Si es verdad lo que narra en Voy (Alfaguara, 2014) por voz interpuesta, Gabi Martínez (Barcelona, 1971) decidió un buen día en Venecia firmar con su diminutivo para sacudir un sistema literario arcaico en el que nadie se atrevería a publicar un libro como Whalt Whitman. Y debe ser verdad. Porque en la última novela del periodista, escritor e impenitente viajero todo es verdad, verdad al cuadrado. Gabi Martínez ha desaparecido en Nueva Zelanda buscando al moa, un ave extinta. Un periodista chileno al que las lecturas de sus libros de viajes le permitieron soportar su agorafobia va tras su pista. Interpela a su exmujer, a sus amigos, a sus amantes... El autor ceba pródigamente la realidad en una despiadada carrera hacia el abismo con desnudo literario integral que ve y sube la apuesta autoficcional de Coetzee en Verano.
Pregunta.- Gabi Martínez ha desaparecido y un periodista chileno sigue su pista a golpe de entrevista entre quienes conocieron a Gabi Martínez. Y lo recoge una novela titulada Voy y que firma Gabi Martínez. ¿Qué es esto? ¿El 'más difícil todavía' de la autoficción?
Respuesta.- Esto solo es un libro que necesitaba escribir. Lo necesitaba. Después de Sólo para gigantes, mi vida cambió de un modo radical, esa historia me afectó como una vez creí que podía afectar la literatura, y de algún modo me liberó de muchos miedos y complejos que aún arrastraba. A Voy llego tras cuatro libros en los que he enfrentado la experiencia viajera desde la novela, el libro de viajes convencional, el periodismo literario y la vanguardia. Llego mientras rehago mi vida después de estar viviendo ocho meses en casa de un amigo, sin dinero, distinguiendo de otro modo la importancia de las cosas y con ganas de contar cómo se construye un hombre mientras el mundo gira, literalmente, a su alrededor. Partía del principio de que no hay acción que no lleve a reflexión. Se trataba de hallar una forma narrativa adecuada a la trayectoria y, como ha ocurrido en el resto de libros, esa forma salió de manera natural: si pretendía presentar con una mínima equidistancia al hombre, debía ceder la palabra a quienes habían viajado con él. Desde que Pessoa nos desasosegó a fuerza de poesía y heterónimos se abrió la cerca para liberar a todos los yoes que nos habitan, para ser más libres y llevar a otro lugar la imaginación. Esta es la forma más libre y sincera que he hallado para contarme un poco: una especie de road movie elevada a otra potencia.
P.- Con esto de la autoficción es imposible que el lector no se pregunte: “¿Pero todo lo que esta gente cuenta sobre la vida de este tipo es verdad?” Y supongo el autor no puede no ser consciente de ese atractivo 'morboso'. ¿Cómo trabajó literariamente ese impudor?
R.- Todos nos vemos como personas pero para los demás no somos mucho más que personajes. Entonces, ¿qué problema hay en tratarnos como ficción? Nadie excepto tú sabes dónde está el límite de lo real, la clave radica en que todo suene auténtico. Que el lector intuya que el desnudo que le estás ofreciendo es real, en el sentido más íntimo. He crecido creyendo en el valor de los desnudos, en el del periodismo y la justicia honestos... ahora soy muy consciente de las dificultades que todo eso presenta, pero ya he dicho que mis Gigantes resituaron mis prioridades, mis temores, me situaron en un lugar tranquilamente tenso, y dejé de mirarme. Creo que solo cuando dejas de mirarte puedes hablar de ti. Asumí las posibilidades de cada individuo, la importancia de compartir la fuerza, sea cual sea, y ahí fui.
P.- Una poderosa inspiración de este libro parece ser Verano de Coetzee aunque, como puede leerse en un momento, a Gabi “le irritaba que Coetzee fuera tan intransigente consigo mismo”. ¿Cree usted haber sido más justo?
