Las nubes del cielo que presagian tormenta son como las que se ciernen sobre la vida del escritor, llena de incógnitas y de falsos mitos que a fuerza de repetirse se han instalado en el imaginario colectivo. Ni era manco, ni era tartamudo, ni era pobre, ni tuvo un hijo en Nápoles. No existen datos sobre sus primeros estudios. No se sabe muy bien si fue acusado justa o injustamente de haber herido a un hombre en un duelo cuando Felipe II mandó detenerlo en 1569 y decidió irse a Italia. No se ha demostrado que fuera converso ni homosexual. Tampoco es seguro que hubiera robado dinero público cuando lo encarcelaron en Sevilla en 1597, ni si comenzó a escribir el Quijote mientras estaba preso. El retrato atribuido a Juan de Jáuregui no parece ser auténtico, así que de su físico sólo sabemos lo que dijeron los padres trinitarios ("bien barbado, mediano de cuerpo y estropeado del brazo y mano izquierda") y que llevaba unos anteojos que "parecían huevos mal hechos" según Lope de Vega, aparte de lo que dice él mismo al comienzo de sus Novelas ejemplares: "Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies".
Lo que sí se sabe de Miguel de Cervantes es que nació en esta casa en septiembre de 1547, probablemente el día 29. Del edificio original se conserva el pozo de piedra del patio, que proporcionaba agua a los habitantes de la vivienda, y los restos de pintura mural al temple que descubrieron en el muro de la botica durante unas obras. En esta estancia llena de instrumentos quirúrgicos, alambiques, especieros, tratados de medicina y una silla de barbero inspirada en los asientos para la gota de los monarcas españoles, trabajaba su padre, cirujano, sordo y medio nómada.
En la planta baja está también la sala donde las visitas se sentaban alrededor del brasero y cuyas paredes estaban cubiertas de piel gofrada para mantener el calor; la pequeña cocina con chimenea donde se reunía la familia, ambientada con utensilios domésticos, tinajas de barro para el agua o el aceite y alimentos y especias de la gastronomía mediterránea e islámica; el imponente comedor decorado con azulejos, una gran mesa de madera, candelabros y vajillas de cerámica de Talavera o loza dorada de Manises; y el estrado de las damas adornado con braseros, alfombras, esteras, bufetillos, un gran espejo cuadrado, una rueca y una vihuela donde las mujeres leían, cosían, tocaban música, rezaban o charlaban entre las paredes rojas y ocres de terciopelo.
En la planta superior se encuentran las estancias destinadas a la vida íntima de la familia, con muebles y objetos domésticos de la época: escritorios, braseros, arquetas, sillas de brazos, camas, bufetes, candiles y cerámica de los siglos XVI y XVII. En la alcoba del caballero se recrea el dormitorio del abuelo del escritor. Las mujeres y los niños dormían en los aposentos de damas, dueñas (sirvientas viudas) e infantes, junto al aseo y el tocador y el estrado del cariño donde está la cuna. También hay una estancia dedicada a El Retablo de Maese Pedro y dos salas de exposiciones que muestran antiguas ediciones de los libros del autor del Siglo de Oro.
El "Príncipe de los Ingenios" dejó esa casa de joven y marchó a Madrid, donde se aficionó al teatro. Por entonces el rey de las comedias era Lope de Vega y no le quedó más remedio que adaptarse a la nueva fórmula ("los tiempos mudan las cosas / y perfeccionan las artes", decía en El rufián dichoso), pero aun así sus obras, como sus poemas, no tuvieron mucho éxito. "Volví a componer algunas, pero no hallé pájaros en los nidos de antaño (...) y así, las arrinconé en un cofre y las consagré y condené al perpetuo silencio", confesaba en el prólogo a sus Ocho comedias y ocho entremeses. Este personaje poliédrico que intentó ser funcionario de la Corona en América, tuvo una vida llena de aventuras. Estuvo preso en Argel e intentó escapar cuatro veces por tierra y por mar, haciéndose siempre responsable de todo ante sus enemigos, pues prefería la tortura a la acusación; fue soldado de la Armada Real y combatió en la batalla de Lepanto, "la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros"; tuvo una hija ilegítima y se casó con una heredera rural, de la que pronto se separó; fue espía para la corte, comisario de abastos y recaudador de impuestos; vivió en Toledo, en Sevilla y en Valladolid; fue excomulgado y encarcelado; lidió con piratas, con nobles, con frailes, con reyes, con cardenales y con gobernadores turcos y fue guardando sus experiencias en la retina y en la memoria para ir desgranándolas más adelante en sus escritos.
En su obra póstuma, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, resumía muy bien este vaivén constante en el que vivió: "Nuestras almas, como tú bien sabes y como aquí me han enseñado, siempre están en continuo movimiento (...). En esta vida los deseos son infinitos y unos se encadenan de otros y se eslabonan y van formando una cadena que tal vez llega al cielo y tal se sume en el infierno". Pero donde realmente se reflejan sus periplos por el mundo y la genialidad de la pluma es en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, la primera novela moderna, un libro polifónico, metaficcional, originalísimo, épico, lírico, trágico y cómico, que parodiaba todos los géneros y marcó el comienzo del realismo. Fue la obra que encumbró a su autor a la cima del canon literario junto a Shakespeare, Dante, Montaigne y Goethe.
La historia del hidalgo manchego que se vuelve loco por leer libros de caballerías se fraguó en los caminos polvorientos que recorría Cervantes cuando iba de venta en venta entre Madrid y Andalucía, pero la sátira inicial se volvió universal al conseguir plasmar la sociedad de su tiempo y el interior del alma humana. Dostoyevski dijo que pertenecía "al conjunto de los libros que gratifican a la humanidad una vez cada cien años" y escribió: "En todo el mundo no hay obra de ficción más profunda y fuerte que ésa. Hasta ahora representa la suprema y máxima expresión del pensamiento humano, la más amarga ironía que pueda formular el hombre y, si se acabase el mundo y alguien preguntase a los hombres: 'Veamos, ¿qué habéis sacado en limpio de vuestra vida y qué conclusión definitiva habéis deducido de ella?', podrían mostrar en silencio el Quijote y decir luego: 'Ésta es mi conclusión sobre la vida y... ¿podríais condenarme por ella?'".