Aquí, en este plano, esconde Breaking Bad su gran secreto. Aparece en el penúltimo capítulo de la cuarta temporada (S04-E12), en el minuto 6'45. Forma parte del doble episodio final con el que termina la cuarta temporada. Bien podría ser el último, el que ponga final a esta imprescindible, extraordinaria serie, pero la cadena AMC ha prometido una quinta y última temporada.
En apariencia, el plano no revela nada determinante. Walter White, escorado, mirando hacia el punto que le indica el cañón de la pistola, que ha hecho girar de forma aleatoria sobre la mesa. En una situación desesperada, ha confiado su siguiente paso (vivir o morir) en el azar. Es la tercera vez que lo hace. En las dos anteriores, sin cortes en la escena, la pistola se ha detenido con el cañón apuntando hacia él, como si tuviera que resignarse a firmar su sentencia de muerte. Los amantes de Breaking Bad ya sabemos que los designios del azar, la intervención del destino, juega un papel extremadamente relevante en la serie. Con su habitual y extraordinaria capacidad para colocar a sus criaturas en situaciones límite de forma verídica, capítulo tras capítulo (esa angustia, ese futuro indiscernible, es el gran activo de una serie construida sobre la magistral gestión del suspense), el show de Vince Gilligan ha vuelto a confiar en la inteligencia del espectador, siempre puesta a prueba, para resolver el misterio.
Para aquellos que no hayan visto todavía los últimos capítulos de la serie (que se emitieron en Estados Unidos hace unas semanas y cuya cuarta temporada estrenó Paramount Comedy en España el pasado 10 de octubre), esta imagen no significará nada, no les destripará nada. Su significado es tan sutil que no contempla la posibilidad del spoiler: hay que llegar al último plano de la temporada, que se hace eco con este, para completar su determinante significado. ¿Un plano cuya relevancia se completa 90 minutos después, dando respuesta al gran misterio de uno de los finales más tensos y sorprendentes de la serie? Así es. Un gesto que habla de la sopesada planificación de Breaking Bad, de cómo sus responsables no se permiten dejar ningún cabo suelto, de cómo el espectador está obligado a mantener la máxima atención en lo que ve y oye. Por encima de todo, la resolución de la temporada es un envite a la inteligencia del televidente. Walter White muestra una vez más que sus movimientos siempre van por delante de lo que ésta pueda imaginar, y que su competición cerebral con Gus -gran personaje que en esta cuarta temporada acapara un protagonismo insólito- se alimenta tanto de las soluciones improvisadas como de los planes maestros.
A posteriori, una vez terminado el capítulo final, hay que volver al plano. El eco se hace evidente, la vuelta de tuerca es brutal. Desvelamos la geometría de una imagen de apariencia trivial, la invisibilidad de su significado cobra forma, concentrada allí donde las líneas de fuga de dos miradas (la de la pistola, la de Walter) se cruzan. La resolución nos conmueve no por lo que nos revela de Walter White -temeroso profesor con cáncer reconvertido en alquimista de la metanfetamina, maestro de la supervivencia y frío criminal-, sino por la contundencia con que nos coloca frente a su reverso más oscuro y despiadado, el alter-ego que, como una solución de ácido, ha ido corroyendo su personalidad, su mirada sobre el mundo y los hombres.
En la quinta temporada, Walter White ya no será ese personaje con el que queramos identificarnos. Ese es el gran desafío al que se enfrenta ahora Breaking Bad. Un nuevo salto de calidad en la historia de la teleficción.