Ahora creo, ahora ya no. A Federico Delbonis le duró la fe en la victoria menos de un parpadeo, el tiempo que se alargó el calentamiento de su partido de segunda ronda de Montecarlo contra Rafael Nadal. El campeón de 20 grandes abrió la gira de tierra batida europea con una exhibición de poder como las de toda la vida: despachó 6-1, 6-2 al argentino y se citó en octavos de final con Grigor Dimitrov (7-5, 6-4 a Jeremy Chardy) firmando una presentación sin fisuras. Después de dos años arrancando al trantrán la temporada de arcilla (Montecarlo 2019, cayó en semifinales ante Fabio Fognini enfangado en una severa crisis mental; Roma 2020, se despidió en cuartos de final ante Diego Schwartzman falto de ritmo tras volver de seis meses de parado como consecuencia de la pandemia de la covid-19), el balear empezó con buen pie una andadura en la que se juega mucho: en Roland Garros (desde el próximo 30 de mayo) tendrá a tiro el récord histórico de torneos del Grand Slam que comparte (20) con Roger Federer. [Narración y estadísticas]
En una pista desangelada, sin público en unas gradas completamente cubiertas por unas lonas verdes, el español abusó de Delbonis en un cruce convertido en tortura. Con solo cinco encuentros disputados en 2021, Nadal protagonizó un sobresaliente estreno en Montecarlo. Al español, ya se sabe, no le cuesta esfuerzo adaptarse a la superficie sobre la que ha cimentado su leyenda, una que le ha visto levantar 60 títulos (¡60!), 13 de ellos en Roland Garros (¡13!). La tierra es a Nadal lo que la brocha era a Leonardo: un binomio difícil de entender por separado.
El mallorquín, que puede recuperar el número dos en Montecarlo si llega a la final, abrumó a Delbonis dede el inicio planteándole un ritmo frenético. El argentino, zurdo y rápido de movimientos, padeció lo que tantos otros: una versión inabordable del mejor tenista que ha visto la historia sobre tierra batida. En 49 minutos, justo antes de fabricarse sus cuatro primeras pelotas de break de la tarde, Delbonis solo había conseguido sumar un juego y perder nueve (1-6, 0-3).
El argentino, todo en contra, todo perdido, celebró que le había roto el saque a Nadal como un logro espectacular. Eso, sin embargo, quedó en un hecho aíslado que no afectó al desenlance del encuentro: el español siguió a lo suyo hasta levantar los brazos victorioso