Las Galápagos, archipiélago donde Kurt Vonnegut sitúa su isla ficticia Santa Rosalía
Son viajes ideales, viajes soñados, pero esta vez desde la ficción. Porque viajar es también un placer cuando se hace desde las páginas de un libro, la imagen sugerente de un cuadro, una fotografía, desde la butaca de un cine. Y así, nos vamos al Nueva York de Paul Auster, al Sáhara de El paciente inglés, al Cape Cod de Edward Hopper...
A mí a donde me gustaría ir es a las Galápagos, no a las de verdad, que no tienen el menor interés, sino a la isla de Santa Rosalía (no se molesten en buscarla en los mapas), dentro de un millón de años. Debe de ser un sitio agradable: los humanos han evolucionado, mejor dicho, han involucionado; su cerebro ha perdido tamaño y poco a poco van acercándose a la criatura marina que está en sus orígenes. Ninguno de los habitantes de la isla va a intentar venderme un recuerdo ni me explicará lo malo que es el populismo ni se quejará del futuro del libro. Tienen otras preocupaciones, sobre todo encontrar suficiente pescado. Son gente algo simple -ya digo, cerebro pequeño- y que se ocupa de sus propios asuntos.
Aprendería por fin a nadar, construiría una techumbre con ramas, observaría a las iguanas marinas, a los pájaros bobos y la vida sin pretensiones de esos humanos casi anfibios. Haría como ellos: pensaría poco. Y prometo no intentar mejorar el lugar, no empeñarme en llevarles la civilización, para no reiniciar el ciclo obsesivo del progreso. Dejaría de lado cualquier ambición. Me volvería, yo también, algo simple. Es verdad que no habría quien quisiese leer mis libros, pero quizás dejara de escribirlos. Allí el pescado es más importante que la literatura.