Esta vez no hubo épica ni sufrimiento extremo, pero importó bien poco. Rafael Nadal ganó su decimocuarta Copa de los Mosqueteros en Roland Garros para llegar a los 22 títulos grandes, abriendo una brecha de dos con Novak Djokovic (20) en la carrera por ser el mejor tenista de todos los tiempos. [Narración y estadísticas]
Al vencer a Casper Ruud el domingo en la final (6-3, 6-3, 6-0), el español se regaló otra tarde inesperada: a los 36 años, y en plena batalla contra la enfermedad de Müller-Weiss, una displasia del escafoides tarsiano que sufre desde 2005 en su pie izquierdo, y que se ha vuelto intolerable tras la pandemia de la Covid-19, Nadal se abrazó al infinito en un 2022 para enmarcar: campeón en el Abierto de Australia y también en Roland Garros, los dos grandes torneos que se han jugado hasta el momento.
“Es muy difícil describir los sentimientos que tengo”, se arrancó el mallorquín sobre la pista. “Nunca creí que estaría aquí con 36 años siendo competitivo, jugando una vez más en la pista más importante de mi carrera. Me da mucha energía para seguir adelante. Para mí, es increíble jugar aquí, es muy bonito. No sé qué pasará en el futuro, pero voy a seguir luchando”.
Con amenza de lluvia, pero con el techo abierto, un día feísimo en París, el cruce arrancó entre fuertes contrastes: el favoritismo abrumador de Nadal, invicto en sus 13 finales anteriores en Roland Garros, y la gestión de los nervios de Ruud, clasificado para su primer partido por el título en un Grand Slam. Así, el noruego se encontró debutando en un encuentro de la máxima exigencia, ante Nadal y en la Philippe Chatrier (111 victorias en 114 partidos), y se preparó para enfrentarse al desafío de los desafíos, quizás el más complicado en el deporte moderno: tumbar al balear en el templo de la tierra.
Como era lógico, Ruud buscó plantear un partido de desgaste desde el fondo de la pista, basado en intercambios largos y trabajados. El noruego, el jugador que más victorias ha celebrado en arcilla desde 2018 (89), es posiblemente el último gran especialista del circuito ese tipo de pistas. Con un juego ideal para la superficie, completamente adaptado, el número ocho mundial se lanzó a por la final listo para aguantar todo lo que Nadal le plantease.
Esas buenas intenciones, sin embargo, quedaron en nada a los cinco minutos.
En su mejor momento de los últimos meses, el mallorquín atacó el trofeo con un convencimiento fabuloso en la victoria. Estoy aquí, he superado a Djokovic, he sobrevivido ante Zverev, y te aseguro que no voy a perder la final. Aceptando el planteamiento de Ruud, juguemos a matarnos desde atrás, Nadal desbordó al noruego con una impresionante exhibición de tenis para la que su contrario no tuvo respuesta.
Apoyándose mucho en su drive, uno de los mejores del mundo, Ruud buscó llevar la iniciativa para sacar a Nadal de posiciones cómodas de golpeo, poniéndole a correr de lado a lado con el objetivo de encontrar un hueco que le permitiese entrar al duelo. La mayoría de las veces, sin embargo, el español repelió esa estrategia de su rival volteando tácticamente los puntos, cargando sin miramientos contra el revés de su oponente y encontrando por esa zona de la pista el lado más débil del noruego.
Punto a punto, Nadal hizo que Ruud perdiese la fe en el triunfo y se acercó al título derrochando energía y pasión. Deshaciéndose por ese costado del revés, el noruego acabó abriéndose de brazos para intentar entender algo que no tiene explicación: tenistas como Nadal solo se ven una vez en la vida.