Abran paso porque el primer campeón de Grand Slam nacido en la década de los 90 ya está aquí, y derribando la puerta de una patada. Después de perder sus tres primeras finales grandes (Roland Garros 2018-2019 y Abierto de Australia 2020), Dominic Thiem no volvió a dejar escapar la oportunidad que le ofreció el US Open: sin Roger Federer (lesionado), Rafael Nadal (ausente por la pandemia de covid-19) y Novak Djokovic (descalificado en octavos de final tras darle un pelotazo a una juez de línea), el austríaco completó una remontada imposible (2-6, 4-6, 6-4, 6-3, 7-6 a Alexander Zverev) y levantó una copa que cambia su carrera. A los 27 años, Thiem ya puede estar tranquilo, al menos de momento. Su nombre está en la historia, y eso nadie se lo va a quitar jamás. [Narración y estadísticas]
“Afortunadamente, no era demasiado tarde cuando le rompí el saque en el tercer set”, acertó a decir Thiem, que llegó a estar dos sets y break abajo (2-6, 4-6, 1-2 y saque de Zverev), todo una abismo. “Siempre creí. Desde ese momento, cuando recuperé el break en el tercer set, la fe se hizo cada vez más fuerte. Mantuve la esperanza de que en algún momento me liberaría”.
Sin terminar de aceptar que esta vez no era el aspirante y sí el candidato, Thiem penó para sentar las bases del partido al principio: ni ritmo, ni agresividad, ni contundencia. El abecedario del austríaco no apareció en ningún momento, presentando a un tenista desdibujado, errático y sobrepasado por la oportunidad de su vida: después de perder sus tres finales de Grand Slam anteriores (Roland Garros 2018-2019, Abierto de Australia 2020), el US Open pareció el torneo idóneo para que el número tres mundial se llevase el título, con los rivales que se habían interpuesto en su camino fuera de combate.
Posiblemente, Thiem no contaba con enfrentarse a un Zverev indomable, espléndido, de largo el mejor de toda la quincena.
En sus dos últimos encuentros en el torneo, el alemán consiguió reponerse de dos inicios malísimos (1-6, 2-4 ante el croata Coric en cuartos de final y 3-6, 2-6 frente a Pablo Carreño en semifinales). Consciente de que contra Thiem no podía permitirse un arranque al trantrán, porque posiblemente las consecuencias habrían sido irreversibles, Zverev abrazó su mejor versión desde el primer minuto, consiguiendo descolocar a su contrario.
Que Zverev empezase jugando tan bien le provocó a Thiem un ataque de nervios, y eso abrió la puerta de las malas sensaciones. Después de encajar un break muy pronto (1-2), el austríaco cedió otro (2-5) en un juego en el que cometió dos dobles faltas y un error extrañísimo con su revés. El alemán, tan lejos de jugar bien los días anteriores, se protegió con su saque para no sufrir y fusiló cada pelota que tocó con su drive, moviendo la mano de maravilla antes de golpear para envenenar los cañonazos con los que intentó rematar la mayoría de los peloteos.
Antes de la hora de partido, apenas 58 minutos, Thiem ya había escuchado sonar todas las alarmas en su cabeza, con Zverev ganando 6-2, 5-1. El intento de reacción llegó tarde (primera bola de break de la final con 1h10m de partido en el marcador, que convirtió a su favor), pero cambió la dinámica del encuentro y le dio al austríaco las llaves de la remontada. Sí, Zverev salvó la primera situación complicada que se le vino encima (pasó de estar 5-1 a 4-5, cometió una doble falta en ese juego clave cuando sacaba por la segunda manga, se enfrentó a un 30-30 con 5-4 y finalmente le echó el lazo al parcial), pero no pudo evitar todo lo que vino después: un partido nuevo, la verdadera final.
Por primera vez en toda la noche, Thiem compitió con sus armas habituales. Así recuperó un break de Zverev (de 2-1 a 2-2). Así endureció los intercambios, consiguiendo finalmente que los puntos se jugaran de tú a tú. Así se llevó el tercer set y también el cuarto. Y así forzó el quinto, convocando a los demonios del alemán, invitándoles a bajar a la pista, ofreciéndoles la cabeza de su contrario como lugar para corretear.
La manga decisiva ofreció una brillantez deliciosa, lo que se esperaba desde el viernes. Ni Zverev (con 5-3) ni Thiem (con 6-5) pudieron cerrar la victoria al saque, encadenados a los nervios que facilitaron el break del contrario. Entonces se llegó al desempate decisivo, el primero en toda la historia del US Open en una final (Era Open). Con Thiem tieso, sin poder impulsarse para sacar ni moverse, jugando cojo por los nervios. Con Zverev temblando (dos dobles faltas) y pensando demasiado en todas las ocasiones perdidas. Con el partido al rojo vivo.
Después de desaprovechar sus dos primeras pelotas de campeonato, el austríaco ganó. Su valentía, su garra, su fe para no perderle la cara al título hicieron posible lo que suena a milagro: nadie desde 1949 remontaba un 0-2 en la final del US Open (Pancho Gonzáles a Ted Schroeder), algo que ocurrió por última vez en el partido decisivo de un Grand Slam en Roland Garros 2004 (Gastón Gaudio a Guillermo Coria).
Bienvenido a tu historia, Thiem.