Hans Haacke (Colonia, 1936) ha cimentado su fama internacional mostrando los estrechos y en ocasiones oscuros vínculos entre los grandes negocios de multinacionales o empresarios privados, plagados a veces de relaciones culpables, ignorancia de las leyes y una inmisericorde sed de ganancias, y el lavado de cara que esas empresas o personas hacen mediante sus actividades de mecenazgo, coleccionismo o participación cultural, denunciando incluso a aquellas instituciones que exponen su obra.
Curiosamente, esa que es hoy su principal actuación, procede de la secuencia lógica y coherente de un pensamiento estético anclado en una deriva subversiva de cierto minimalismo -de la que da testimonio en esta exposición Narrow White Flow, de 1967-68, una escultura hecha de tela y aire-, que formulaba sistemas de tiempo real constituidos por elementos naturales como el agua, la tierra, etc., alejados de los ingredientes habituales de la obra de arte, que tuvo su paradigma en la pieza Condensation Cube (Cubo de condensación), de 1965, -adquirida por el MACBA y actualmente expuesta, lo que no deja de ser sintomático, como veremos, en CaixaForum-. Esas especulaciones científicas dieron paso a otras, sociológicas, que abarcaban fundamentalmente la ecuación establecida entre origen, clase social, ubicación territorial urbana e intereses culturales y políticos, mediatizadas por encuestas de opinión.
La instalación 'Castillos en el aire' se gesta en una situación brutal de la realidad española, la especulación inmobiliaria voraz. Imprescindible
Haacke ha encontrado en Manuel Borja-Villel su interlocutor en España. Él fue quien comisarió en 1995, en la Fundación Tàpies que entonces dirigía, Obra social, la exposición censurada cuatro años antes por la dirección de la Fundación ”la Caixa”, porque cuestionaba ácidamente el uso que la entidad bancaria hacía de la obra de Miró en su logo, así como otras acciones corporativas. Fue quien adquirió la obra antes citada del MACBA y quien comisaría ahora esta espléndida muestra del Museo Reina Sofia, para la que el artista ha proyectado una pieza específica, que le da título general, Castillos en el aire.
Una intensa entrevista que sostuvieron Pierre Bourdieu y Hans Haacke en 1994, coincidiendo con aquella exposición de la Tàpies, resulta extraordinaria para comprender la situación de la cultura española del presente y prever las situaciones futuras del modelo al que parece nos abocamos sin remedio, el de la sustitución del Estado por la iniciativa privada y del intelectual crítico por el gestor cultural de una economía del beneficio y la propaganda corporativa, que hacen más necesaria e imprescindible la reflexión a la que nos incita el artista.
La exposición se divide en dos partes, el proyecto específico ya mencionado y una selección de sus mejores y más significativos trabajos, desde una subyugante colección de fotografías, ¡de 1959!, que recoge ya públicos diferentes frente a obras de arte en distintas situaciones sociales; otras, del año siguiente, que abordan las primeras lecturas científicas o proyectos de sistemas de tiempo real como Grass Grows (La hierba crece), de 1967-1969, hasta sus instalaciones de denuncia, incluidas aquellas censuradas, como Manhattan Real Estate Holdings, de 1971, reprobada por el Guggenheim de Nueva York y que derivó en el apoyo de un centenar de artistas a su colega germano-norteamericano.
Y frente a los que opinan que Haacke deja caer las categorías estéticas a favor de la contundencia de su denuncia, esta exposición exhibe justo lo contrario, desde la fuerza y la delicadeza de las fotografías hasta la atención en el montaje -¡esas orillas de Manhattan que crecen geométricamente por las paredes! ¡el cubo negro que simboliza los negocios de Saatchi & Saatchi en la Sudáfrica del apartheid!, incluso los carteles a la antigua que recogen las tristes hazañas del Maestro Cholocatero, Peter Ludwig, y su colección de arte pop-, todo se corresponde con su anfitrión, el museo. De ahí su potencia, de ahí su fuerza.
Castillos en el aire, aunque libra por segunda vez a Haacke de analizar patronatos o costumbres de sus huéspedes españoles, lo que es garantía de menos problemas, se gesta en una situación brutal de la realidad española, la especulación inmobiliaria más voraz enmascarada en los más altos y falsos ideales. La metáfora está aquí en la denominación de muchas de las calles del Ensanche de Vallecas, inacabado en partes, no construido en otras, con nombres de artistas y tendencias del siglo XX: Eduardo Chillida, calle del Arte Conceptual, etc.
También en esta pieza el vídeo en multipantallas de entrada, un paseo por el barrio fantasmal, las fotografías colgadas como ropa, la instalación de calles y obras de maestros o movimientos como en una sala de museo, incluso los títulos del registro que cuelgan y oscilan como la escultura de tela citada, son una construcción artística de la que se desprende la belleza de la lucidez. Imprescindible.