La figura del ambicioso siempre ha dado mucho juego. El canon, sin duda, lo marca Julian Sorel, protagonista de la novela Rojo y negro de Stendhal y modelo alrededor del que desde entonces se ha estructurado el personaje. El ambicioso perfecto, para serlo, debe cumplir con ciertos requisitos, que pasan por un origen humilde, atractivo físico, inteligencia y capacidad para moverse con naturalidad en ambientes selectos. En cine, los referentes son muchos y su grado de maldad varía: del arquitecto interpretado por Gary Cooper en El manantial (King Vidor, 1949), ese idealista Howard Roark deseoso por cambiar la historia del arte, pasando por los delirios de grandeza del Bugsy (Barry Levinson, 1991) interpretado por Warren Beatty, el gángster de buen corazón que jamás llega a ver el éxito de su delirante visión de Las Vegas hasta llegar a la falta de escrúpulos de la Eva de Eva al desnudo (Mankievicz, 1950), esa actriz disfrazada de angelito que no se detiene ante nada con tal de conseguir sus objetivos. El protagonista de Dinero fácil, adaptación de Daniel Espinosa de la popular novela de Jens Lapidus, es un joven de veintipocos años, JW (Joel Kinnaman), un chaval de origen humilde deseoso de pertenecer a la alta sociedad sueca. El personaje nos remite directamente a Sorel en muchos aspectos: en su charme y en su codicia, pero también en su sensibilidad e inteligencia, y quizá sobre todo en su verdadera capacidad para amar, en este caso a una chica de la jet set a la que quiere impresionar a toda costa.



Rodeado por una pandilla de pijos aficionados a fiestas de cientos de euros y asediados por bellas mujeres en contextos de ensueño, JW no se conforma con su destino como hijo pobre de dos funcionarios y se dedica a cuidar con esmero su elegante vestimenta y su voluntad de aparentar, lo que lo conduce a una especie de esquizofrenia ya que la impostura le obliga a ocultar su trabajo como taxista clandestino o, sobre todo, sus coqueteos con el mundo del tráfico de drogas, fuente de ingresos que lo eleva muy por encima de sus posibilidades. "Limítate a los tuyos", le espeta uno de sus amigos ricos cuando muestra su interés por una rubia angelical cargada de millones. El origen del drama no puede ser más claro en una situación como ésta, JW no quiere limitarse a los suyos porque, en realidad, él siente como suyos a los ricos y poderosos, es donde se mueve mejor y en el fondo se siente más cómodo. Como en una tragedia griega, JW simplemente no se conforma con su destino y su empeño en cambiarlo será el abono para que, casi sin darse cuenta, acabe mucho más implicado en asuntos turbios de gran calado de lo que en principio preveía. Su cara de espanto al asistir a una brutal paliza a quien una vez consideró su amigo (en un submundo en el que los amigos no existen como se repite a lo largo del filme varias veces) es en sí misma una metáfora prístina de lo que cuenta la película: de pronto, como dice el título irónicamente, JW se da cuenta de que el "dinero fácil" no existe y que el precio que deberá pagar para colmar sus aspiraciones será, necesariamente, muy alto.



"Detrás de cada gran fortuna hay un delito", dejó escrito Balzac. Y Dinero fácil nos cuenta cómo, para crearlas y perpetuarlas, no sólo es necesario el delito, también que algunos paguen por ello, y que quienes lo hacen no son precisamente los principales responsables. Asistimos al ascenso y caída de un joven cegado por el fulgor del lujo y, de paso, a una radiografía del hampa más canallesca de una ciudad próspera e impoluta como Estocolmo, desde los matones encargados de cobrar un diezmo por la recaudación del guardarropa (una forma de extorsión de bajísima estofa) hasta la falta de escrúpulos de un capo serbio que ordena crímenes e inicia cruentas guerras entre bandas sin mover una ceja ni abandonar su espléndida mansión. En esta estructura de mosaico, el contrapunto de JW es Jorge (Matias Padin), un inmigrante latino que se convierte en el espejo en el que se refleja su alma ya que le devuelve la imagen de lo que exactamente es y se niega a sí mismo a base de jerseys de cachemira y porte aristocrático. Ambos, perdidos en un mundo que no comprenden pero que aspiran a conquistar a base de una cuenta corriente abultada, son exactamente lo mismo aunque JW se crea superior en base a su cabello rubio y sus amistades de alto copete. La historia de su imposible amistad acabará siendo el nudo gordiano del filme ya que al final, el sueco acabará dándose cuenta de su verdadera identidad y aunque pierda estatus y poder, como en toda buena moraleja, encontrará su alma.



Respecto a los rigores de la adaptación, Dinero fácil, la película, es sumamente fiel, si no a la letra, sí al espíritu de la novela. Tratándose de un tochaco de más de 600 páginas, los principales cambios tienen que ver con la obligada elipsis. Si en el libro se trata profusamente la carrera de JW como traficante de drogas y advenedizo en el mundo de los ricos, en la película la primera parte es condensada en apenas unos minutos para saltar directamente a la gran intriga criminal que la sucede. Los fans no se sentirán decepcionados aunque es posible que los espectadores sí se sientan un poco mareados ya que la trama resulta un tanto confusa y el juego de traiciones y fidelidades se convierte en un tobogán de sorpresas y giros de guión que no se resuelven de forma totalmente satisfactoria aunque sí se entiende a la perfección el fondo de la historia. Dinero fácil no es una obra maestra pero sí es una buena película, excelentemente fotografiada (la escena del protagonista con la chica en el bosque es estéticamente preciosa) y está dotada de nervio y de veracidad. Pronto, veremos una adaptación hollywoodiense en la que Zac Efron interpreta a JW siguiendo la estela de otras versiones estadounidenses del boom de la novela negra nórdica, como la que ha realizado David Fincher sobre las populares novelas de Stieg Larsson, titulada como The Girl with the Dragon Tattoo, con Daniel Craig como protagonista.