Desde hace muchos años, sobre todo desde que apareció Rafa Nadal, el deporte español vuelve sus ojos en junio a las pistas de Roland Garros. Si todo sigue como empezó, este año seguiremos la costumbre. Quería decírnoslo de alguna forma y lo hizo ganando su duodécimo Conde de Godó.
Muy pocos deportistas desafían el paso del tiempo y a las nuevas generaciones. Son los elegidos, los capaces de mantener llameante su fuego competitivo, su espíritu ganador. Más que ningún otro español, Nadal representa la furia hercúlea, el temple preciso en busca de la victoria, sin importar las condiciones ni la edad propia o del rival.
El manacorense parece estar inmunizado contra la derrota en las finales sobre tierra batida. En este Godó, cuando más cerca lo tenía, lo perdió; y cuando más lejos parecía, lo consiguió. Un combate titánico, de una dureza y duración impropios de un partido a tres sets. Casi cuatro horas de golpes memorables, de carreras extenuantes. Pudo haber ganado cualquiera de los dos, pero ganó el que suele ganar sobre la arcilla.
No estaba siendo una temporada fácil para Nadal. Su rival en el Godó, Stefanos Tsitsipas le apeó del Abierto de Australia. Tampoco la temporada de tierra, la temporada de Nadal, comenzó a su gusto: perdió en uno de sus lugares icónicos, Montecarlo, ante la pujanza de otro joven larguirucho y de gran envergadura, Rublev.
Cerca del famoso Casino, se observó al mallorquín nervioso, con gestos impropios de su carácter templado. Y ya saben lo que ocurre con Nadal: cuando da síntomas de flaqueza, los interrogantes sobre su futuro se disparan. De forma que esta final frente a Tsitsipas tenía mucho de desquite, y no sólo contra el griego, sino quizás contra sí mismo. Lo que digamos los demás le importa poco.
Por eso, al ganar el torneo en Barcelona se lanzó sobre la pista como hace en las grandes ocasiones, mientras que en su palco, técnicos y familiares se abrazaban como si hubieran ganado Wimbledon. El clan tenía que quitarse un peso de encima.
La lucha de Nadal por las victorias cada vez es más conmovedora. Lucha contra sus lesiones y su cabeza; lucha contra el paso del tiempo; y lucha contra las robotizadas y atléticas nuevas generaciones, jugadores que ya se ven como el relevo de la vieja guardia, cada día más lejos de lo que fueron; cada día más cerca del adiós.
Sin embargo, el griego tuvo que rendirse ante Nadal, aunque apenas se creyese la suerte del encuentro cuando terminó, tan cerca lo tuvo. Más que nunca, la final fue un combate mental, una guerra de nervios en busca de la templanza.
Ha sido un buen fin de semana para nuestros héroes del siglo XX que aún combaten contra la retirada. Pau Gasol continúa con su mejora progresiva y paulatina de jugador maduro, y Alejandro Valverde realizó la enésima hazaña que le convierte en un ciclista único. El día que cumplió 41 cumpleaños, Valverde concluyó su semana preferida con un cuarto puesto en la Lieja-Bastoña-Lieja, tras haber conquistado un quinto en la Amstel y un tercero en la Flecha Valona. Y siempre al lado de los más grandes. Con Pau y Valverde, Nadal no está solo.