Vivien Leigh y Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo
Son viajes ideales, viajes soñados, pero esta vez desde la ficción. Porque viajar es también un placer cuando se hace desde las páginas de un libro, la imagen sugerente de un cuadro, una fotografía, desde la butaca de un cine. Y así, nos vamos al Nueva York de Paul Auster, al Sáhara de El paciente inglés, al Cape Cod de Edward Hopper...
Nueva Orleans, por fin
consigo bajarme de ese tranvía llamado deseo y penetro en Blanche DuBois. Ahora soy Blanche y se cumple mi sueño: se me aparece Dios. Entonces me enseña donde esta la pócima de la serenidad. Podría ser una flor extraña, con pétalos negros, y que cada pétalo fuese una dosis de sabiduría infinita. Habría muchas flores de estas en todas partes, medio invisibles, Él o ella, me da igual el sexo de ese dios, me indicaría la forma de visualizarla. Yo me comería el primer pétalo negro. Entonces una brisilla fresca recorrería mi cuerpo. Un placer infinito y sutil, mi alma. Todo se colocaría en su lugar. Mi perra me abrazaría la pierna como hace cuando me quiere agradecer lo que la doy. La hija que no tuve leería un libro con tranquilidad, con una sonrisa misteriosa en los labios. Mi madre me daría una señal, un no hay peligro alguno, no temas. Vería a mis amigos y otros seres amados volando, con vista de lince y cuerpo de niños sanos. Y yo también, yo volvería a ver como nunca vi. Con esa nitidez que imagino. Vería lo que nunca he conseguido advertir, la paz.
Entonces recogería muchos pétalos negros y los esparciría por ahí. Por el tranvía, por Nueva Orleans, por el mundo. El sol abrasador, el primer aquejado, se dormiría sin quitarnos la luz. Y todos los gusanos del mundo comenzarían a convertirse en mariposas. Insectos bellos incapaces de hacer guerras inútiles, incapaces de gritar o golpear. El mundo se llenaría de seres ligeros y delicados. Y mi hija, mi perra, mis amores amigos vendrían a velar mi sueño. Un rato, mejor un instante. Y yo a dormir. Dormir. Dormir. Para despertar en un renacimiento. Que puede ser no despertar.
Actriz, guionista, directora, autora teatral y profesora de arte dramático, todas estas profesiones caben en el currículum de Paloma Pedrero (Madrid, 1957). Entre su debut escénico en La llamada de Lauren (1985), que ella misma define como una experiencia que le cambió la vida, y el reciente reestreno de Ana el once de marzo (2005), su trabajo más reciente, se ha convertido en una de las figuras de la dramaturgia española más destacables. Un reconocimiento que utiliza con fines solidarios a través de la ONG 'Caidos del cielo', que ayuda, a través del teatro, a personas en riesgo de exclusión social.