La ciencia dice que los milagros no existen, pero posiblemente el día de mañana los niños pensarán que Rafael Nadal fue uno de ellos, un suceso inexplicable, extraordinario y por supuesto maravilloso. Al vencer este domingo a Dominic Thiem en la final del Conde de Godó (6-4 y 6-1), el mallorquín celebró su décimo título en Barcelona (¡10!) una semana después de llegar a esa misma cifra en Montecarlo (¡otros 10!), alcanzando así a los dos dígitos en dos torneos distintos y de forma consecutiva. A estas alturas de 2017, y tras jugar cinco finales y conquistar dos, nadie pueda negar la realidad: Nadal, que es el principal favorito a todo hasta que acabe Roland Garros, está como en sus mejores días. [Narración y estadísticas]
“A estas alturas de mi carrera, lo que quedan son las victorias”, resumió el balear tras el triunfo contra Thiem, que le valió la corona número 71 de su palmarés. “Haber llegado a 10 títulos en Montecarlo y Barcelona es algo increíble. Grabar 10 veces mi nombre en la placa del trofeo es difícil de explicar. Lo he ido consiguiendo con el trabajo diario de muchos años”, prosiguió el balear. “Si lo he hecho yo, seguro que podrá venir alguien para igualarlo o superarlo, pero es algo complicado”, añadió. “Cada torneo que consigo de este nivel es único. El primero siempre es el primero, pero a partir de ahí cada victoria es única. Cada vez que he ganado he pensado que quizás era la última, uno nunca sabe eso”, cerró el campeón de 14 grandes, que por la noche ya estaba descansando en Mallorca antes de ponerse a preparar el torneo de Madrid.
“Los que estamos dentro del mundo del tenis sabemos lo que cuesta ganar una vez un torneo como Montecarlo o Barcelona, así que ganarlo 10… no sé si lo volveré a ver, sinceramente lo dudo mucho”, reflexionó Francis Roig, uno de los entrenadores del número cinco. “Esperábamos que subiera el nivel tras la victoria ante Zeballos. Le suele pasar a veces cuando le toca un jugador teóricamente más fácil en una ronda muy avanzada. En cambio, cuando juega contra un oponente de exigencia más alta saca todo lo que lleva dentro. Hoy lo ha demostrado”.
Desde que arrancó la gira de tierra batida europea hace unas semanas en Montecarlo, donde el español levantó el trofeo de campeón contra Albert Ramos en la final, Nadal no se había cruzado con ningún rival de los que deberían ser candidatos al título en Roland Garros. En Barcelona, frente a Thiem, el campeón de 14 grandes se midió por primera vez a uno de los que podrían aspirar al título en París a principios del próximo mes de junio, una fecha en la que el balear tiene clavados sus ojos.
Tras ganar a Murray el día anterior, su primera victoria frente a un número uno del mundo, el austríaco se plantó en la lucha por el título liberado y confiado en sus opciones al triunfo, sin que le importase la dimensión del reto, quizás uno de los mayores en la historia del deporte. Para Thiem, que tumbó a Nadal sobre arcilla en 2016 (Buenos Aires), la táctica siempre estuvo clara: intentar atacar al mallorquín para evitar que entrase en su zona de confort y pilotase desde ahí el encuentro a su antojo. La idea, bien pensada, murió al final de la primera manga, cuando el austríaco bajó los brazos, cansado de batallar.
Thiem, bien lo sabe el vestuario, es un jugador muy peligroso cuando siente que tiene el control del punto, cuando todo pasa por su raqueta. Si no es así, si el intercambio le obliga a sufrir, a ir de lado a lado, la paciencia del austríaco se agota pronto y el resultado es jugarse tiros complicados desde posiciones donde la posibilidad de éxito es bajísima. Como Nadal le llevó a esos lugares frecuentemente, como pegó, pegó y pegó de línea en línea, encontró premio con facilidad hasta que su oponente saltó por los aires, sin ninguna capacidad de sacrifico para combatir la adversidad.
La final, en cualquier caso, no tuvo nada raro. Que los dos rivales consumiesen ocho minutos en el primer juego del encuentro no fue ninguna sorpresa. Que se exigiesen la vida en intercambios eternos llenos de alternativas tampoco. Que Nadal subiese tres marchas después de ganar sin brillantez a Zeballos en semifinales formó parte de lo esperado. Que Thiem le intentase responder y no le llegase el juego para hacerlo también fue lógico, a semejante intensidad compitió el balear desde el inicio, con tal contundencia atacó el título de campeón.
Aguantando todo lo que su rival le propuso en el primer set, que a ratos fue bastante, Nadal logró el break en un momento clave que mató mentalmente al número nueve: sirviendo para 5-5, Thiem vio cómo el español le arrebataba el set, abriendo brecha en el camino hacia el título. Ahí la final se acabó. Consumido por el esfuerzo sin recompensa del primer set, Thiem bajó los brazos y se dobló ante un Nadal imperial, tan brillante como determinante en el partido más importante de la semana, lo mismo que ocurrió en Montecarlo.
Así, y tras acabar invicto en los dos primeros torneos de la gira de tierra, Nadal llega al ecuador de la forma soñada. Esperan Madrid, Roma y sobre todo Roland Garros. Espera la barrera que separa la leyenda del mito. Espera un lugar desconocido en el cielo.
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