José Antonio Marina. Foto: Juan Hidalgo
Filósofo antes que divulgador y detective de la inteligencia emocional, José Antonio Marina (Toledo, 1939) lleva años obsesionado con la creatividad. Tanto, que ha creado una colección cuyos últimos títulos, La creatividad literaria, con Álvaro Pombo, y La creatividad económica, con Santiago Satrústegui, ven estos días la luz en Ariel. Por cierto, los derechos de estos libros, y de su predecesor El aprendizaje de la creatividad, escrito con Eva Marina, van a la Fundacion UP, que el pensador fundó “para investigar sobre nuevos marcos educativos”.
Pregunta.- ¿Cómo y por qué nació la idea de crear esta colección sobre el aprendizaje de la creatividad? ¿Acaso es posible aprender a crear, cuando todo nos empuja a repetir esquemas ya seguros?
Respuesta.- Todo el mundo habla de creatividad, todo el mundo la valora, la añora, la jalea. Es la raíz de la innovación, y ambas se han convertido en palabras talismán. Ellas nos salvarán. Esto es un tópico tranquilizador y completamente vacío. Una especie de jaculatoria laica. Ni toda creatividad es conveniente, ni toda innovación es buena. Hace años apareció la “contabilidad creativa”, y la actual crisis económica ha estado provocada por “innovadores financieros”. En estos casos, la creatividad y la innovación han sido nefastas. Hay otra pregunta que tenemos que responder. Si la creatividad es tan importante ¿podremos fomentarla, estimularla, educarla?
P.- ¿Y cuáles son las conclusiones?
R.- La creatividad es una manera de resolver problemas. Hay problemas cuya solución conocemos, y entonces debemos aplicar las recetas (por ejemplo, en contabilidad), y hay problemas cuya solución no sabemos bien porque son problemas nuevos, o porque las soluciones viejas no sirven. Toda la actividad artística también busca resolver un problema. Monet el problema de la luz, Beuys el problema de relacionar el arte con la ética. Todos tenemos que enfrentarnos a problemas para los que no tenemos solución: la felicidad, las relaciones de pareja, la justicia social, la educación de los niños. Estos problemas exigen una creatividad humilde, pero fundamental para la supervivencia. A esto va dedicado El aprendizaje de la creatividad. Recuerda que en EL CULTURAL tuvimos durante unos años una inaudita sección llamada “Creación ética”. No hablaba de música, arte, literatura, sino de la vida. Pero, además de esta creatividad cotidiana, hay una creatividad especializada, “cinco estrellas”: artística, literaria, política, económica, filosófica. Esta ya no es para todos. Pues bien, en ambos casos, tras cincuenta años de investigación, estoy seguro de que la creatividad es un hábito aprendido. Por lo tanto, se puede aprender. Lo siento por los que se sientan tocados por la mano divina de la inspiración y la genialidad.
P.- ¿A qué público van dirigidos estos libros, y cuáles van a ser los siguientes, después de abordar su aprendizaje, la creatividad literaria y la económica?
R.- El aprendizaje de la creatividad a todo el mundo, porque todo el mundo necesita desarrollarla para sobrevivir. La creatividad literaria y La creatividad económica para aquellos que quieran saber cómo funciona la inteligencia en estas actividades. Después vendrán la creatividad tecnológica, me gustaría tratar la arquitectónica y la pictórica, y terminaría con la “creatividad política” y la “creatividad ética”.
P.- En cada entrega cuenta con un “cómplice diferente”: ¿Porqué Eva Marina en el primero, Pombo en el literario, y por qué Satrustegui en el económico?
R.- Eva Marina por su experiencia para desarrollar la creatividad en las edades educativas. Pombo, porque me parece que tiene un excepcional talento literario, y Satrústegui, porque tiene una experiencia de las financias internacionales de la que yo carezco.
P.- Llaman la atención, en el caso del dedicado a la creatividad literaria, muchos de los diálogos que mantiene con Álvaro Pombo, desde esos puntos de vista tan diversos como el de quien puede acabar por las nubes (AP) y otro, usted mismo, “convertido en taxidermista”: ¿cuál fue el momento más divertido del libro?
R.- El más divertido, la forma de trabajar. Nos intercambiábamos textos durante la semana, y nos reuníamos a comer el domingo. Las conversaciones con Álvaro son una experiencia. Todo está relacionado con todo, y es muy fácil contemplar en el geranio que florece en su terraza las dificultades que plantea el misterio de la Santísima Trinidad.
P.- ¿Y el más polémico?
R.- El momento de mayor polémica fue sobre si la excepcionalidad se puede aprender. Creo que al fin estuvimos de acuerdo.
P.- En la primera parte del libro sobre economía se parte de la base de que la inteligencia económica está sobrepasada: ¿es posible reformarla? ¿Cómo?
R.- Este es el tema del libro. Interpretamos la realidad a través de esquemas mentales. Los “esquemas mentales económicos” que tenemos no nos permiten comprender lo que pasa. Un ejemplo. En 1933, en plena Gran Depresión, el gobierno de EEUU quiere animar a los campesinos a que cultiven sus tierras. Para ello les asegura un precio fijo por sus productos. Fiándose en esa promesa, aumenta la producción agrícola, lo que hace bajar los precios. Para mantener su promesa, el gobierno federal compra millones de cerdos y millones de toneladas de cereales para destruirlos. Pero mientras los destruye, había manifestaciones protagonizadas por hambrientos en muchas ciudades. ¿Por qué no se regaló a los necesitados los productos comprados para destruirlos? Necesitamos una nueva inteligencia económica.
P.- ¿Qué puede hacer un libro como el suyo para inspirar a todos esos jóvenes que empiezan a sentirse miembros de una nueva clase social, el precariado?
R.- Que en este caso, la creatividad (es decir, el enfrentarse a problemas para los que no tenemos soluciones estándar) es la única solución.
P.- ¿Qué le respondería a esa niña a la que cita en El aprendizaje de la creatividad (o al Rajoy o al Rubalcaba de turno), si le dijeran: "¿Y también hoy tenemos que ser creativos?"
R.- Sí. Pero como la creatividad es un hábito, hay, primero, que aprenderlo. Como a bailar. La espontaneidad no es creativa. Mi burro, que es muy espontáneo, solo sabe rebuznar y dar coces.