Carlos Marzal (Valencia, 1961), Premio de la Crítica y Premio Nacional de Poesía en 2002 por Metales pesados, no solo es poeta y narrador. Siente una especial debilidad por los aforismos, con los que afila el pensamiento y el ingenio casi a diario: “Podría publicar cinco libros con todo el material que tengo”, confiesa. De momento, ya está en la calle La arquitectura del aire, que reúne más de 1.200 de los aforismos que ha escrito durante años de práctica en trenes, en aeropuertos y en cualquier sitio, porque el aforismo es un “género portátil”.
Pregunta.- ¿De dónde le viene su pasión por el aforismo?
Respuesta.- Es un género que me apasiona como lector desde hace muchos años. Muchos de mis autores preferidos fueron grandes aforistas: el alemán Lichtenberg, los moralistas franceses como Joseph Joubert, Nicolas Chamfort o François de La Rochefoucauld; Emil Cioran o Nietzsche, uno de los filósofos que con más brillantez ha cultivado el fragmento, y de los españoles, José Bergamín, entre otros.
P.- “Después de escribir cinco aforismos es imposible no sentir que se está en lo cierto”, dice. ¿Qué siente entonces después de haber escrito miles de ellos?
R.- Uno siempre tiene la idea de haber descubierto algo cuando ha escrito un aforismo, pero a la vez, cuando ha escrito muchos, tiene la sospecha de seguir en la ignorancia absoluta. Aunque se asocian a la sabiduría y se les llama “máximas”, en mi caso son muestras de perplejidad.
P.- Con el auge de las redes sociales, y en especial de Twitter, parece que vivimos una época perfecta para el aforismo. ¿Se sirve de ellas?
R.- Desde hace tiempo publico "el aforismo del día" (que no es diario) en mi muro de Facebook, en mi blog y en Twitter. Parece un género surgido expresamente para las redes, por su brevedad e intensidad. Ojalá todo lo que apareciera en ellas fueran aforismos con calado, lo que pasa es que el 85% de lo que aparece en Internet es hojarasca, las redes han multiplicado hasta el infinito lo intrascendente. Siempre ha habido gente con poco que decir, pero nunca con tantas ganas de hacerlo público.
P.- ¿Cómo da forma a sus aforismos? ¿Son revelaciones súbitas o el resultado de pulir una idea que al principio no está muy definida?
R.- Es una mezcla de las dos cosas. Por defecto tiendo a lo sentencioso. Como digo en el libro, “Vivo en aforismo. Aunque a veces me parafraseo”, es decir, que cuando tengo que escribir un texto más largo, suelo partir de una idea muy concreta.
P.- Entre sus aforismos hay observaciones del mundo y expresiones del yo. ¿En qué proporción se encuentran unos y otros?
R.- A fin de cuentas me parece que una cosa y otra están íntimamente relacionadas. El mundo se observa a través del yo, estamos condenados a la visión del universo desde la corporalidad.
P.- ¿Qué relación tiene el aforismo con la poesía?
R.- Se ha dicho muchas veces que tienen gran relación. Depende. Hay un tipo de aforismo, cercano a la greguería de Ramón Gómez de la Serna, que sí tiene a veces ese fogonazo de lo lírico, pero el mío es de carácter moral. Tiene menos que ver con la poesía que con otros géneros como el ensayo o el fragmento meditativo.
P.- ¿Qué escribe ahora, además de aforismos?
R.- Desde hace algunos meses estoy embarcado en una novela que avanza tanto como me dejan otras ocupaciones y otros textos. También trato de escribir poemas siempre que puedo y lo que nunca abandono es el aforismo, le dedico un rato cada día. Es un género portátil no sólo a la hora de leer, sino también a la hora de escribirlo. Va muy bien para los trayectos en tren y las esperas en los aeropuertos.
[1]
No sé si lo que digo es medicinal, pero me curo de
mí al decirlo.
[2]
Cuando muevo una coma, muevo todo lo que he hecho
en el día.
[3]
Los amores que tuve le sucedieron a otro. Los dolores
que tuve le dolieron a otro. Las alegrías que tuve
alegraron a otro.
[4]
Sufrir es una vocación, como la alegría.
[5]
Debo de ser fuerte, porque no me hago más que un
poco de caso cada vez.
[6]
De lo que soy me curo con lo que no soy. De lo que
no soy no me curo con nada.
[7]
Si hay competencia me aparto. Lo mío tiene que reconocerme
y sometérseme.
[8]
Tener hijos no es necesario. Es sólo imprescindible.
[9]
Los muertos están cansados de ser sólo memoria.
[10]
Si todo no es poesía, la poesía no puede serlo todo,
y en efecto todo es poesía.
[11]
Cree que habla de ideología, pero sólo manifiesta carácter.
[12]
El esfuerzo es la naturalidad cuando se mira a sí misma.
[13]
La naturalidad es el esfuerzo desentendido de sí mismo.
[14]
Amar es conocer, y a pesar de todo seguir amando.
[15]
Las cicatrices son la caligrafía del dolor.
[16]
Te cuesta creer que me cueste creer. A mí también
me cuesta.
[17]
Cuando miro al cielo, trabajo.
[18]
Me clavé una espina, y esa espina ya soy yo. La he
recubierto de mí. Estoy cristalizado en ella.
[19]
El mérito está en quien sabe ver el mérito, como el
mérito de saber ver el mérito está en quien sabe ver
el mérito de saber ver el mérito.
[20]
La gente suele apetecer lo que no es y no será nunca.