Marcos Ordóñez
Crítico teatral, profesor de cine, mitómano y escritor, Marcos Ordóñez (Barcelona, 1957) domina el arte de dar liebre por gato. ¿Una prueba? Su último libro, Turismo interior (Lumen), tres relatos que se transforman ante los ojos del lector para indagar en la memoria, la nostalgia, la ironía y el terror.
Pregunta: Nada es lo que parece en
Turismo interior...
Respuesta: Me encanta el arte de dar liebre por gato, como diría Mihura. Y la ficción que te la mete doblada, como diría un castizo: lo cómico que se convierte en trágico (y viceversa), el relato que muta en ensayo, el género que abandona lo genérico. Las esquinas imprevisibles.
P: Recupera en el primer relato la Barcelona de finales de los 60 a través de tres amigos cuyos nombres empiezan por B: ¿algo más que un guiño?
R: No es una Barcelona realista sino una ciudad mental, donde el deseo y la muerte viven en la misma calle. Una ciudad en la que los protagonistas encuentran lo que no sabían que habían ido a buscar. Lo de las tres B es un guiño unificador, y no digo más.
P: ¿Qué queda de esa Barcelona resistente?
R: No creo que el término
resistencia sea privativo de una zona. De entrada, convendría definirlo. Si se trata de no seguir la “corriente mayoritaria”, me temo que el apagón -o la grisura- es general, aunque algunas velas invictas y solitarias siguen alumbrando.
P: ¿La nostalgia es siempre un error?
R: No sé si es un error, “lo que no tiene es remedio”, como cantaba Serrat. Pero también es una forma de memoria, a condición de controlar el pedal del freno y el nivel de azúcar.
P: ¿De quién siente nostalgia (literariamente hablando)?
R: De los amigos que ya no escribirán más. De no poder comer (literariamente hablando) con Bernard Frank, ni tomar un café con Raúl Ruiz o una copa de madrugada con Francisco Casavella.
P: ¿Qué encontraríamos si alguien indagase en su pasado como hace usted con el escritor del segundo relato?
R: La misma esquiva relación entre lo vivido y lo escrito.
P: ¿Por qué es el pasado un país extranjero?
R: Porque sus dimensiones son cambiantes, porque la luz es engañosa y porque sólo puedes volver a él como turista, es decir, como "extranjero en el extranjero", y con salvoconductos ocasionales. Mejor así.
P: Protagoniza el tercer relato, "Gaseosa en la cabeza", sobre sus propios miedos. ¿El peor?
R: Como diría (cariñosamente) Gil de Biedma, "no haga usted preguntas ociosas". Todos sabemos cual es el miedo más antiguo, más intenso, más perdurable: el final de la película.
P: ¿A qué o a quién teme como escritor?
R: A perder el impulso. (El miedo a esa pérdida también se aplica a la vida, por supuesto)
P: ¿Como crítico teatral?
R: En ese negociado hay más placeres que miedos, a Dios (y a Talía) gracias. El temor usual es pasar una noche aburrida. Pero la siguiente siempre será mejor.
P: ¿Por qué parece que la escena de Madrid se conforma con recibir las mejores producciones de Barcelona?
R: Imagino que quiere decir que falta más puente, más intercambio entre ambas escenas. Estoy de acuerdo.
P: ¿Entiende (y celebra) el éxito del musical?
R: Con excepciones aisladas, como la vivaz y simpatiquísima
Avenue Q, la mayoría de los musicales que nos llegan o se cocinan aquí no son dignos de pertenecer al género. Son antologías de grandes éxitos. (Y cuyo éxito se me escapa). Sería buena cosa que los teatros públicos recuperasen el verdadero musical pero me temo que no están las arcas para esas alegrías.
P: Dice Boadella que ha renunciado a ser catalán. ¿Por qué es imposible que Els Joglars actúen en Barcelona?
R: No conviene confundir catalanidad (o españolidad) con política. En cuanto a lo segundo, no hará tanto que Els Joglars estuvieron en el Lliure. Pero el señor Boadella siempre ha obtenido muy buenos réditos del victimismo.
P: ¿Por qué jóvenes dramaturgos apuesta?
R: La juventud no es garantía ni categoría. Entre los más recientes destacaría a Alfredo Sanzol, a Guillem Clua, a Jordi Casanovas. Entre los eternamente jóvenes, a Benet i Jornet, a Lluisa Cunillé, a Eusebio Calonge.
P: ¿Y por qué poetas?
R: Por el ya no tan joven pero espléndido Juan Bufill, y por el muerto pero siempre joven Andreu Vidal.
P: ¿Qué consecuencia ha tenido la gestión del tripartito para la escena?
R: En ese terreno no ha habido que lamentar daños colaterales.
P: ¿Y para la cultura?
R: Esos asuntos no se resuelven opinando sino votando. En Cataluña y en el resto de España.