La naturalidad es posiblemente el rasgo que más llama la atención de Marc López (Barcelona, España; 1982). Da igual que sea campeón de la Copa de Maestros (2012), de Roland Garros (2016) y del oro olímpico en los Juegos de Río de Janeiro, porque eso no le ha convertido en una persona distinta ni le ha blindado del resto. Al revés, López sigue siendo el mismo de siempre o quizás aún más cercano.
El martes por la mañana, mientras charla con este periódico en la terraza de jugadores del Abierto de los Estados Unidos, Rafael Nadal aparece por detrás sin hacer ruido y le pega una colleja que López recibe con una carcajada. “¡Te estoy haciendo la pelota!”, le dice al mallorquín antes de retomar una conversación en la que no hay un reloj que la detenga.
¿Ha celebrado el oro con los suyos?
Tampoco he tenido mucho tiempo para celebraciones. Terminamos en Río de Janeiro, me fui a Cincinnati y allí jugué con Feliciano, pero no fue muy bien porque perdimos en primera ronda. Me salió una infección en la pierna y me volví a España, a pasar un tiempo con mi mujer y mi familia en la Costa Brava. Lo hemos celebrado allí, hemos visto vídeos y hemos recordado el momento increíble de la victoria. Cuando veo la medalla, la sonrisa no se me quita de la cara.
¿Ya le ha encontrado hueco en casa?
He estado una noche en casa y todavía no he tenido tiempo. Lo que está claro es que no la voy a tener colgada como un póster, le vamos a dar un lugar privilegiado.
El debate es recurrente, ¿pero prefiere la medalla de oro o ganar un Grand Slam?
He ganado ambos y lo tengo claro. La medalla de oro está al mismo nivel que Roland Garros. Aunque hay algo cierto. La medalla de oro ha tenido más repercusión que ganar Roland Garros. No sé si al jugar con Rafa lo vio más gente, pero todo el mundo me felicitó más. Ganar una medalla no lo tenía ni contemplado, veía difícil hasta poder jugar. Dije muchas veces que ganar un Grand Slam es lo que me faltaba, pero es que el oro…
Nadal dijo en una reciente entrevista con este periódico que juntos pueden competir contra cualquiera.
Soy consciente de que jugando con Nadal siempre puedes aspirar a todo. Cuando fui a Río, no estaba pensando en la medalla. Está claro que me hacía ilusión, más aún jugando con Rafa. Pero me dediqué solo a la experiencia de disputar unos Juegos Olímpicos. En Londres no lo pude disfrutar mucho, porque perdimos en primera ronda y me tuve que ir rápido a casa.
En Río ha sido diferente. Desde el primer momento, me planteé jugar partido a partido, y sabía que Nadal jugaría bien, aunque llevase tiempo parado. Estaba convencido de ello. Nos llevamos tan bien fuera de la pista que dentro es difícil que las cosas no vayan bien. Es lo que hicimos, ni más ni menos. Sólo tuvimos un entrenamiento juntos, contra Ferrer y Bautista, y ya ahí nos encontramos muy bien. Partido a partido fuimos cogiendo confianza, empezamos a compenetrarnos. El resultado fue increíble, porque ganamos jugando a un nivel bastante alto todos los partidos.
Ustedes son una pareja que juega casi sin jugadas preparadas. ¿Cómo se explica el éxito que han conseguido?
Hay pocas jugadas. Nadal no es de hacer muchas jugadas, porque tampoco compite habitualmente en el dobles. A veces, hacer muchas jugadas le puede llegar a agobiar, porque le gusta tirar desde el fondo y no le hace falta mucho más. Yo intento mejorar aspectos que me faltan, intento cruzarme más en la red, ser más valiente… Con Rafa, más allá de la táctica, es una cuestión de feeling, de estar contentos y de que lo pasemos bien. Aunque hay mucha tensión en los partidos, intentamos hacer alguna broma en los intercambios para relajarnos un poco.
“¡He ganado un partido en unos Juegos Olímpicos”, dijo gritando tras su primera victoria ante los holandeses Haase y Rojer.
Es que a mí me gusta ir consiguiendo cosas que para mí son importantes. Igual para Rafa, que está tan acostumbrado a ganar tanto, es distinto. Yo estuve en Londres y participar me hacía mucha ilusión, pero cuando vuelves a tener la oportunidad de estar en otros Juegos me motivaba poder decir que al menos había ganado un partido. Al pasar la primera ronda, estaba muy feliz. No me conformaba, pero quería dar el máximo en cada encuentro.
¿Vio la final perdida? Su cara era un poema.
Perdida no, pero estábamos al límite. Fue un partido muy raro. En semifinales me sentía muy nervioso. Sabía que ganar nos aseguraba una medalla y eso es una tranquilidad. Aunque está claro que cuando tienes la plata, quieres la de oro. Ganamos el primer set jugando muy bien, Mergea se metió en el partido, se complicó todo y empezamos a dudar, yo sobre todo. Estaba más nervioso de lo normal. Para mí es lógico. Estar en la final de unos Juegos y tener la ocasión de ganar un oro histórico… No lo piensas, pero eres consciente de que estás ahí.
