Joaquín Berges. Foto: Tusquets
El escritor zaragozano publica La línea invisible del horizonte (Tusquets), una historia sobre el perdón y la culpa que se desarolla en el Pirineo aragonés.
Javier, de Zaragoza, pone su coche mirando al Pirineo el día del entierro de su esposa. Huye, pero no sabemos de qué. No sabemos por qué. Tiene un accidente y se queda tirado en un pequeño pueblo de montaña. A sus pies se extiende un pantano del que sobresalen torres, tejas flotantes, un campanario, y en cuya superficie se refleja una nueva población, que luce perfecta, limpia, alzada como un símbolo triunfante de la modernidad. Allí se quedará Javier un tiempo, y allí intentará expiar sus pecados.
Pregunta.- Comienza con un relato desenfadado, con toques de humor, de un accidente, y eso da lugar a una trama que va adensándose, haciéndose más dramática. ¿Es el humor consustancial a su estilo?
Respuesta.- En esta novela hay mucho menos humor que en las anteriores, y eso es porque la historia lo requiere así. Aunque soy incapaz de escribir sin humor; es una actitud no solo literaria, sino vital, a la que no pienso renunciar jamás. En términos literarios, el humor tiene menos prestigio que el drama. Pero últimamente percibo que está mejor considerado, y creo que es justo. Yo he escrito obras más dramáticas o más líricas y también novelas de humor, comedias de enredo, y, desde luego, puedo decir que no es más fácil hacer humor que drama, ni al contrario.
P.- En la novela hay un claro juego de contrarios: pasado y presente, campo y ciudad...
R.- El pantano es una metáfora del presente y del pasado y lo es, también, del cielo y el infierno. El cielo que se refleja y el infierno, que es el pasado del pueblo. Los contrastes también están en esas dos enormes peñas [hay dos peñas omnipresentes en el paisaje del pueblo, dos peñas que Javier contempla a menudo: la Clara y la Roya, una de las cuales da sombra a la otra, anulándola] y lo vemos en Javier y Marina, que tienen distintas culpas guardadas, y que no podemos desvelar... Y luego está el contraste primigenio, que es el de la vida urbanita frente a la vida rural, en la naturaleza.
P.- Y que le sirve para hablar de la soledad.
R.- Sí; curiosamente, el protagonista se encuentra mucho más solo en la ciudad que en el campo, y eso es porque la densidad de las relaciones en un pueblo es muchísimo mayor.
P.- Uno de los choques más violentos de Javier con el entorno rural se da cuando, en una cacería, es incapaz de disparar a un jabalí. Ahí se da cuenta de que en determinados ambientes, que él desconocía, son importantes valores como la hombría, el honor...
R.- Claro, es que él se separa mucho de su vida y le cuesta, le cuestan mucho determinadas cosas. Comienza a jugar a las cartas y es torpe, y sobre todo se ve que es un extraño en la parte a la que aludes, la de la cacería.
P.- Hay una gran presencia del juego en la novela, como si quisiera decir que, después de todo, la vida es un juego.
R.- Sí, la vida es un juego y se aprende a vivir jugando. Los niños juegan y los cachorros de cualquier especie aprenden a vivir, a cazar, etc., jugando. El juego de cartas es, por tanto, un simulacro de la vida.
P.- ¿Por qué eligió el Pirineo? ¿Le une algo especial a esas montañas?
R.- En el Pirineo siempre he sentido mucha paz interior y este libro es, en cierto modo, algo que le debía. Aunque esta historia podría haber tenido lugar en cualquier otro entorno natural, porque lo importante es ese encuentro, casi religioso, que tiene Javier con las montañas, que de alguna manera le ayudan a superar su culpa. Cuando uno se siente culpable de algo y no tiene creencias religiosas, lo único que puede hacer es buscar esa espiritualidad en otro lado; y en este caso, Javier lo encuentra en esa majestuosidad de las montañas del Pirineo.
P.- El derecho al perdón y a las segundas oportunidades, que en su novela es reivindicado, también es un asunto religioso.
R.- Claro, yo hablo de la redención de las culpas. Todos tenemos derecho no solo a una segunda oportunidad, sino también a una tercera, a una cuarta o a una quinta. Todos nos equivocamos y Javier no es una excepción. La naturaleza ha de darnos una segunda oportunidad. Javier ve esa posibilidad en las montañas, que actúan como un horizonte, una frontera hacia la que escapar. Se podría decir que su huida es como el final de una novela que hay antes.
P.- Es como lo que ocurriría después del típico relato de huida hacia la frontera, y en el que siempre se nos escamotea lo que ocurre tras la llegada, que suele apuntar a algo muy interesante.
R.- Exactamente, aquí se da eso. Yo solo quería contar el final de la película anterior y pasar a esta. A mí me gusta comenzar las novelas in media res, y luego ir desgranando el pasado. En el caso de La línea invisible... hay toda una novela anterior que escribir. Yo no me lo planteo, claro, pero esa historia está ahí, y también me ocurre con otras novelas mías.