La polémica con los daños cerebrales derivados del deporte crece y crece. Durante el Mundial de Qatar, se mostró una especial sensibilidad a este respecto, parándose el juego de inmediato, aunque fuese durante unos cuantos minutos, si se había producido un choque de cabezas o un fuerte balonazo sobre la testa.
The New York Times pone así de relieve la controversia que se ha formado alrededor del Q-Collar. Este es un dispositivo de silicona que se coloca en el cuello de los deportistas y que restringe el flujo de sangre de la cabeza, así como, según destaca su promoción, le da al cerebro una capa adicional de amortiguación.
En Estados Unidos ya se ha dado el visto bueno para su uso medicinal. Y se comienza a ver, sobre todo en deportistas universitarios y de la NFL. Aunque no todos están de acuerdo en su utilización, ya que un sector opina que con el Q-Collar, los atletas toman más riesgos en el juego y en los impactos que si no lo llevasen.
Debate abierto
Ya hace varios años que se habla del Q-Collar, pero no fue hasta el pasado año cuando la FDA (Administración de Drogas y Alimentos) aprobó su venta al público en Estados Unidos como dispositivo médico. La agencia norteamericana declaró entonces que los estudios que habían sido financiados por Q30 Innovations demostraron que se puede limitar el daño en el tejido cerebral.
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Desde entonces, son cada vez más los atletas que apuestan por el Q-Collar. Desde Meghan Klingenberg, que milita en los Portland Thorns de la National Women's Soccer League, a jugadores de fútbol universitarios. Aunque es en la NFL donde más apoyo está registrando este dispositivo, en la que utilizan doce de las quince franquicias de la liga.
Sin embargo, pese al visto bueno de la FDA, todavía hay un debate alrededor de este Q-Collar. Por un lado, hay casos como el de Michael Sowers. A la estrella de la Premier Lacrosse League se le diagnosticaron hasta 2021 cinco conmociones cerebrales. Su médico incluso le llegó a hablar de que la retirada era el escenario ideal. Pero otro doctor le puso sobre la mesa la idea de llevar este dispositivo en el cuello.
"No se me ocurre nada que podamos hacer que sea tan simple pero también tan importante", llegó a decir Wayne Olan, neurocirujano del Hospital de la Universidad George Washington (Washington, EEUU), quien fue, precisamente, el que recomendó a Michael Sowers usar el Q-Collar, el cual tiene un precio de 199 dólares (unos 187 euros al cambio).
Por el otro lado, también están los que discuten si es bueno que los deportistas utilicen este Q-Collar para disminuir los daños cerebrales tras las colisiones en las cabezas. Tal y como recoge The New York Times, el profesor de fisiología de la Universidad de High Point (Carolina del Norte), James Smoliga, explicó el porqué no debe usarse: "El peligro con un dispositivo como este es que las personas se sientan más protegidas y jueguen y se comporten de manera diferente".
James Smoliga ha sido uno de los principales protagonistas en la cruzada contra el Q-Collar, pero Tom Hoey, directivo ejecutivo de Q30 Innovations, afirmó por el contrario que no están "hablando de conmociones cerebrales", sino de "golpes repetitivos" ante los que el Q-Collar ayuda reduciendo "lesiones y los cambios en el cerebro causados por impactos subconmocionales".
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Este Q-Collar parece solo el inicio de un proyecto futuro más grande. Porque desde el mundo del deporte no se es ajeno a las graves consecuencias que los golpes en la cabeza están causando a la larga en los profesionales. Este dispositivo, por ejemplo, es un collar liviano y acolchado que se desliza por la parte inferior del cuello y que se ajusta lo suficiente como para contraer un poco el flujo de sangre sin causar molestias.
Por el momento, desde la FDA destacan que "los beneficios probables" del Q-Collar "superan los riesgos probables". Aunque sigue también el runrún de que utilizar este tipo de dispositivos lo que puede provocar en deportistas, tanto profesionales como aficionados, es una falsa sensación de seguridad. "No es una varita mágica", puntualizó el doctor Gregory Myer, director del Centro de Investigación y Rendimiento Deportivo de la Universidad de Emory. El debate continúa.