En el verano del 92, yo era un adolescente que estudiaba secundaria en Gerona, y que solo había estado en Barcelona de excursión fugaz. Inspirado por el espíritu olímpico, mi padre decidió reventar la hucha y, junto con mi hermano pequeño, nos instalamos por tres o cuatro días en una pensión de mala muerte cercana al puerto. Ya que tirábamos la casa por la ventana, mi padre aprovechó para organizarnos un programa de lo más polifacético: así, de día, pudimos ver a Fermín Cacho tomando la curva del Estadio Olímpico, a Carl Lewis batiendo un récord mundial y a la selección española de baloncesto perder contra Angola. Y por las noches, nos llevaba al teatro. El Tricicle había repuesto Slastic. Y lo que más me marcó para siempre: mi primera tragedia, Medea, con Irene Papas dirigida por Núria Espert en el Teatre Grec, a cielo descubierto. El otro gran descubrimiento del verano fue que mi padre roncaba como un oso. En el fondo, creo que, cada vez que filmo una película, sigo buscando esa combinación de sudor olímpico, comedia mímica, ronquido paternal y tragedia griega.




Isaki Lacuesta (1975, Gerona) nace en el seno de una familia de origen vasco. Estudió Comunicación Audiovisual en la Universidad Autónoma de Barcelona y se graduó en la primera edición del Máster en Documental de Creación de la Universidad Pompeu Fabra. Compagina el cine con la docencia en los Másters de documental de la Pompeu Fabra, de la Universidad Autónoma de Barcelona en el Centre d'estudis cinematogràfics de catalunya (CECC) y el grado de comunicación cultural la Universidad de Gerona, entre otros. Colabora en diversos medios, escribiendo artículos sobre cine, música y literatura.



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