Cuando la dejada de Ajdukovic se quedó en la red, el pasado y presente de Rafa Nadal enlazaron los caminos. Su grito, al cielo de Suecia, estaba cargado de efusividad, de liberación, de alegría, de rabia y de un sinfín de sentimientos que ha ido acumulando durante 777 días, que es el tiempo transcurrido entre su última final disputada (Roland Garros 2022) y la última a la que se ha clasificado (Bastad 2024).
Acumula 72 finales en tierra batida a lo largo de toda su carrera deportiva, solo Guillermo Vilas (76) le supera sobre la arcilla. Se le ve feliz al balear tras su victoria, aunque le haya costado la renuncia a las semifinales de dobles junto a Ruud. Al fin y al cabo, pese a su maltrecho y erosionado físico, Nadal ha resistido primero para hacer prevalecer su fortaleza mental después.
Ha sido el guion de sus dos últimos enfrentamientos en Bastad. Aguantar el equilibrio cuando el rival aprieta y someter con determinación en el momento adecuado. En cuartos, contra Navone, retomó lo que significa un partido desgobernado, en el que cada tenista manda por momentos, y largo, en los que el joven Nadal se movía cómodamente.
Eso no lo ha perdido. Nadal se está preparando físicamente, pero su persistencia y la capacidad de darse otra oportunidad y no dejar de insistir son capacidades innatas. Si el rival le quiere ganar debe pasar por encima de un Nadal, irregular en sus virtudes, pero sólido con sus capacidades.
Y eso fue mucho para un bravo Navone, también para el novel Ajdukovic (130º del ranking) que tuvo contra las cuerdas al rey de la arcilla, pero acusó la falta de experiencia y acabó sacando la bandera blanca de la rendición.
"Ha sido un partido muy duro. El rival tenía uno de los mejores reveses contra los que he jugado nunca. Estaba intentando mandarle al fondo, pero era muy difícil. Al final he encontrado la forma de sobrevivir y de volver a una final después de mucho tiempo, así que son buenas noticias. Estoy muy feliz", asegura Nadal tras superar otra jornada maratoniana en la que fue otra vez a remolque.
Cuando Rafa compareció ante Ajdukovic todavía cargaba en sus piernas las cuatro horas hasta las que se alargó su choque de cuartos, el segundo más largo de su carrera disputado a tres sets. Pero la mano y la mentalidad del balear van por libre en ese camino que recorre Rafa en busca de reencontrarse con su tenis.
"Estoy en este proceso de recuperar muchas cosas que he perdido por mis lesiones y por la operación de hace un año. Y estoy luchando. Partidos como este y el de ayer ayudan a mejorar, pero intentaré jugar un poco mejor mañana", añade el español que, con su triunfo ante Ajdukovic, también vuelve a enlazar cuatro victorias seguidas más de dos años después.
A la vez que va ganando kilometraje para su forma física, va reencontrándose con sensaciones antiguas e imperecederas. Como la de jugar un día tras otro, algo que de avanzar rondas, le tocará afrontar en los Juegos Olímpicos de París que están al girar la esquina. Allí presentará su candidatura a dos medallas, una en individual y otra junto a Carlos Alcaraz en dobles.
Nadal ha comprendido cómo debe ser la preparación para la cita olímpica, tanto mental como físicamente. Todavía tiene margen de mejora, pero mantiene su esplendor competitivo en cada partido y eso le permite abrazar otra final sobre la tierra batida y disfrutar de la grata respuesta de su cuerpo a los partidos maratonianos.
Un intangible que llevaba en el baúl de los recuerdos durante más de dos años y que era lo que realmente buscaba desempolvar en Bastad. Han pasado 777 días desde aquella final en Roland Garros, pero Nadal vuelve a ir encontrando el rumbo en un camino que podría llevarle de vuelta a la Philippe Chatrier, donde puede quedar un último baile, o tal vez dos.