en pocos, conceptos y formas danzan tan acompasados. Creo que es el humor la música que los enlaza. Una de sus pequeñas esculturas, unas gafas que en vez de ojos tienen bocas, se titula El crítico ve (1961). Me aplico el cuento. No hay forma más sintética de decir que sólo vemos lo que sabemos nombrar. O que comemos tanto o más con los ojos que con la boca.