Pedro Víllora. Foto: José Carlos Nievas
Insolación nace de una deuda pendiente. Pedro Víllora (La Roda, 1968) la tenía en cartera desde que, hace años, fuera espoleado por Ana María Matute para que leyera la novela. Tras el buen recibimiento de La dama duende en el Teatro Español hace dos años, que adaptó para Miguel Narros, el productor Celestino Aranda le propuso volver a trabajar juntos y le ofreció la versión escénica de esta novela de Emilia Pardo Bazán que se representa en el Teatro María Guerrero hasta el 24 de enero dirigida por Luis Luque y protagonizada por María Adánez. A la frenética actividad de Víllora como dramaturgo cabe añadir su labor en la RESAD y la publicación estos días de La vida. La muerte (Ediciones Antígona), una recopilación de su teatro breve.
Pregunta.- ¿Cómo fue el flechazo con la obra a través de Ana María Matute?
Respuesta.- Ana María era todo un referente ético y estético para mí. Me dio hace veinte años la oportunidad de hacer una antología de su obra titulada Casa de juegos prohibidos. En mi devoción por ella, le dije un día que me parecía la mejor escritora española desde Santa Teresa de Jesús, y, con gran sabiduría y humor, me hizo ver mi ignorancia y me aconsejó que leyese a Emilia Pardo Bazán, empezando por Insolación. Es una de tantas cosas que tengo que agradecerle.
P.- ¿Entiende su trabajo como un homenaje a Narros?
R.- Miguel Narros fue un maestro. Si me dedico al teatro es porque en un lejano 1988 me quedé hipnotizado en el paraíso del Teatro Español viendo su Largo viaje hacia la noche. El mayor elogio que ha podido decirme Aranda es que Insolación habría sido un texto idóneo para Narros.
P.- ¿Cómo ha sido el trabajo con el director Luis Luque?
R.- Respetuoso a la vez que distante, como con todos los directores con los que últimamente tengo la inmensa suerte de colaborar: Rosario Ruiz Rodgers, José Luis Sixto, Juan Carlos Rubio, Curro Carreres, Goyo Pastor, Félix Estaire, Pilar Valenciano, Helena Soriano... No quiero imponer mi presencia en los ensayos, porque entiendo que ese es un espacio sagrado donde se desarrolla la especial relación entre el director y los actores. Cuando me piden que vaya a un ensayo, lo hago; pero, si no, me gusta que hagan su trabajo sin mí y sorprenderme ante el resultado. De un director espero que me consulte cualquier intervención en el texto, pero que tenga toda la libertad para crear imágenes o acciones físicas. Yo mismo soy director y estoy muy agradecido a los autores con los que he trabajado por la libertad que me han dejado.
P.- ¿Cómo se ha enfrentado a la novela, qué aspectos ha conservado y qué aspectos ha cambiado?
R.- El primer criterio es ofrecer un texto teatral que parezca escrito por Emilia Pardo Bazán en el siglo XIX pero que se dirija a un espectador del XXI. El segundo criterio es que unas acciones que en la novela se cuentan dentro de un monólogo cargado de opiniones y reflexiones, se muestren en el teatro sucediendo en tiempo presente, en directo. Por último, he querido ser más explícito en las cuestiones políticas, sociales y morales de lo que doña Emilia fue en la novela; para ello me he documentado con sus ensayos, donde era más directa, y he podido trasladar el sentido de sus opiniones personales a la obra. He tenido que prescindir de personajes, crear otros nuevos, recrear el diálogo, suprimir espacios y el resto de labores propias de la escritura de un texto teatral a partir de una novela. Si los espectadores salen comentando lo moderna que es doña Emilia, me sentiré muy satisfecho porque ese ha sido mi objetivo.
P.- ¿Qué pervive aún del siglo XIX en la España del XXI?
R.- Había una gran polarización política así como un acusado sentido de la diversión, y no creo que eso haya cambiado mucho. También el desdén hacia lo propio y la necesidad de compararse con otros países, a la vez que un ocasional rapto de orgullo nacional, solo aparentemente contradictorio con lo anterior.
P.- ¿Considera adelantada a su tiempo la obra y la personalidad de Pardo Bazán en temas como el sexo o el feminismo?
R.- Prefiero pensar que era la sociedad de su época la que iba atrasada respecto de doña Emilia. Y me temo que en muchas cuestiones todavía no hemos llegado a su altura. Es necesario que las grandes personalidades, como la suya, pertenezcan a su tiempo para poder revolucionarlo.
P.- ¿Entendería Insolación como una declaración de amor?
R.- Es una posibilidad, pero no la que prefiero. De Insolación me interesa mucho más lo que tiene de revulsivo político, social, ético y cultural, que lo amoroso.
P.- ¿Cómo definiría la historia, el rol, de Asís Taboada interpretado por María Adánez?
R.- Asís es una aristócrata aparentementefeliz pero insatisfecha porque no se permite pensar que su mundo de formas y reglas es una prisión que atenaza sus deseos. Intenta acallar las razones al tiempo que los instintos, y al final no consigue ni lo uno ni lo otro. En esa batalla anida el conflicto, que María Adánez reviste con un candor pizpireto rebosante de inteligencia y ternura.
P.- ¿Qué representación metafórica tiene en esta obra la "insolación"? ¿Define de alguna manera al hombre/mujer contemporáneos?
R.- Los antiguos decían que la vida nace de la muerte, la calma de la tormenta, la salud de la enfermedad. La insolación es un mal pero, como ocurría con la catarsis de las tragedias griegas, hace falta que algo estalle para que todo vuelva a equilibrarse. La insolación de Asís es un trauma doloroso imprescindible para que su deseo se manifieste, su libertad aflore y su personalidad, por reacción, se vuelva independiente, autónoma y asertiva.
P.- ¿Alguna sensación especial de ver su trabajo en el CDN?
R.- La primera vez que estrené una obra larga como autor fue producción del CDN: La misma historia, en 2002. Entonces se representó en el Teatro Pavón porque el María Guerrero cerró por una plaga de termitas. Hay tantos autores que merecen ser estrenados ahí que creí que ya no tendría ninguna oportunidad más de escuchar un texto mío en el que es mi teatro favorito. Por eso estoy tan agradecido a Celestino Aranda y a Ernesto Caballero.