Elena Poniatowska. Foto: Sergio Enríquez-Nistal.
Hoy presenta junto a Soledad Puértolas su novela 'Leonora', ganadora del Biblioteca Breve
Pregunta.- ¿Qué relación tiene con Leonora Carrington?
Respuesta.- Nos conocemos desde hace más de cincuenta años. He escrito mucho sobre ella, entrevistas en periódicos, ensayos... Ella nunca me dice si está bien o si está mal. Lo único que hace es sonreírme. Es una sonrisa que yo interpreto como un reconocimiento y espero que me acompañe siempre. Tampoco creo que lea esta novela alguna vez. Leonora está por encima de lo que digan sobre ella, no le importa lo más mínimo. Nunca ha tenido complejo de vedette ni le interesa la celebridad. Esa sonrisa suya demuestra una vida interior única.
P.- Hay importantes paralelismos biográficos entre usted y ella. ¿Se identifica mucho con Leonora Carrington?
R.- Sí, tenemos una formación, una educación común. Las dos tomamos muchas clases de esgrima, de equitación... Su mundo infantil es muy parecido al mío.
P.- Ella fantaseaba constantemente con convertirse en distintos animales...
R.- Sobre todo en caballo. Ella fue una gran amazona, sobre este animal se había sentido muy libre. Había alcanzado una gran maestría en la equitación y conseguía siempre que el caballo hiciera lo que ella quería. Algunos la llamaban la yegua de la noche, que en inglés es the night mare, y que significa pesadilla.
P.- ¿Diría que la desobediencia ha sido la actitud que mejor la define?
R.- Yo diría mejor la rebeldía, la no aceptación de lo que le intentaban imponer. Ella siempre tuvo claro que tenía algo en su interior que había que salvar, costara lo que costara.
P.- ¿En qué sentido la enriqueció su historia de amor con Max Ernst?
R.- Él la enseñó a ver. [Poniatowska baja la mirada y señala la mesa sobre la que se celebra la entrevista]. Por ejemplo, él le decía: "Mira esta mesa. ¿Ves que tiene partes más oscuras que otras? Hagamos una calcomanía y luego siluetemos las manchas. Ahí hay una obra de arte que jamás hubieras sospechado".
P.- Ella se vino abajo por la separación forzosa de ambos que provocó la II Guerra Mundial. ¿Fue el hombre de su vida?
R.- No creo. Cada amor es distinto. Yo en este libro rescato a Leduc. Muchos dicen que su matrimonio con él fue de conveniencia, pero a mí su hija me enseñó una carta maravillosa de amor que Carrington le mandó a su padre y todavía conserva. Ella perdió el equilibrio psíquico no sólo por la separación. Le afectó muchísimo la guerra, ver que los nazis invadían Polonia, Bélgica... Y cómo los franceses escondían sus mejores botellas de vino para que no se las bebieran los alemanes, y cómo los españoles exiliados cerraban sus casas y tiraban las llaves a un pozo sin saber cuándo podrían volver. Hubo historias horribles que la turbaron mucho, como la del republicano que llevaba envuelto en un trozo de tela tierra española y un gendarme, en la frontera, le registró y le dijo "tira esa mierda".
P.- ¿Qué es lo que más le interesa de su pintura?
R.- Dicen que es una pintora surrealista pero yo diría que es celta. Ella ve cosas que los demás no vemos, detrás de las cortinas, en los techos... Es como si viera a los celtas que se escondieron bajo la tierra cuando su tierra fue invadida por los galos. Ella dice que éstos le han ayudado mucho a lo largo de toda su vida, sobre todo en los internados de monjas. Estaba aliada con estos seres minúsculos y les ordenaba que hicieran que las monjas tropezaran, y que se les cayeran los platos de las manos...
P.- ¿Qué tiene en mente escribir ahora?
R.- Quiero empezar a escribir una novela sobre mi familia, los Poniatowski, porque cuando me fui a México me olvidé por completo de ellos y ahora he descubierto que fueron guerreros, nobles... Incluso un tatatarubuelo mío fue rey de Polonia. Estanislao Augusto Poniatowski se llamaba. Él fue elegido rey gracias a la presión de Catalina la Grande de Rusia, que estaba encantada con él por sus capacidades eróticas. También me gustaría escribir alguna vez sobre esta reina, que en algunos libro de historia británicos denominan la gran prostituta de la historia y que cambiaba de hombre como de cataplasmas. Y también me gustaría escribir una biografía sobre Guillermo Aro, mi marido, el fundador de la astronomía moderna en México. Ya me inspiré en él para La piel del cielo, pero ahí había mucha imaginación. Ahora quiero que mis hijos sepan quién fue de verdad, lo que pasa que eso de los pies de página me da mucha flojera.
P.- Le quedan pues muchas obligaciones literarias pendientes...
R.- Sí, y me tengo que dar prisa porque cada vez me queda menos tiempo: estoy a punto de cumplir ochenta años. Del periodismo me he tenido que quitar casi. Me llaman mucho para escribir en periódicos pero no puedo atenderlos porque, si no, no escribo mis libros.
P.- Y si le cae el Nobel algún día...
R.- Me resulta curioso de la manera tan extraña que reciben este premio las mujeres. Doris Lessing se enfadó muchísimo por el agobio de los periodistas que fueron a su casa, y la austriaca [Elfriede Jellinek] ni siquiera fue a Estocolmo.
P.- Usted sí iría, ¿no?...
R.- Habría que ver en qué estado... Bien borracha [una sonrisa gamberra le ilumina el gesto].