España descubrió su famoso globo esa noche. Y lo criticó durante buena parte del encuentro.
Mi recurso del globo lo utilizo siempre, pero al verlo mucha gente se magnificó todo. En momentos de tensión, aún tiro más globos y, cuando la pista es grande, veo que tengo mucho espacio, aunque el rival remate. Llegó un punto que entre los nervios, que me gusta tirar el globo… Se dieron tantas cosas que en el último juego de la final sólo podía tirar globos. Rafa me decía que dejara de tirar tantos globos y le dije: ‘Rafa, llevo tirando globos de revés toda la vida y ahora no puedo pegarle recto, porque directamente no sé hacerlo’.
Tuvimos la suerte de que en los dos últimos puntos Mergea falló dos remates, el último a huevo. Pero le digo algo: si mañana volviese a jugar la final, seguiría tirando globos. El problema es que los tiré corto.
Cuando peor lo estaban pasando en ese partido, Nadal le rodeó el cuello y le dio un abrazo.
Más que decirme nada, que es cierto que en algún momento me dijo que tirase fuerte de revés, me demostró que estaba ahí. Cuando las cosas no van bien me apago, pongo cara de estar pasándolo mal. Nadal tiene la capacidad de ver la parte buena cuando todo va mal, por eso es un fuera de serie. En el tercer set de la final, me vio con cara de asustado en ese momento, y vino a animarme, a darme cariño y a meterme un poco de caña también, a decirme ‘Venga tío, coño. Vamos a sacar esto’. Todo esto lo valoro muchísimo. Si no tuviese alguien al lado con esta actitud, no habríamos sacado el partido.
Pero usted también llevó el peso del dobles en algunos momentos, como contra los argentinos Del Potro y González.
Soy consciente de mi rol cuando juego el dobles. No quiero ser humilde, pero con todas las parejas que he jugado ha sido igual: el peso lo ha llevado mi compañero. A mí me encanta ese papel. Está claro que si creo en una jugada, o en algún momento estoy más inspirado, también me atrevo. La realidad es que mis parejas han sido más buenas que yo. Y con Nadal ni le cuento. Quizás, en algún momento contra los argentinos o en otro partido, él falló un poco más, pero nada extraño.
La Copa de Maestros con Marcel Granollers, Roland Garros con Feliciano López y el oro olímpico con Nadal. Sus tres títulos más importantes los ha ganado con tres parejas distintas.
Ganar con tres parejas diferentes los tres torneos más importantes de mi carrera es algo increíble. Sé que tengo mi parte de mérito. Como siempre he dicho, es básico tener una pareja con la que el feeling sea lo primero. Granollers, Feliciano y Nadal son los tres mejores amigos que tengo en el circuito. Esto se refleja en la pista. Tengo confianza ciega en decirles cualquier cosa y eso es importante. Jugando me ayuda y me da tranquilidad.
¿Imaginaba todo esto cuando dejó de jugar en individuales?
No, ni de broma. No me imaginaba ni ganar un Masters 1000 cuando dejé el individual. Cuando lo dejé, lo estaba pasando mal. Perdí la motivación de intentarlo. Me lesionaba, no competía bien, perdía ránking y tampoco podía ganarme la vida. Cuando gané Doha con Rafa, fue lo máximo en ese momento. No es sólo lo que he ganado después, hacer una final de Grand Slam me parecía imposible. O ganar un Masters 1000. O ganar un torneo 500. Por ejemplo, para mí era impensable jugar la Copa Davis hace unos años. Cuando voy convocado, es lo máximo. Veía al equipo de Davis y pensaba lo buenos que eran y lo complicado que es ir a una eliminatoria con la cantidad de jugadores que hay.
¿Se puede ganar la vida como doblista sin problemas?
Te puedes ganar bien la vida, no me puedo quejar. Se gana mucho menos en dobles, pero si te van las cosas bien no hay problemas.
Se casó el año pasado, ¿le ha cambiado la vida?
Estoy con una persona increíble, pero no me ha cambiado la vida. Lo que te puede cambiar la vida es tener un niño. Y de momento no está en la planificación, pero, si ocurre, ahí sí que las cosas pueden cambiar en el plano profesional.
Dígame la verdad, ¿realmente le ganó 6-0 a Nadal?
Rafa ha ido bajando la edad, pero yo tenía 15 años. La semana del Conde de Godó tenía que entrenar y quedé con él, aunque no le conocía de nada, pero es habitual hacer esas cosas. Entrenamos en la pista central y le gané 6-0. Pero esto no es ninguna broma, puede preguntarle a Nadal y ya verá como le dice que es verdad. Se lo repito de vez en cuando porque es lo único que puedo decirle. No le puedo vacilar en nada, sólo en eso. Tengo que aprovecharlo.