La catedral de San Isaac bajo la nieve de San Petersburgo
Son viajes ideales, viajes soñados, pero esta vez desde la ficción. Porque viajar es también un placer cuando se hace desde las páginas de un libro, la imagen sugerente de un cuadro, una fotografía, desde la butaca de un cine. Y así, nos vamos al Nueva York de Paul Auster, al Sáhara de El paciente inglés, al Cape Cod de Edward Hopper...
Como nunca he puesto los pies en San Petersburgo, no he sufrido el desengaño de comparar la ciudad real con la que he podido vivir en Anna Karenina. Por eso puedo viajar ahora con la imaginación por la Avenida Nevski camino del Teatro Francés donde Anna recibirá el desprecio de toda la buena sociedad petersburguesa o penetrar en el fastuoso palacio de la Princesa Tverskaya con los demás invitados "que entraban en el salón de oscuras paredes, mullidas alfombras y mesa brillantemente iluminada, resplandeciente con la luz de las bujías, la blancura del mantel, el samovar de plata y el servicio de té de porcelana traslúcida". Arrecia la nevada en las calles y desde la ventana en la que espero impaciente ver llegar el carruaje de Anna, puedo pensar con el Conde Alekséi Kiríllovich Vronski que uno siempre se enamora de la persona equivocada. Pero todo termina por pasar y las aguas oscuras del río Neva seguirán fluyendo bajo los puentes en cuanto se produzca el deshielo, recordándonos que ningún dolor es para siempre.