Domingo Miras

Su obra 'La monja alférez' se representa en el Teatro María Guerrero hasta el 2 de junio.

Catalina de Erauso se escapó de su convento en San Sebastián a los quince años. Se disfrazó de hombre, quisquilloso y pendenciero, hizo las américas y alcanzó el rango de alférez. Domingo Miras (Campo de Criptana, 1934) retoma con La monja alférez el teatro histórico, de una época en la que el travestismo femenino era un recurso sorprendentemente frecuente para desligarse de la vida de ataduras que esperaba a la mujer. El Teatro María Guerrero acoge el montaje de Juan Carlos Rubio con un elenco en el que tanto actores como actrices se visten la capa de Catalina, desde su tierna inocencia en el convento hasta su humillante visita al Papa una vez descubierto su verdadero sexo.



Pregunta.- Con esta obra vuelve al teatro histórico.

Respuesta.- Sí. Es un apelativo muy amplio, pero adecuado en este caso. Hace sentir la presencia del pasado, reconstruyéndolo. Comprende todo lo que alude.



P.- ¿Por qué decide escribir La monja alférez?

R.- Siempre tuve mucho interés por los seres extraños, marginales, de difícil encaje en la sociedad de su época. Los que están ante la disyuntiva de adaptarse a su tiempo o de rebelarse y ser ellos mismos. Yo me fijo en los que escogían la soledad de reafirmar su personalidad. Uno de estos personajes es Catalina.



P.- Es un personaje tremendamente interesante: ambiguo, rebelde... ¿Con qué aspecto se queda usted?

R.- Es muy poliédrico, tiene facetas que no concuerdan entre sí, y me interesa por sus contradicciones. No es que no quisiera ser mujer, sino que no toleraba la vida que se imponía a las mujeres de su época.



P.- Del Siglo de Oro nos han quedado varias obras sobre mujeres disfrazadas de hombres. ¿Es el reflejo de algo no tan infrecuente en esa sociedad?

R.- Todo el Barroco español está lleno de mujeres travestidas. Efectivamente, algo había subconsciente en el mundo femenino de la época. La mayor parte de las mujeres se tragó la frustración, pero otras adoptaron por una ruptura de tipo intelectual, como María de Zayas, que escribía quejándose de la condición de la mujer. Otras jugaron con el travesti. Si no de manera física y real, sí lo dejaron sugerir de tal manera que los novelistas y dramaturgos lo recogieron y el público lo aceptó.



P.- ¿Se la podría calificar de feminista?

R.- El sentimiento existía forzosamente, porque los sentimientos no se inventan, están en nuestro espíritu. Otra cosa es que se manifiesten y se teoricen. Por un lado había en ella un sentimiento feminista porque consideraba que lo que hiciera un hombre lo podía hacer ella, pero por otro a la vez escondía su condición de mujer.



P.- Escribe que la libertad masculina acaba siendo una esclavitud. ¿Por qué?

R.- Fue la consecuencia de la vida que escogió. Quiso ser un hombre valiente, decidido, respetado, y sin embargo como consecuencia de su carácter tuvo muchas rencillas, provocó muchas muertes y fue perseguida por la justicia. Recorrió parte de Sudamérica huyendo con premura. No tenía libertad, estaba en permanente huida.



P.- Y acabó por verse como una mona de feria.

R.- Para escapar de su situación con la justicia, tuvo que revelar su verdadero sexo. Dejó de ser perseguida, y la hostilidad se tornó en curiosidad. Todas la veían como una cosa extraña, estrambótica.



P.- ¿Tomar la pluma y escribir sus memorias también fue un acto de rebeldía?

R.- Su vida se exageraba, se inventaba. Juan Pérez de Montalbán escribió una obra titulada La monja alférez que ella vio en Madrid. No se hablaba de otra cosa, y se quedó asombrada. Le adjudicaban una vida que no había sido la suya, y decidió escribir sus memorias para fijar los hechos. Algunos dicen que se las escribió un literato, pero basta con leerlas para ver que la forma no es elegante. Es curioso, cuando se leen escritos de esa época, todo el mundo escribía bien. Y ella precisamente lo hace de manera ruda, directa. Ahí se ve su gran sinceridad.



P.- ¿Qué le ha parecido el montaje?

R.- Me ha gustado. No se limita a exponer de forma naturalista, se le ha dado imaginación. Ha materializado unas circunstancias que en el texto son metafóricas: la mona de feria se convierte en un circo. Asistimos a la lectura de sus memorias en la mente del lector. Otra originalidad es que son varios actores y actrices los que representan diferentes aspectos de Catalina.



P.- De su teatro se ha dicho que es más literario que literal. ¿Está de acuerdo?

R.- Creo que sí. Mi teatro es difícil de montar porque tiene muchos personajes y escenas difíciles, barrocas. Por eso, cuando se representa, da la sensación de que leído tiene más riqueza.



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