"Estás siendo observado. El gobierno tiene un sistema secreto. Una máquina que te espía todos los días a todas horas. Lo sé porque yo la construí. Diseñé la máquina para detectar actos terroristas, pero lo ve todo. Crímenes violentos con gente normal involucrada. Gente como tú. Crímenes que el gobierno considera irrelevantes. Ellos no quisieron actuar, así que decidí hacerlo yo. Pero necesitaba un compañero. Alguien con las habilidades para intervenir. Buscados por las autoridades, trabajamos en secreto. Nunca nos encontrarás. Pero, víctima o asesino, si tu número es el siguiente, nosotros te encontraremos".
Creo que ni siquiera El equipo A tenía un texto introductorio más estúpido para sus capítulos. Pero al menos sabía tomarse a broma. De hecho, toda la serie era como una enorme parodia post-Vietman demasiado políticamente correcta como para filmar los cadáveres. Las palabras de apertura con las que empieza cada capítulo de Person of Interest (POF) -y también este post de urgencia- las pronuncia Michael Emerson, el Benjamin de Lost, uno de los grandes actores de la pequeña pantalla.
Fotograma del primer episodio de Person of Interest
Desafortunadamente, en el papel del científico Harold Finch, nadie lo diría. Es una lástima. En conjunción con Jim Caviezel (el protagonista de La delgada línea roja y de La pasión de Cristo), además, deben formar la pareja protagonista más sosa, aburrida y descolocada de la nueva hornada televisiva. No es culpa de ellos, sino de la serie creada por Jonathan Nolan (el hermano de Christopher, guionista además de varias películas suyas, entre ellas El caballero oscuro), y en la que también está involucrado J. J. Abrams como productor. Tampoco nadie lo diría, pero es que Abrams también se equivoca. Cada vez más, de hecho. Esperemos a ver qué ocurre con Alcatraz.
POI es aquello que, importado del inglés, llaman serie "procedimental" -como las series de investigación tipo CSI, Expediente X o Fringe-, aunque yo más bien diría "protocolaria". Su ambición no va más allá de cumplir protocolos, rellenar formularios, seguir plantillas dramáticas mil y una vez vistas. De hecho, es de esas series en las que da igual que empieces por el capítulo 6 o por el 1 o por el 3, que se pueden ver de forma salteada o incompleta y no pasa nada, porque la línea dramática maestra nunca evoluciona -de hecho no existe-, sólo es una serie que va apilando casos uno encima de otro como los cajones de una comisaría. Su objetivo, por tanto, no tendría que ser otro más que entretener (muy digno objetivo que series como 24, a la que ésta quiere parecerse en tantas cosas, supieron trascender a partir de su plena aceptación), pero se toma demasiado en serio para ello, como muestran su tono seudo-apocalíptico, su voluntad filosófico-orwelliana, o unas secuencias de acción planteadas como si tuvieran que escalar el impacto cinético de la saga Bourne y el sentido de inmortalidad de, pongamos, Jack Bauer.
Pero John Reese (Jim Caviziel) no es Jack Bauer, aunque quiera parecerse, aunque actúe en el margen de todas las cosas, aunque sea un fantasma, un tipo duro con un gran corazón. Es un ex agente de la CIA que de hecho las autoridades han dado por muerto, y que en los primeros compases de la serie vagabundea por Nueva York como un homeless que le ha robado la barba a Tolstoi porque su novia le ha abandonado, pero que en tres segundos -no exagero- decide volver a trabajar cuando un misterioso multimillonario (Finch / Emerson) le propone que se una a él para resolver crímenes que sólo él, y el dispositivo que ha inventado, pueden predecir. Una mezcla entre El coche fantástico y Minority Report, vamos.
Con el estreno esta temporada de series de este tipo uno se pregunta: ¿Para qué salirse de Breaking Bad, de Boardwalk Empire -muy buena su segunda temporada, que ya comentaré-, de Fringe -aunque ande algo despistada-, de Treme, de Mad Men...? ¿Para qué perder el tiempo? ¿Qué buscamos que no hayamos encontrado ya? Pero si POI y Terra Nova y Falling Skies y The Walking Dead -¡qué aburrimiento de segunda temporada!- y tantas otras no hacen más que agotarse en su enunciado y decepcionar sistemáticamente, episodio tras episodio -aunque las respuestas del público las pondrá al borde de la extinción-, aún caben sorpresas como el espectacular inicio de Boss, y me aseguran que no debo perderme Homeland, ni Grimm, ni el piloto del western Hell on Wheels (esta será la siguiente), que por lo visto tiene poco que envidiar a Deadwood... Y además, ya ha empezado la tercera temporada de Misfits.
CODA. Por cierto, Larry David ha recuperado su mejor forma en la octava temporada de Curb Your Enthusiasm, una de esas 'sitcoms' imprescindibles, que han revolucionado el formato, y de la que aún tengo que escribir en este blog (me parece increíble que, después de cincuenta entradas, aún no lo haya hecho... ¿en qué estaré pensando?). De momento, recomiendo leerse uno de los mejores y más lúcidos análisis de la serie, leído en el site argentino 'Otros Cines' y escrito por Manuel Yánez Murillo. Al final de un minucioso análisis del estado de la cuestión en la Nueva Comedia Americana, el crítico catalán somete a bisturí uno de los episodios de la última temporada de Larry David, cuya sofisticación narrativa le coloca a la altura de grandes orquestadores de la comedia hablada como Billy Wilder, Howard Hawks o Ernst Lubistch.