Boris Karloff como Prometeo en El doctor Frankenstein (James Whale, 1931)
Son viajes ideales, viajes soñados, pero esta vez desde la ficción. Porque viajar es también un placer cuando se hace desde las páginas de un libro, la imagen sugerente de un cuadro, una fotografía, desde la butaca de un cine. Y así, nos vamos al Nueva York de Paul Auster, al Sáhara de El paciente inglés, al Cape Cod de Edward Hopper...Son viajes ideales, viajes soñados, pero esta vez desde la ficción. Porque viajar es también un placer cuando se hace desde las páginas de un libro, la imagen sugerente de un cuadro, una fotografía, desde la butaca de un cine. Y así, nos vamos al Nueva York de Paul Auster, al Sáhara de El paciente inglés, al Cape Cod de Edward Hopper...
Había visto tantas versiones de la historia en cine, cómic, series de televisión, anuncios, discos, etc. como cualquiera de los lectores de esta nota. Lo leí cuando la Posmodernidad de los mass media se había convertido ya en Hipermodernidad bajo la influencia de Internet. Pensaba que su lectura resultaría casi aburrida por contar con tanto "material extra"; nada más lejos. La identificación con el monstruo es inmediata. Esa criatura con tantas aristas, recompuesta con material de desecho, resultado de una tecnología difícil de asumir, inmediatamente empatiza con los propias cicatrices que el lector trae consigo. Yo cometí la imprudencia de llevármelo a la playa y el resultado fue que me quemé en sentido amplio y literal.