Hay pocas cosas mejores que la inercia ganadora. Para alcanzar la final en el Conde de Godó y sumar nueve triunfos seguidos, su mejor racha desde mayo de 2014 (entre Madrid y Roma), Rafael Nadal derrotó 6-3 y 6-3 a Philipp Kohlschreiber y estiró su buen momento actual, logrando una continuidad que le había faltado durante los meses anteriores cuando intentaba salir de la peor crisis de juego de toda su carrera.
El mallorquín, que buscará este domingo su noveno título (¡nueve!) en Barcelona ante Kei Nishikori (6-3 y 6-2 ante el francés Benoit Paire) completó un partido de escuadra y cartabón, donde aplicó su esquema de siempre sobre arcilla. Campeón hace una semana en el Masters 1000 de Montecarlo (donde también suma nueve coronas, como en Roland Garros), el número cinco merodea ahora la oportunidad de ganar dos títulos consecutivos (algo que no logra desde el verano de 2013) y llegar a Madrid subido en una esperanzadora dinámica de regularidad.
“La continuidad es vital”, explicó Francis Roig, uno de los entrenadores del mallorquín. “No hay nada mejor para tener confianza que ganar partidos”, prosiguió el técnico catalán. “Todas las conversaciones que hemos tenido hasta ahora han girado sobre el mismo tema: sí, lo estaba haciendo bien, trabajando y entrenando, pero encadenaba una semana buena y otra no”, recuerda sobre la irregularidad del balear. “Llevaba tiempo añorando una dinámica como ésta. Montecarlo fue una prueba perfecta. Y las victorias te hacen estar más seguro. La inercia ganadora es muy poderosa”.
La semifinal nació sentenciada porque hay cosas que difícilmente cambian. Que un jugador como Kohlschreiber, con revés a una mano, no sufra una tortura en tierra batida ante la bola combada de Nadal es como pedir que la lluvia no moje. Imposible. El menudo alemán (1,78m y 70kg), además, se encontró ante el peor escenario posible: acunado por las temperaturas más altas de la semana (más de 20 grados, con un sol de justicia), la pelota de Nadal se levantó hasta hacerse gigante y engullir a Kohlschreiber, que no encontró la forma de contrarrestar con su revés las acometidas del español.
Pese a llegar al partido con un cara a cara muy desfavorable (una victoria y 11 derrotas, ningún set ganado en tierra batida), el alemán soportó sorprendentemente bien la salida en tromba del campeón de 14 grandes durante los seis primeros juegos del encuentro, resistiendo como pudo los tiros de su contrario. Luego, irremediablemente, dijo adiós. Como si la primera manga fuese la continuación de su final ante Fabio Fognini el día anterior, Nadal se metió dentro de la pista para dominar con decisión los peloteos, caminando hacia la bola para atacarla en lugar de esperar a que le llegase plácidamente. Así, tomando el mando de los intercambios, el manacorense pareció ir montado en un cohete hacia la final: no jugó, voló.
Kohlschreiber, que precisamente no destaca por su capacidad para gestionar los momentos de presión, aún tuvo ánimo para procurarse una bola de break (con 2-1) que el balear anuló con un saque directo. Abusando del revés cortado para negarle a su oponente una posición cómoda desde la que disparar, el alemán salvó tres bolas de rotura en el juego siguiente (2-2) y soñó con llevarle a una tercera manga, para discutir la plaza en el partido decisivo en mitad del abismo. Ni hablar, debió pensar el número cinco: tras asegurar su servicio, le rompió el saque y abrochó el pase a la final en Barcelona con un tenis excepcional.
Este domingo, Nadal se juega la posibilidad de mandar otro aviso al vestuario, casi más serio que el que envió hace una semana al conquistar Montecarlo. Si supera el exigente cruce que le espera ante Nishikori, el mallorquín lo puede decir bien alto: lo de Mónaco no fue un espejismo, las cosas vuelven a funcionar de verdad.