R.- Verano me asombró y fue decisiva a la hora de pensar Voy. De todas formas, Coetzee parecía agotar la fórmula en sí misma porque en adelante todo lo que se abordara en ese formato recordaría a él. Se situó en el centro de un yermo y comenzó a golpearse. El centro de fuerza lo absorbía todo, alimentado por el atractivo imán del morbo, porque fascina contemplar cómo alguien se humilla en público. Después de darle muchas vueltas, y de ver cómo Houellebecq se había presentado en El mapa y el territorio o Argullol en Visión desde el fondo del mar, até unos cuantos cabos y resolví que podía aportar algo, tanto moral como técnicamente, a la propuesta de Verano. Moralmente, que es por lo que me pregunta, creo que una persona puede reconocerse en lo humillante pero también en el valor. En Voy me inflijo un buen castigo pero también atiendo a la parte esplendorosa que Walt Whitman nos enseñó a apreciar en nosotros y en todo lo que nos rodea. Señalo lo insignificantes que somos mientras recuerdo nuestra grandeza.
P.- El viaje ha sido una de sus pasiones vitales y una constante en su literatura. Y sin embargo, ¿no hay en este Voy una versión extrema, casi nihilista del viaje? ¿Algo así como que el único viaje verdadero es aquél del que no se regresa?
R.- El viaje es una ruptura con lo cotidiano, una grieta por donde corre el aire, y eso tiende a valer la pena. Viajar es una de las experiencias más hermosas, curte, da conocimiento, perspectiva... pero me molesta la mitificación, muy extendida, de la figura del escritor viajero. Aquí ofrezco otro punto de vista. Los mitos se alimentan en buena parte de ignorancia o cobardía, y quería mostrar que si alguien con mis carencias ha podido levantar una vida de viajes y literatura... Además, he trabajado con algunos fabricantes de mitos y no suelo simpatizar con sus intereses ni sus propósitos así que ofrecer la otra cara de un mito ha resultado estimulante. Pero desde luego que reivindico viajar. Refuerza tus lazos con el mundo. Con todo el mundo. Creo que si Umbral no hubiera perdido a su hijo tan pronto y se hubiera convertido en el cronista viajero que apuntaba ser, su impacto habría sido mundial.
P.- “Para saber quién es alguien hay tres cosas que cuentan: el sexo, el dinero y el poder”. ¿De eso va todo?
R.- Una historia que resume muchas cosas: mientras hacía la mili, en las guardias leía a Unamuno y Zweig; cuando nevaba soltaba el cetme y corría o hacía flexiones por la garita; y el resto del tiempo, en cuanto había oportunidad, me ponía el chándal y corría, corría campo a través para compensar la distancia con mi novia y la ansiedad en el cuartel. Corrí tanto que me seleccionaron para competir en los cien metros de los campeonatos militares. Me hizo mucha ilusión. Pero nuestro cuartel sólo aportaba dos atletas a los campeonatos y decidieron ahorrarse el gasto porque no salía a cuenta. Por entonces ya sabía, gracias a mis compañeros camellos, que varios oficiales y el cura del regimiento no ahorraban en la cocaína que le compraban a ellos. Esto me daba muchas ganas de escribir, entre otras cosas.
P.- Y dígame, ¿encontró Gabi Martínez al moa?
R.- La idea del libro surgió mientras especulaba con la posibilidad de viajar a Nueva Zelanda en busca del moa para arrancar el proyecto Animales Invisibles. Supongo que la historia de Magraner buscando al yeti en el Hindu Kush, los ecos de Mathiessen, Conrad, Melville, el descubrimiento de lo que significa el dodo en Isla Mauricio... todo derivó hasta esa idea. Escribí el libro. Luego, la realidad favoreció al sueño y me encontré en Nueva Zelanda tras los pasos del moa. Tuve miedo de que se cumpliera mi fantasía, y desaparecer. Pero el proyecto ha salido adelante. Los expertos aseguran que el moa fue extinguido y desde luego que yo sólo vi huesos pero podríamos decir que encontré al moa, sí. Ahora me gustaría seguir explicando historias aparentemente marginales en las que sin embargo se puede reconocer cualquiera. Descubrir el valor de los retales ayuda a vivir mejor. A mí me ha hecho aspirar a unas arrugas estupendas.