Yannick Hanfmann preferiría haber jugado de noche. A las dos de la tarde del miércoles, con 28 grados de temperatura, un sol de justicia en la Rod Laver Arena, Rafael Nadal derrotó 6-2, 6-3, 6-4 al alemán y aterrizó en la tercera ronda del primer grande del año tras aprovechar las condiciones de juego, fantásticas para los efectos de su golpes y un martirio para cualquier rival. Bienvenidos al paraíso de Nadal: el español ha perdido 15 partidos en el Abierto de Australia durante toda su carrera, pero solo tres de ellos (Lleyton Hewitt en 2005, Tomas Berdych en 2015 y Fernando Verdasco en 2016) han sido en la sesión diurna del torneo. Eso, lógicamente, no es casualidad.
“Si me das a elegir, prefiero jugar de día porque las condiciones me ayudan más”, reconoció Nadal, citado en la siguiente ronda con Karen Khachanov (6-4, 6-0, 7-5 al francés Bonzi). “De noche, los jugadores que tiran muy plano no tienen ninguna sensación de error. A mí me va mucho mejor una bola viva, que vuele y no se quede muerta. No es solo el efecto del golpe, es también la sensación del rival”, prosiguió el balear. “Cuando pegas una pelota así el contrario sabe que tiene un punto de impacto, y si no acierta tiene muchas opciones de fallar. Eso genera dudas. Con una bola muerta, sobre todo para los que pegan plano, el rival tiene muchas más opciones porque el margen es mucho mayor. Eso da más opciones a la gente que tiene un golpe más directo”.
“A Rafa le gustan esas condiciones más rápidas porque se siente cómodo”, aseguró Carlos Moyà, uno de los entrenadores del número cinco mundial. “A veces le toca de día, y a veces de noche. Es verdad que los encuentros nocturnas suelen ser más duros porque suelen ser las rondas finales”.
Hanfmann, que necesitó superar la fase previa para llegar al cuadro final y venció luego a Thanasi Kokkinakis, campeón en Adelaida, jugó convencido de que tenía una oportunidad, creyéndoselo de verdad. Olvidándose de la paliza que le propinó Nadal en su único partido previo (primera ronda de Roland Garros 2019, el mallorquín solo cedió seis juegos), el alemán tuvo una oportunidad clave para romper el saque de su rival que le habría colocado por delante (2-2).
Ocurrió frente a una grada desangelada, solo permitido el 50% del aforo como consecuencia del repunte de casos de covid-19 en la ciudad australiana. Nadal no solo salvó ese momento delicado, anulando la pelota de break de su oponente, también tuvo la capacidad de subir una marcha para sumar cinco juegos seguidos (de 2-2 a 6-2, 1-0) y desesperar al alemán, tan cargado de intenciones, tan dispuesto a pelear por la victoria, tan frustrado cuando el mallorquín desarmó su plan de asalto y destapó las carencias que le costaron la eliminación.
Antes de que el reloj hubiese descontado media hora, el número cinco ya había interpretado una maniobra básica de Hanfmann sobre la que giró buena parte del cruce. Durante los intercambios, el alemán apostó siempre por pegar cruzado su revés, evitando los riesgos de buscar el paralelo. Una vez descubierta la táctica, una vez destripada la jugada, Nadal lo tuvo claro: se quedó en la zona izquierda de la pista y cazó los tiros de su contrario una y otra vez hasta alcanzar el pase a la tercera ronda.
Hanfmann, sin embargo, se revolvió con fe. A pesar de ir siempre por debajo, el alemán jugó con descaro y obligó a Nadal a mantener el nivel para no llevarse un susto, exprimiéndose durante casi tres horas (2h42m) antes de levantar los brazos.
Por ahora, el español está donde quería: ganando confianza para estar listo cuando lleguen los momentos importantes, y el primero de ellos está a la vuelta de la esquina. El viernes le espera Khachanov, un buen test para saber a qué puede aspirar en el primer grande del año.