Lo primero que llama la atención de Chuck Palahniuk (Washington, 1962) es su extraordinario estado de forma. Parece un atleta. Viene perfectamente afeitado (los laterales de la cabeza también) y luce en lo alto del cráneo una lengua de pelo negro que le cae, engominada, hasta la nuca. Podría pasar por un miembro más de aquel club liderado por Tyler Durden si no fuera por las gafas de pasta y por la completa serenidad que irradia esta soleada y muy calurosa mañana de julio. Eso y que, pese a su fama de hombre inestable, hoy está de extraordinario humor y parece un tipo amable, tranquilo, alguien sin demasiadas turbulencias interiores. “Adoro Madrid”, dice, casi al tiempo que se deja caer sobre el sofá de una céntrica librería de la capital. Cruza las piernas y se pone el bolso a un lado.
Cuenta que está aquí de vacaciones con su novio y que mientras su novio aprende español, por las mañanas, él ultima la secuela de El club del lucha, que saldrá en EE. UU., en forma de novela gráfica, la próxima primavera. En esta segunda entrega, explica, Marla Singer y Tyler Durden están casados y tienen un hijo, Junior, de nueve años. “La relación entre Tyler y su hijo es complicada”, avanza. Firma los dibujos Cameron Stewart, artista americano afincado en Berlín, y a través de ellos, y de la historia urdida por Palahniuk, se vuelve al pasado de Tyler, a la relación con sus padres y, de este modo, el origen de su peculiar carácter.
Madrid no es que le ayude a escribir, pero tampoco ejerce el efecto contrario. “Trabajo bien aquí", dice. "Soy disciplinado”. Aunque echa de menos a su grupo de casa, en donde mantiene reuniones semanales que él utiliza, desde hace años, para calibrar las calidades de sus textos. “Leemos en alto y así mantenemos una rutina. A mí me viene muy bien, porque veo si lo que escribo funciona: mi método es tan simple como fijarme en sus caras y ver si se ríen o se mantienen serios, si muestran sorpresa o escepticismo. Eso impulsa mi escritura”. Podría decirse que el grupo (“mis amigos”) influye en lo que escribe Palahniuk; pero es difícil imaginarse a un escritor más libre. Da la impresión de que su imaginación es ingobernable. En su último libro publicado en España, Condenada (Literatura Mondadori), una niña de trece años desciende al infierno tras morir y allí trabaja de teleoperadora, mata monstruos y se pelea con dictadores sanguinarios. Hay, como siempre, escatología, violencia, sexo.
-Sus historias parecen haber ganado en crueldad con los años, si es que esto era posible. ¿Nunca piensa en la reacción de los lectores?
-No, nunca pienso en los lectores cuando escribo. No me preocupa incomodarlos. En serio, no lo busco. Simplemente escribo. Es algo intuitivo.
Palahniuk se toma su tiempo para continuar. Bebe agua y mira al periodista seriamente. Parece que se ha ido, pero enseguida vuelve:
-La verdad es que no creo que a nadie le escandalice lo que yo escribo. Ni siquiera que le moleste. La gente solo lee para confirmar sus opiniones. Todo el que lee un libro encuentra alguna forma de estar de acuerdo con lo que lee. Cuando mi padre leyó El club de la lucha, no se sintió ofendido. Él creyó que estaba criticando a su padre, a mi abuelo. Cuando mi jefe leyó El club de la lucha tampoco se sintió ofendido, porque él pensaba que estaba ridiculizando al jefe de su jefe. Todo el munda encuentra la forma de estar de acuerdo con un libro.
Han pasado casi veinte años, pero aún sonríe cuando recuerda el día en que un editor le dijo que publicaría El club de la lucha. “¡No lo esperaba para nada!”, dice. “Recuerdo que estaba en mi trabajo de entonces. No había móviles, así que me llamaron al teléfono fijo. En cuanto colgué tuve que irme con el coche para calmarme. Yo ya escribía desde mucho antes. Siempre he escrito. La alegría no tenía nada que ver con el dinero: me pagaron muy poco, algo casi simbólico por aquella primera edición. Simplemente, tuve la sensación de que mi trabajo de todos aquellos años había sido recompensado”.
