La imagen da miedo. Con los ojos inyectados en sangre, Novak Djokovic celebra gritando de forma colérica que ha derrotado a Matteo Berretini para llegar a las semifinales de Roland Garros. El número del mundo está poseído por la ira mientras brama palabras en serbio que rebotan por todos los rincones de la pista Phillipe Chatrier, desierta porque el toque de queda ha obligado a los organizadores a mandar a los espectadores de vuelta a casa. Nole lo ha pasado mal en el encuentro ante el italiano, pero es imposible que esa reacción sea solo una manera de soltar la tensión: el campeón de 18 grandes está mandando un mensaje a Rafael Nadal, su rival este viernes por el pase a la final y máximo candidato a levantar una nueva Copa de los Mosqueteros en París.
“A Djokovic lo tenemos muy estudiado, pero esperamos que él mueva ficha”, reconoce Carlos Moyà, uno de los técnicos del español, después de entrenarse con Nadal el jueves por la mañana durante algo más de una hora para preparar el encuentro. “Igual que nosotros intentamos ajustar cosas en pista rápida, supongo que él va a intentar algo nuevo porque en los últimos cinco o seis años no le ha funcionado lo que ha hecho contra Rafa en tierra batida”.
“Estoy seguro de que antes de irse a dormir cada uno va a tener clara la táctica”, le sigue Francis Roig, otro de los entrenadores del campeón de 20 grande. “Dentro de poder aplicar ese esquema de juego, hay variantes que se pueden utilizar para sacarle mayor rendimiento a algo que les esté funcionando especialmente bien en el partido”, prosigue el técnico. “La capacidad para improvisar también es una parte muy importante del juego”.
Los números no engañan a nadie. Al igual que Nadal lleva sin ganar a Djokovic en pista dura desde 2013 (20-7 domina Nole los enfrentamientos en esa superficie), el serbio ha encajado cinco derrotas consecutivas en tierra batida y no levanta los brazos ante su oponente desde los cuartos de Roma en 2016 (19-7 para el español en el total de los duelos jugados en arcilla). Eso deja al número uno en una posición evidente: asaltar la semifinal con un plan de juego distinto para no terminar inclinándose de nuevo.
“Djokovic va probando cosas para intentar sorprender y ganar, pero nosotros nos tenemos que fijar en lo que le va bien a Rafa”, avisa Moyà. “El año pasado salió todo espectacular [Nadal le ganó la final 6-0, 6-2, 7-5], aunque no esperamos un partido así. Ese nivel de 2020 va a ser difícil superarlo, firmo igualarlo. Fue una clase magistral de cómo se juega al tenis en tierra batida. Si hubiésemos escrito un guion, no habría sido tan perfecto a lo que ocurrió en la realidad”, subraya el balear. “Habrá dificultades seguro, pero si él es capaz de jugar a un nivel alto… al final es Rafa Nadal, estamos en Roland Garros y se juega en la Philippe Chatrier”.
En 2013, Nadal acaba dos veces con Djokovic en cemento (Canadá y el Abierto de los Estados Unidos). Las victorias llegan tiempo después de que el español haya roto en Montecarlo (2012) una dolorosa racha de siete derrotas consecutivas ante el serbio (entre Indian Wells 2011 y el Abierto de Australia 2012, tres de ellas en finales de Grand Slam). Para llegar ahí, el mallorquín pone en práctica una idea que necesita tiempo de implantación: en lugar de llevar a Nole de lado a lado en los peloteos, abriéndole ángulos, opta por jugarle profundo y al centro. Con eso consigue negarle a su contrario las aristas de la pista. En consecuencia, el español recupera el control de los intercambios. Domina. Triunfa. Es un cambio táctico fantástico, la solución que pone fin al problema. Nadal le gana a Djokovic en tierra y también en pista dura, aunque luego la rivalidad vuelva a darse la vuelta y le obligue a explorar nuevos límites que todavía no ha descubierto (nueve partidos seguidos sin conocer la victoria en cemento).
En ese mismo punto está ahora el número uno: viendo qué inventarse para tumbar a Nadal en tierra y cerrarle las puertas de la final de Roland Garros.