“Roof! Roof! Roof!”. Entre palmas y vítores, las más de 22.000 personas que se citaron en la pista Arthur Ashe para ver el encuentro de la segunda ronda del Abierto de los Estados Unidos entre Rafael Nadal y Andreas Seppi se unieron pidiendo lo mismo a grito limpio: que se cerrase el nuevo techo del estadio más grande del circuito. El histórico momento, que llegó inevitablemente cuando la lluvia apretó y las líneas se volvieron peligrosas porque resbalaban, inauguró oficialmente la cubierta de la pista central del torneo mientras el campeón de 14 grandes derrotaba 6-0, 7-5 y 6-1 a su oponente para citarse con Andrey Kuznetsov (7-5, 6-4 y 7-6 a Albert Ramos) por una plaza en octavos de final.
“Es increíble la inversión que ha hecho la USTA [Federación de Tenis Estadounidense] para mejorar la pista”, celebró Nadal tras convertirse en el primer jugador de la historia del torneo en jugar y ganar un partido bajo la cubierta. “No he sentido muchos cambios al cerrarse. No hay mucha diferencia porque el techo es muy alto, así que casi no se nota”, continuó el número cinco del mundo. “Por ejemplo, es una sensación completamente distinta a la del O2 Arena, donde se juega la Copa de Maestros. No tiene nada que ver. El sonido de la pelota es muy distinto. Con la pista cerrada es casi como si estuviese abierta”, argumentó. “Al final, es una mejora muy buena para los jugadores, pero también para los espectadores”.
El estreno del techo en el partido, compuesto por cinco toneladas y elevado sobre ocho pilares de acero (ha costado 150 millones de dólares), puso fin oficialmente a días de esperas, frustración y protestas en el último grande de la temporada, con jornadas retrasadas y canceladas por el inestable tiempo del verano estadounidense. Después de que la lluvia obligase a disputar la final masculina el lunes durante cinco años seguidos (entre 2008 y 2012), la organización se tomó en serio el reto de construir la cubierta, un milagro arquitectónico por la forma octogonal del estadio.
Así, y resuelto el problema tras varios años de obras, el Abierto de los Estados Unidos se convirtió en el tercer torneo del Grand Slam con cubierta (el Abierto de Australia tiene tres pistas con techo y Wimbledon una) y dejó último a Roland Garros en la carrera que llevan tiempo disputando los cuatro grandes por mejorar y seguir mejorando a todos los niveles. Al fin, y en pleno 2016, el torneo podrá seguir desarrollándose con cierta normalidad si aparece la lluvia, evitando trastornos a jugadores, aficionados y televisiones, que pagan cifras enormes por los derechos de un evento que estaba en manos del clima.
La cubierta, sin embargo, ha provocado algo lógico: las condiciones de juego han cambiado por completo y no solo con el techo desplegado. La enorme estructura metálica, claro, es un escudo contra el habitual viento de Nueva York, que ha provocado quebraderos de cabeza a varias generaciones de jugadores. Ahora, incluso con el techo abierto, no hay rastro de los incómodos remolinos que se colaban por todos los rincones de la pista.
Mientras el techo se cerraba por primera vez en un partido oficial, un veloz proceso de cinco minutos y 35 segundos, Nadal ni se inmutó. El mallorquín, que también se convirtió el pasado lunes en el primer jugador que entrenó bajo la cubierta, no se acobardó ante la jaula, el nombre del techo por su parecido interior con una celda gigantesca. Al contrario: el mallorquín siguió dando pasos en su evolución (más agresivo con la derecha, con mejor movilidad y menos errático) para llegar competitivo al tramo final del torneo. En consecuencia, y pese a la aparición de la cubierta, no hubo un Nadal al aire libre y otro bajo techo.