El club de la lucha se convirtió en objeto de culto después de la película de David Fincher. Una obra nihilista y un desafío a la cultura materialista. Brad Pitt y Edward Norton dieron vida al, o a los protagonistas. “Fue fantástico”, recuerda Palahniuk. “David hizo un trabajo estupendo. Vendrá conmigo a presentar el cómic el próximo año”. Aclara el escritor, por si hubiera dudas, que Tyler Durden existe. “Está inspirado en un amigo que tuve y que admiraba mucho. Era un tipo capaz de decir lo que pensaba en cualquier situación. No creía en nada, estaba completamente desilusionado porque sabía que después de obtener todos los bienes materiales que la sociedad le había procurado no había nada. Absolutamente nada”.
-¿Es la desilusión el tema central de su obra?
-Sí, creo que sí... -vuelve a pararse a pensar, y completa-: Bueno, estoy convencido de ello.
Hablamos de su última novela publicada en España (Condenada), aunque a él le queda, a esta hora, muy lejos. Es el primer libro de una trilogía cuya segunda parte, Doomed, ya se ha publicado en América. Se trata de una suerte de viaje dantesco por el infierno imaginado de Palahniuk. Un infierno con mares de fetos abortados, con lagos de semen y océanos de caspa y uñas cortadas. Un infierno con todos los demonios imaginables por el que vagan sátrapas, actrices porno y pecadores de muy distinto signo.
-¿Por qué decidió abordar algo tan ambicioso como un trilogía?
-Lo hice para superar un duelo personal. Cuando comencé a escribir la primera parte de la trilogía, mi madre se estaba muriendo de cáncer y mi padre había muerto ya. Tenía que escribir sobre la muerte, pero no quería hacer algo dramático. Quería escribir algo cómico, deliberadamente cómico sobre el tema. Me interesaba... ¿conoces esa escena de El silencio de los corderos en que entra Jodie Foster a ese lugar lleno de locos y uno de ellos eyacula en su pelo? Una escena horrible, ¿verdad? Es una escena de gran patetismo, pero a nadie se le ocurre reír. No es gracioso. Sin embargo, en American Pie hay una escena muy parecida y todo el mundo se muere de risa. ¿Ves lo que te digo? A eso es a lo que me refiero. Por eso Madison es como es. Por eso Madison no le da demasiada importancia al hecho de estar en el infierno y por eso creo que la gente se ríe cuando lee su historia.
Palahniuk se pasa el día viajando, así que, a la fuerza, toma ideas de sus viajes. “Mi idea del infierno la saqué de esos hoteles de lujo donde me alojo cuando estoy de promoción. En la mayoría hay una suite llamada la suite de los escritores en donde suele haber una pared cubierta por las novelas de todos los escritores que se han alojado en esa suite. Cogiendo los libros puedes deducir quién ha dormido ahí desde años atrás. El infierno de esa novela, el infierno que yo imagino, nació así [dice, y se acomoda y descruza las piernas y hace como un director de cine que quisiera captar algo, una imagen concreta, un recuerdo, a través del plano ficticio que recogen sus manos]: empecé a examinar, como un forense, la habitación en busca algún tipo de evidencia de la presencia de los autores. Deshice la cama [revolotea con las manos], buscando manchas; busqué trozos de uñas [se toca, efectivamente, las uñas]; busqué pelos [y se agarra la cabeza, y se rasca]. Me fascinaba ese contraste entre lo más noble de ellos en la pared y lo más pedestre y sucio repartido por el resto de la habitación. Así que eso es el infierno para mí [concluye, ya recostado en el sofá, de nuevo]: un receptáculo de todos los deshechos de los seres humanos”.