Ignacio Gómez de Liaño
El escritor presenta Contra el fin de siglo (Siruela), una sátira del mundo de la cultura que publicó por primera vez, con seudónimo, en 1998.
Pregunta.- ¿Cuáles fueron sus intenciones al escribir el libro?
Respuesta.- No lo sabría decir exactamente. Lo escribí porque un editor me invitó a hacerlo, pero se me fue de las manos con respecto a la idea original. Supongo que dentro de mí había algo que necesitaba salir, y la sátira era un vehículo propicio para hablar de toda una época, de la cultura, de la filosofía, del arte y de las conexiones de esos mundos con las finanzas y la política.
P.- Aunque enmascara con nombres falsos a los personajes satirizados, lo cierto es que muchos son fácilmente reconocibles. Los periódicos, la RAE, determinados escritores, políticos o jueces... usted describe un panorama desolador.
R.- Sí, y sigo pensando básicamente lo mismo. Aunque me gustaría aclarar que no pretendo hacer un juicio universal. Hay algunas figuras satirizadas a las que no pongo nombre simplemente porque eso me daba más libertad. Por otra parte, cuando se hace una sátira negativa de un autor no se invalida toda su obra; pensemos en el Siglo de Oro, en Góngora, en Lope, en Quevedo. Yo creo que en ese sentido la vida cultural de aquella época era más libre. Existía la costumbre de la sátira; ahora, en cambio, hay cierto temor puritano.
P.- ¿Qué obras citaría como antecedentes de su trabajo? ¿En qué género lo situaría?
R.- Creo que de algún modo conecta con las sátiras de Luciano de Samosata. También me señalaba un amigo, con razón, su parentesco con uno de los diálogos de La expulsión de la bestia triunfante, de Giordano Bruno. Creo que en cuanto a la puesta en escena tiene sus semejanzas.
P.- Algún vaticinio de su libro se ha cumplido fatalmente, como ese "pavoroso crack" que usted situaba en 2010. También están de actualidad esos escritores que claman contra el Estado y a la vez reciben sus dádivas. Últimamente está de moda rechazar Premios Nacionales. ¿Qué le parece?
R.- Yo es que suprimiría todos los premios oficiales, aunque también creo que si te dan un premio oficial, rechazarlo es irrespetuoso, sobre todo con el jurado que ha decidido otorgártelo. Creo que algunos de los que adoptan esta actitud buscan un plus de propaganda que no sé si es del todo decente. Dicho esto, creo el intervencionismo de los poderes políticos en la cultura causa una gran distorsión.
P.- ¿En qué sentido?
R.- La injerencia política va en detrimento de los espíritus libres e independientes. Cuando hay intervención pública, se devalúa la cultura porque los intelectuales, los cineastas, los artistas y los novelistas se convierten en propagandistas y clientes de quien les financia. En ese sentido estamos peor que en el Siglo de Oro, cuando cada uno hacía su obra como podía y no esperaba nada de nadie. Se buscaban mecenas, que es algo está muy bien.
P.- En un pasaje afea a ciertos escritores -en este caso a dos escritoras- que hayan prosperado en su oficio a base de decir que España es un lodazal irrecuperable.
R.- Sí, es ese tremendismo tan español que consiste en emitir todo tipo de opiniones y juicios sin intentar buscar la causas.
P.- Y un personaje menciona el Nuevo Pensamiento Único Progresista... ¿Sigue prevaleciendo en el mundo de la cultura?
R.- Yo creo que sí, claro. Aunque no del mismo modo. Ahora el marxismo ya no tiene el prestigio que tenía hace treinta años, como no lo tiene el psicoanálisis freudiano; pero esas religiones políticas -sobre todo el marxismo- han sido reemplazadas por otras, como los nacionalismos. Se trata de una religión que tiene igualmente sus feligreses. Estas religiones políticas ascienden al tiempo que las religiones trascendentes entran en declive.
P.- Usted dejó la Universidad y siempre ha sido crítico con el sistema universitario español.
R.- Yo me fui porque se había burocratizado en exceso. Hoy en la universidad española, cuántos más méritos reúnes es peor. La universidad española está reñida con la excelencia, y los que aspirábamos a la excelencia, teníamos poco que hacer allí. Hablo de todo ese tinglado burocrático, departamental, y de la absoluta falta de criterio que existe para la promoción del profesorado. Ahora predomina más el clientelismo y la endogamia. Lo cierto es que en mi caso, abandonar la universidad ha sido provechoso, porque me ha permitido trabajar más. El caso de las humanidades es especialmente desolador. Ya no se enseña latín, ni griego, ni literatura ni arte en condiciones, y, por tanto, los alumnos desconocen los orígenes de la cultura occidental. Estos planes universitarios solo crean especialistas, gente sin capacidad crítica y fácilmente manipulable.